Es verdad: por más grande que sea el problema, pasará y la vida seguirá.

Todos hemos pasado momentos en donde pensamos que la vida se acabó, porque el nivel de la tristeza o el tamaño del problema nos abruma de tal manera, que no concebimos que valga la pena seguir viviendo; pero al final, la vida puede continuar, y continúa, solo con algunos cambios, como dejar ir a esa persona que se ama desde lo más profundo del corazón, bien sea porque la relación terminó o porque la enterramos en un cementerio y creemos que la perdimos por siempre.

A veces siento que tenemos más vidas que los gatos. Se dice que ellos tienen 7 vidas, pero creo que nosotros tenemos muchas más y somos bendecidos por ello.

Morimos cada vez que un momento de dolor llega a nuestra vida, anunciándonos que la felicidad que teníamos y conocíamos, ha terminado para siempre. Morimos en ese momento, porque sabemos que esa vida que conocíamos no volverá a ser la misma, porque ese agente de vida que nos llenaba, se ha ido, murió, se fue o, peor aún, nos tocó tomar la decisión de dejar ir algo, porque la vida no es justa.

Morimos cada vez que perdemos en un sueño de nuestra vida, porque vemos cómo toda la energía que pusimos en cumplirlo, queda regada en un camino de fracaso, porque las cosas no se dieron, casi siempre por razones ajenas a nuestro control. Hemos visto deportistas quedar lesionados, empresarios quebrar, políticos equivocarse, ser despedidos de la empresa por una mala decisión, o condenados por la justicia o la sociedad por habernos arriesgado demasiado.

En esos momentos en que vemos que las cosas ya no son iguales, que los sueños, el amor, la esperanza se desvanecen, es el momento en que morimos. No morimos en el sentido médico de la palabra, pero sí en el existencial, porque muere la vitalidad, el espíritu, y solo nos queda ser testigos de nuestro propio entierro, mientras estamos en el entierro de ese ser amado, la liquidación de una empresa, el fin de un sueño sin cumplir o la condena por nuestras decisiones.

Pero existe una muerte peor. Esa en la que la única opción es seguir como estás, porque es la única opción que te queda, porque no hay caminos, y si tomas una decisión contraria, afectarás a muchas personas. Es un momento en que te das cuenta que estás capturado por los demás y tu felicidad muere antes que tú, y simplemente eres testigo de cómo te marchitas tú mismo.

Sí, morimos muchas veces en la vida. Con la primera vez que se nos rompe el corazón, cuando dejamos ir a un amigo, cuando enterramos a nuestros padres, cuando matamos un sueño por hacer feliz a otro.

Mas, de alguna manera, que la ciencia y la fe no han podido comprender, renacemos lentamente, y creamos una nueva vida. Una vida que contiene pedazos de la anterior, sombras del pasado, vestigios de una alegría, pero sobre todo memorias que nos intentan proteger en el futuro. Esa nueva vida, es diferente a la anterior, porque el amor dejado, la familia que quedó atrás, la tumba llena con alguien, el dinero perdido, los sueños desvanecidos y la esperanza en uno mismo no se pueden recuperar.

Tenemos una enorme capacidad de residencia; de salir de la muerte, una y otra vez, y continuar por un camino que cambia de destino continuamente, porque ese es el enorme secreto de morir tantas veces: la vida sigue, pero sigue para otro lado, con otros sueños, con nuevas esperanzas y otros colores.

Cargamos un morral lleno de lecciones del pasado, recuerdos fotogénicos (esos que han salido bien), aprendizajes con sangre y un enorme listado de silencios que nadie escuchará jamás, y son estas cosas, las herramientas que nos quedan para vivir la nueva vida, porque no son cargas dolorosas, sino conocimiento que nos ha quedado; por ejemplo, dicen que necesitamos dos años para aprender a decir cosas, pero más de 40 para aprender a callarlas.

Nos llegarán más muertes en el camino, y nos llegará más vida por delante. Debemos aprender a morir, para renacer más rápidamente, y así, cuando llegue nuestra hora, sabremos que hemos vivido mil vidas y apreciado mil muertes.

@consumiendo

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Por si le interesa, ayer escribí que sobre lo berracos que somos los colombianos