Comunicar, hoy por hoy, resulta muy fácil. La ampliación de la cobertura educativa, el desarrollo de plataformas tecnológicas de impacto global, la proliferación de formatos audiovisuales, así como la democratización para el acceso a los espacios, han permitido aumentar exponencialmente el alcance de cada voz, independientemente de su naturaleza (científica, social o artística).
Decir que es fácil, no implica que sea sencillo. Y con esto no quiero solamente resaltar los procesos cognitivos necesarios que deben subyacer las acciones de comunicación para que esta sea exitosa. Lo que da la complejidad a la comunicación, es que depende de que se materialicen dos características que son de tipo social y que, desafortunadamente, hemos venido olvidando.
¿Cuáles son estas características?
La primera de ellas: la comunicación es en esencia bidireccional. Escuchar, además de hablar. Leer además de escribir. Parece apenas lógico, pues cada vez que emitimos un mensaje, esperamos que alguien lo reciba. Eso es lo que le da el sentido a nuestra emisión. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros estamos dispuestos a asumir el otro papel con una actitud de respeto y de plena atención? ¿cuántos de nosotros silenciamos nuestro crítico interno en el momento de recibir un mensaje para intentar comprender lo que nos quieren transmitir, antes de estar procesando la respuesta?
Parte de la responsabilidad de que la bidireccionalidad de la comunicación flaquee, está en los procesos de crianza y de educación. Se sobrevaloran las capacidades argumentativa y de oratoria, asociándolas al liderazgo, mientras que las actitudes de escucha paciente no reciben un refuerzo similar. De ahí, intentos frustrados de comunicación que resultan monólogos infinitos y de poca fertilidad.
La segunda característica: la comunicación es un proceso que requiere tanto de razón como de emoción. En este punto, sé que más de uno estará en desacuerdo, y esto es más que comprensible, ya que estamos en una sociedad que ha desconectado el cerebro del corazón y que considera que sentir es una debilidad.
¿Para qué moderar los mensajes, si con los argumentos se puede ser demoledor?
Escribir y hablar sin ponernos en los zapatos del otro, desde el punto de vista de la emoción, (empatía), no solamente hace densa su asimilación, al desaprovechar circunstancias de contexto que facilitarían la comprensión de los argumentos, sino que además, puede llegar a convertir en dardos y flechas el noble vehículo de ideas que debe ser la palabra.
Insultos, improperios, calumnias como los que desafortunadamente han sido noticia en Colombia en los últimos días, así como elaboraciones pseudoartísticas pasadas de tono que agreden la inocencia y la dignidad de grupos vulnerables, son el resultado de esta falta de empatía generalizada, que hace uso de la burla descarnada y del morbo para alimentar audiencias y que recibe como respuesta, un eco aumentado de su propia agresión.
Equilibrar el dar y el recibir y el razonar y el sentir, es la propuesta que dejo en estas líneas para mejorar nuestro proceso de comunicación y lograr de esta manera, que el lenguaje vuelva a ser amalgama para el avance y el progreso; no un factor disociador.
Epílogo: Las figuras públicas, solo son referentes de los procesos internos profundos que se gestan en cada sociedad. Si bien, buena parte de lo que aparece en esta entrada de blog puede ser aplicado a personajes de la vida nacional como el expresidente Alvaro Uribe, Daniel Samper, Maluma, entre otros, lo lamentable es que el uso inadecuado del lenguaje y de la comunicación que describo aquí va más allá de un grupo restringido y lejano. Autodiagnostiquémonos e iniciemos por nosotros mismos la transformación.
Usted trata de prenderle una vela a Dios y otra al diablo. Posa de imparcial. Pero se le olvida algo: una cosa es el humor (que puede ser ácido, cáustico, lejos de lo que podríamos llamar «lenguaje políticamente correcto») y otra la calumnia, el señalamiento temerario. Un humorista como Garzón fue víctima de la intolerancia de individuos con el mismo pensamiento del señor Uribe, todo por retratar de modo caricaturesco la chabacanería, las poses de matones de los señores milicos. Es posible que Samper se haya excedido con sus sátiras en alguna columna; pero acusar a una persona de «violador de niños» roza lo penal y eso debe saberlo usted muy bien. Ah, recuerde que el origen de la oleada de odio y de violencia verbal tiene un origen: «si lo veo, le voy a dar en la cara, marica». Usted y otros periodistas tibios saben quién pronunció esa perla.
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