Estados Unidos está adaptando nuevamente edificios para que sus pilotos de guerra duerman y vivan en las bases militares que albergan los aviones portadores de armas nucleares, de manera que estén listos para despegar ante la temible orden del demente, impulsivo y caricaturesco Donald Trump.
Que volvemos a la época de la disuasión nuclear. Que otra vez hay que tratar de digerir que hay una gente –líderes del mundo– que está dispuesta a estallar desde el aire a poblaciones enteras, a mujeres, hombres, niños, viejos, familias, mascotas, animales salvajes, árboles, ríos y casas junto con todas sus historias; a que en segundos todo eso quede reducido a cenizas, quemaduras, amputaciones y enfermedades que persigan a abuelos, padres e hijos durante décadas. Gente que está dispuesta a seguir probando que el hombre es su propio peor enemigo, su mayor temor.
Uno esperaría que la historia realmente enseñara. Que el hombre, como un ser racional, se alejara de sus más grandes amenazas y se uniera como especie frente a ellas. Pero el ser humano insiste en crearlas y en dividirse para poder hablar de primeros, segundos y terceros lugares en las escalas del poder.
Ojalá no estemos condenados a estos ciclos mortales a los que nos someten esos hombres enfermos y hambrientos de poder, que se alimentan más de la guerra que del amor para llenar sus vacíos de humanidad. Ojalá la vida de las familias en distintos lugares del mundo esté marcada por la educación, la paz y la tranquilidad de una cotidianidad sencilla en el planeta que se nos prestó, y no por la aterradora espera de las bolas de fuego creadas por unos pocos hombres para destruir su propia casa.
Ojalá sepamos romper esos ciclos eligiendo sabiamente a nuestros líderes, pues son ellos quienes moldean nuestra historia. Ojalá no permitamos que nos manipulen para vendernos sus guerras, que nos matan a nosotros también.