Seamos siempre cálidos con quienes están lejos de casa. Entendámoslos con un poco más de tolerancia y flexibilidad, ofrezcámosles una sonrisa más fácil de lo que acostumbramos con cualquiera, pues no conocemos sus circunstancias, pero sí compartimos con ellos la humanidad y la capacidad universal de sentir soledad, vacío, melancolía y desesperanza cuando estamos lejos de lo que más conocemos, de los que amamos, de nuestras raíces.
Veía un video de inmigrantes de distintos países como Somalia, Nigeria, Kuwait, que escaparon de la guerra y la violencia, llegaron al Reino Unido con la ayuda de un programa para refugiados y están a la espera de la aprobación de su solicitud de asilo. Son pastores (lo eran en sus lugares de origen) y mientras esperan ese permiso para la esperanza de rehacer sus vidas en un lugar extraño, ayudan a cuidar rebaños de ovejas en este país de acogida.
Entonces, mientras lo hacen, mientras se reconfortan al sentir que al menos hay una oveja en común entre este país y el suyo, cantan en árabe o en sus idiomas nativos, abrazan y besan a los animales, cierran los ojos y viajan por unos instantes a esos campos que llevan por dentro, y sienten el calor de lo conocido, del hogar, de la familia. Y, a pesar de todo, son capaces de decir en voz alta que en ese momento se sienten felices.
Hay personas lejos de sus hogares por todas partes. Los han abandonado por distintas circunstancias, pero están lejos. En Europa vemos refugiados intentando sacar adelante negocios de comida, algo que pueden aportar desde lo que saben y conocen, y que los mantiene conectados con el sabor de su tierra. Ahora mismo, en Colombia vemos montones de venezolanos luchándosela cada día para volver a empezar.
No debe ser nada fácil. Ojalá podamos ayudarle a alguno a encontrar a “sus ovejas” en la nueva casa. Y si no, una sonrisa y un “bienvenido” ayudan.
Aquí pueden ver el video: https://www.instagram.com/p/BiHtYCfn54y/