– ¿Nos podéis ayudar a salir de la guerra?

Esa pregunta fue la despedida de Abdalla en una conversación por WhatsApp con el diario ‘El País‘ de España. Abdalla es un refugiado sirio que huyó de su ciudad con su esposa y su hija de tres años, y que vive por ahora en casa de un amigo en la invivible provincia de Idlib, cerca de la frontera entre Siria y Turquía, en donde actualmente hay alrededor de un millón de personas que también han huido del terror y que no están a salvo en ninguna parte. Por estos días se ha hecho tristemente famoso un video en el que Abdalla se ríe con su niña, haciéndole creer que las bombas son parte de un juego para que ella, en vez de asustarse, se revuelque de risa y para evitar un impacto irreversible de la guerra en su vida y en su personalidad.

La niña responde a las preguntas del juego con una vocecita dulce y se carcajea ante el estruendo de la caída de una bomba. Esa es la única protección que hoy puede ofrecerle su papá. Hasta ahí ya todo es lo suficientemente doloroso, enmudecedor, con eso basta para saber que algo hemos hecho muy mal como humanidad. Pero resulta que el video se ha hecho viral y que hay periodistas y personas interesados en la vida de Abdalla y en conocer esa estrategia que ha creado un padre para sobrevivir lo indescriptible al lado de quien aún no puede comprenderlo –¿alguien puede comprenderlo?–, entonces se ha creado una pequeña ilusión en la vida de Abdalla…

El problema es que contamos la historia, nos conmovemos, podemos derramar unas lágrimas y preguntarnos qué diablos hemos hecho para ser capaces de seguirnos tirando bombas y que entonces los papás tengan que hacer reír a sus bebés con las explosiones para evitar los traumas. Pero el video pasa, el sentimiento de impresión también, llegan otras historias, números anónimos y espectáculos vacíos que las borran. Y Abdalla se queda con su silencio mortal ante la débil ilusión de que alguien allá afuera, alguien que parece ser y llamar desde otro mundo, se haya interesado por fin en lo que les pasa y tal vez pueda ayudarles a salir verdaderamente del infierno, a no tener que seguir jugando el juego más doloroso imaginable.

Por un segundo Abdalla soñó con haber alcanzado algún tipo de fortuna a través del ingenio de su juego –o de la compasión que genera– y se jugó esa carta, como si el niño fuera él:

¿Nos podéis ayudar a salir de la guerra?

Abdalla, y el mundo, se quedan en silencio, vacíos.

 

@catalinafrancor

www.catalinafrancor.com