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Internet sumado al auge imparable de las redes sociales, está logrando, de una forma no suficientemente anticipada y controlada, el sueño de los antiguos griegos: un gobierno en manos del pueblo.

Ya no son solamente los mercados los que votan cada día, como lo expresó Soros hace unos años, para resaltar la creciente influencia de las grandes compañías en el direccionamiento de las políticas públicas. Ahora, las prioridades de la agenda interna y externa están siendo afectadas por los temas que son tendencia en las redes sociales, por la cantidad de favoritos y de opiniones adversas, así como por los comentarios de la cifra creciente de líderes de opinión.

Las redes sociales, en donde incluyo los espacios públicos de opinión virtual como los blogs, se están convirtiendo en el ágora del siglo XXI.

Twitter, Facebook, youtube, están pasando de ser espacios en donde los líderes políticos podían tener influencia y orientar la opinión, a ser herramientas usadas, de manera consciente o inconsciente, por los ciudadanos para determinar prioridades de la agenda pública.

Temas como el de la lucha contra la corrupción, el seguimiento a los acuerdos de paz, o la atención a desastres por la ola invernal en Colombia, tal vez no tendrían el desarrollo que están teniendo ni estarían monopolizando la atención de partidos y funcionarios, si no fuera por la presión ejercida por los ciudadanos a diario desde las redes sociales. En el escenario internacional, las recientes medidas militares tomadas por Estados Unidos frente a Siria, Afganistán y Corea del Norte, son evidencia de lo impredecible y volátil que pueden ser las acciones públicas en este escenario en el que se requiere validación diaria del ciudadano.

¿Qué tan positivo es este escenario de ejercicio democrático inmediato y en red? Si bien el mandato del pueblo ha sido siempre, de manera romántica, idealizado como la forma de conducción apropiada de una sociedad, no deja de tener sus peligros; y no me refiero necesariamente a los argumentos asociados a la falta de criterio o de educación de una parte de la población, que llevaron en algún momento al desarrollo de modelos políticos elitistas tipo plutocracia o tecnocracia.

El peligro de este tipo de gobierno, basado en los termómetros diarios de la opinión, es que pueden distraer los esfuerzos del Estado de aspectos menos populares pero más estratégicos y que son desconocidos o poco entendidos por el ciudadano; amén de los ´bandazos´ ya comentados de algunos gobiernos, que al ser resultado de la visceralidad, pueden traer consecuencias nefastas.

En Colombia, algunos de estos temas urgentes y olvidados, son: la planeación económica de mediano plazo orientada a superar nuestra vocación monoexportadora de commodities a través de visiones de mayor valor agregado y sostenibles en el tiempo (vg. Colombia plataforma turística); la revisión de todas las políticas públicas asociadas a la creciente participación de la población de tercera edad (incluyendo el régimen pensonal); la reingeniería a los modelos de educación, bastión fundamental de la competitividad, entre otros.

Sin querer queriendo, estamos próximos a que la utopía del gobierno en manos del pueblo sea una realidad en toda la extensión de la expresión. El reto es ser consciente de este fenómeno para lograr aprovechar las virtudes de la participación pública sin generar anarquía.

Epílogo: La desaceleración de la economía colombiana evidenciada en los indicadores de industria y comercio revelados en estos días por el Dane, merece toda la atención del gobierno. Además del impacto de la reforma tributaria, hay otros aspectos más profundos internos y externos que deben ser analizados y controlados. La economía ha estado dando señales de alerta desde hace tiempo, pero no ha pasado a ser prioridad en la agenda, tal vez porque todavía no trasnocha a la opinión pública. Ojalá no tengamos que esperar que la enfermedad cruda llegue al ciudadano para que, debido a la presión en las redes, el gobierno se decida a actuar.

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