Desconfío de la gente que dice no tenerle miedo a nada –o no saber a qué– y desconfío, también, de la gente que no sabe llorar. Lo percibo como falta de autenticidad, de humanidad. Tener miedo, saber llorar, es, incluso, un signo de valentía, porque nace de mirar dentro a través de todas las capas y de dejar que el corazón se exprese en voz alta, que viva más cerca de su centro.

Hoy el miedo es un sentimiento del que se habla más fácilmente porque hay una amenaza común que, aunque invisible, ataca sin discriminar, desconociendo las categorías que nos hemos inventado. Es esa tragedia compartida que nos recuerda nuestra vulnerabilidad como iguales y como seres muy pequeños que se han creído muy grandes, convencidos de que lo tienen todo bajo control. “A medida que vemos cómo se multiplican los puntos rojos en el mapa de nuestros países y del mundo, nos damos cuenta de que no queda ningún sitio al que huir”, decía el escritor turco Orhan Pamuk en un artículo en ‘La Nación’ hace poco. No podemos huirle hoy a ese virus que nos demuestra que nuestras costumbres son cómodas pero inmensamente peligrosas (además de inhumanas, pues atacan directamente la posibilidad de nuestra existencia)… Así que nos toca mirarlo a la cara. Hoy hay que saber sentir miedo.

“El terror que sentimos excluye la imaginación y la particularidad y revela hasta qué punto son inesperadamente similares nuestras frágiles vidas y nuestra humanidad común. El miedo, como la idea de morir, nos hace sentirnos solos, pero la conciencia de que todos estamos experimentando una angustia similar nos saca de nuestra soledad”, continúa Pamuk. Compartir el miedo con otro es una posibilidad preciosa del ser humano, es ser dos vulnerables abrazados, y eso lo cambia todo. Lo decía George Steiner hablando del amor: “ser el guardián amoroso de la soledad del otro”.

El miedo es parte de nuestro instinto de supervivencia y nos ayuda a protegernos. Pero, también, del miedo surgen unas de las más bellas inspiraciones sobre y para la vida. El miedo nos hace mirar de frente al amor y nos recuerda las ganas de vivir, se convierte en un poderoso rechazo a la posibilidad de dejar de existir o de perder algo que nos es muy valioso.

Maravillarse ante la inmensidad y la belleza desgarradora de un atardecer, y sentir al mismo tiempo una especie de dolor, el vacío de la vulnerabilidad, es también hermoso, humano, indicio de conciencia.

“Me acuerdo de aquel viejo dicho sobre epidemias y plagas, que afirma que quienes tienen miedo viven más tiempo”, concluye Pamuk.

Me gusta la gente que habla de sus miedos y la gente que sabe llorar. Me gustan la inspiración y la fuerza que surgen del miedo, y me parece preciosa la vulnerabilidad de las lágrimas que ruedan desde dentro e invitan a abrazar. Me gusta quien siente miedo con intensidad porque ama intensamente la vida. Saber llorar y sentir miedo es, irónicamente, no tenerle miedo al corazón.

@catalinafrancor

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