Francia ganó el Mundial de Fútbol hace un par de días. Julio de 2018. Es la Francia de 2018 la que lo ganó, un equipo en el que 14 de 23 integrantes son de origen africano. Leía ayer en Twitter a alguien que criticaba a quienes hablaban de inmigrantes, argumentando que estos jugadores nacieron en Francia y que sus padres fueron los inmigrantes (¿reclamando el acta de nacimiento del triunfo?). Pues sí, ¿qué creerá que significa ser inmigrante? ¿Solo el hecho de haber salido del vientre de una madre al otro lado de una frontera? O, más bien, el de pertenecer a una familia que por distintos motivos, unos más dramáticos que otros, pero en general muy muy dramáticos cuando se trata de inmigrantes africanos, ha dejado ese lugar conocido en donde están sus raíces, su hogar, sus seres queridos, su lengua, su clima, sus paisajes cercanos, en donde puede decir: “yo soy de aquí y tengo los mismos derechos que todos los demás y no me ven como alguien que está por debajo o que no es bienvenido”.

Los hijos de inmigrantes son también inmigrantes en el alma y han vivido la lucha de ellos y de sus familias por adaptarse y encontrar ese rincón de mundo seguro del que tanto hablo yo porque me revuelve por dentro. Los hijos de inmigrantes han crecido con la carga de ayudar a sus familias a sentirse más tranquilas, de hacer algo por sacarlas adelante, de facilitarles la comunicación a través de idiomas aprendidos con mayor facilidad y de integrarlos a otras culturas que se sienten a veces infranqueables, sobre todo cuando se ha vivido buena parte de la vida en otro lado.

Estos hijos de inmigrantes son solo un ejemplo de la fuerza, la lucha, la disciplina, la pasión, la riqueza, la diversidad y la intensidad de los sueños cuando una persona se ve obligada a demostrarle a la sociedad que es digna de una vida normal. Es que eso hay que contárselo a un mundo capaz de generalizar al decir que los inmigrantes son violadores o ladrones o terroristas, y que llegan a quitar trabajos o a distorsionar culturas. Parece que toca ganar un mundial del fútbol para que se asome una mínima luz en algunos corazones.

La mayoría no lo sabe, pero no son solo deportistas soñadores y destacados los inmigrantes que llevan prosperidad a sus países de destino. También son, entre tantas otras cosas, un montón de sabores nuevos en restaurantes en donde se cocina con el corazón en la mano para viajar a decenas de naciones del mundo en donde se han quedado las familias y los recuerdos de lo que la guerra y la pobreza hicieron que dejara de ser. Distintos estudios han demostrado que los inmigrantes impactan positivamente las economías de los países a donde llegan. Es tanto más lo positivo que lo negativo… Lo que pasa es que la cultura y la política del miedo son poderosas y encuentran entrada fácil en mentes que permanecen a la defensiva.

Que no nos gobiernen el miedo ni la necesidad de encerrarnos con los que equivocadamente percibimos como “semejantes” para pensar que nada malo nos va a ocurrir. Que seamos conscientes de que la riqueza de la vida llega necesariamente de la mano de la diversidad, al abrir los ojos para mirar por la ventana en vez de quedarnos frente a la pared. Que recibamos con los brazos abiertos a quienes llegan llenos de recuerdos dolorosos, de miedo, con las manos vacías y el alma encogida, expectantes ante la aceptación o el rechazo, para demostrarles que sí, que somos humanos igual que ellos, que el mundo es de todos y que tienen una nueva oportunidad para vivir, para seguir soñando y, quizás, convertirse en campeones del mundo.

@catalinafrancor

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