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Si hay algo difícil es afrontar la muerte de un ser querido. Hace días un amigo debió despedir a su padre, amigo y ejemplo porque la vida es así, y por esto quiero compartirle mi experiencia en este proceso.

Las primeras horas son muy confusas, llenas de abrazos, lágrimas y amigos alrededor, pero la soledad abruma nuestros corazones. Lo único que vemos son las últimas horas de ese ser querido que concebíamos como inmortal y que siempre estaría para celebrar nuestros éxitos y apoyarnos en los tropiezos.

Curiosamente olvidamos el tono de su voz y sus cotidianas acciones mientras todos nos recuerdan lo bueno que era y lo mucho que lo querían. Pero la verdad es que negamos su partida y más importante aún nos olvidamos de lo que realmente fue para nosotros: un libro.

Este libro lo comenzamos a leer desde muy pequeños y por más que quisiéramos avanzar más rápido en su lectura no podíamos porque sabiamente aún se estaba escribiendo. La audacia de nuestra juventud refutaba sus palabras y enseñanzas al punto de negar el conocimiento brindado bajo la excusa de nuestra propia experiencia, que no llegaba a ser más de una página.

Mas lo que no comprendemos sino hasta después de mucho tiempo, es que ese libro fue escrito en nuestras conciencias y que nuestra piel y memoria eran sus páginas; entonces a medida que pasan los días, las semanas, los meses y los años, sus palabras comienza a confundirse con nuestros pensamientos, acciones y virtudes y lentamente comprendemos que no sólo somos su libro de experiencias sino que dependemos de este texto para seguir con nuestras vidas. No hay que confundir esto con nostalgia ni remembranzas, hay que reconocerlo como un conocimiento a nuestra disposición.

Por ser nuestra conciencia un libro de él, lo único que recordamos al comienzo de nuestra vida sin él son sus últimas páginas, que en la mayoría de los casos son tristes e infortunadas, pero lentamente comenzamos a revisar otros capítulos llenos de alegría y sabiduría. Hoy los amigos ven con mayor claridad esto porque ellos no llevan el libro por dentro pero lo puede ver a través nuestro.

Aunque lo crea o no, su padre estará en cada momento de triunfo, porque estará en las palabras que le hubiese dicho y el abrazo que aparentemente hace falta; y más aún en los tropiezos porque sus palabras pausadas retumbarán en nuestra conciencia mientras nos levantamos con la frente en alto.

Yo lo viví y me demoré mucho en comenzar a leer el libro de mi padre y mucho más en aceptar que yo soy papel de su tinta de verdad, lomo forjado con su entereza y portada digna de su propio orgullo. Hoy lloro de alegría cuando me encuentro recitando sus mismas palabras aceptando que ya son mías.

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