Seguimos usando el garrote y negando las zanahorias. Multas, comparendos, sanciones, castigos, normas, qué se debe hacer y qué no, ese es el resumen del nuevo código de policía. No es un listado de cómo debemos comportarnos como ciudadanos para tener una grata convivencia, sino un continuo de las acciones que son prohibidas, reguladas y sus respectivas sanciones, continuando con la eterna -y a mi parecer equívoca– forma de pensar, de definir las acciones de las personas desde su castigo.
La urbanidad de Carreño, que en el siglo pasado fue uno de los principales referentes de los buenos modales y maneras, nunca habla de un castigo por poner los codos sobre la mesa, ni mucho menos por no darle el paso a una mujer, y esto sin lugar a dudas fue parte de su éxito, porque hablaba de cómo una persona podría comportarse para verse bien frente a los demás, sin perder su identidad y autenticidad, solo comportándose de manera cortés, gentil y “educada” dependiendo de la ocasión, bajo la premisa del sentido común, como el saber que es desagradable para los demás ver como alguien come con la boca abierta.
Muchas de las cosas de ese manual, hoy son vistas como retrógradas y antifeministas seguramente, pero para mí encarna la belleza de recomendar la delicadeza y la suavidad de las maneras, el respeto por las buenas costumbres y la prudencia del actuar. Hoy, el nuevo código de policía, dista mucho de llamarse un manual de convivencia, porque claramente no es otra cosa que un listado de los nuevos delitos y contravenciones en los que una persona puede caer al actuar de una manera indecorosa, grosera y ruin. Pero, un listado de lo que no se debe hacer, no es un manual de convivencia.
Decirle a una persona que la policía puede llegar a su casa a exigirle que baje el ruido de la música o será sancionado es muy diferente a formar a las personas en el respeto a los demás, donde el volumen de la música es solo un referente de la comprensión del espacio del otro y no solo del goce personal.
El comportamiento de las personas está comúnmente dado por su entorno, lo que vieron en él, los incentivos que allí aprendieron y los beneficios de corto plazo. Un buen ejemplo es la forma en que muchas personas manejan su carro, en particular en los giros a la izquierda, donde muchos hacen doble fila para evitar hacer la cola que otros hacen correcta y respetuosamente, pese a saber que eso está mal, siendo claramente una forma de trampa hacia todos los que están haciendo las cosas bien; el problema no radica en que hagan la doble fila, sino en que no hay una sanción real ni social sobre eso, porque desde tiempo atrás aprendieron el concepto de “dele que no hay chupa”, y cometen infracciones cuando la autoridad no está presente. Bajo esta premisa, el nuevo código de policía tiene mucho sentido, pero en el fondo, lo que estas personas tienen codificado no es el cometer infracciones cuando la autoridad no está, sino el completo irrespeto a las normas de tránsito y a los demás conductores, porque consideran que hacer las cosas mal es correcto, y por más normas y multas que se pongan, no cambiarán su comportamiento, porque no se da un proceso de apropiación de la norma, sino de sanción por su incumplimiento. Por esto, ante la sanción, estas personas inmediatamente se autojustifican y se convencen de que su actuar es válido y que el rol de la autoridad debería ser capturar criminales y no sancionarlos a ellos, o bien que lo que el policía busca es una mordida para ajustarse el día. Así, al final del proceso, la autoridad pierde cada vez más respeto y es vista como un agente coercitivo, abusivo y corrupto, y no como un mecanismo de convivencia.
Si por el contrario, ese mismo policía se acercara a un carro que se ha detenido antes de la cebra, con el semáforo en verde, porque ha visto que delante de él, los carros han llenado el espacio y si continuamente bloqueara la vía de otros, y ese oficial le diera un reconocimiento público que puede ir desde un “señor, lo felicito por lo que acaba de hacer”, o bien un proparendo*, lograría un cambio más profundo, pasando sanciones a incentivos; lo cual es mucho más impactante, si ese conductor va con alguien más en el carro, en particular la persona que ama o sus hijos.
Pensar en proparendos que le den “puntos ciudadanos” a los que hacen las cosas bien, y que pueden ser redimidos en entradas a actividades culturales o deportivas de la ciudad, o quizá en un pequeño diploma que le den a las persona al final del año, diciéndole que en esos 365 días fue un ciudadano ejemplar, no porque no tuvo ninguna sanción, multa o comparendo, sino porque se hizo 100 acciones ciudadanas ejemplares por respetar las normas y construir convivencia.
Comienzo a releer el nuevo Código de Policía, a ver si se me ha pasado algo, pero siento que el mensaje es claro: convivir para esta ley, evitar ser sancionado por las cosas que allí están listadas, y eso es un error enorme para nuestra sociedad.
*Nota al pie: el concepto de Proparendo llevo planteándolo hace mucho tiempo. Quizá la primera vez que lo use fue en unos diálogos sobre cultura ciudadana en 1997 en debates en Bogotá, y en este blog ya los he mencionado, porque he visto como el comportamiento de las personas se transforma más fácilmente con incentivos positivos que con negativos.