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Y al meterme en la cama, sentí que había algo en ella. No les miento, así fue.

Solo imaginen que después de un día intenso de trabajo, en una ciudad que no conocen, llegan a un hotel y al acostarse, en una noche muy fría, con pocas nubes y en el silencio de la media noche, y sienten entre las sábanas, algo caliente, mediano, cálido y completamente desconocido. La sensación fue muy extraña, y por mi cabeza pasaron miles de cosas, mientras mis piernas se encogían rápidamente, evitando ese extraño y tibio objeto.

Dudé en levantar las cobijas, porque no sabía qué podía ser. Las levanté lentamente, pensando que si era un animal, podía brincar o reaccionar agresivamente. Lo que vi no lo comprendí rápidamente, porque era algo envuelto en una toalla del hotel, lo cual era aún más extraño.

Al acercarme, con más miedo que curiosidad, solo pude soltar la carcajada, al darme cuenta que era una bolsa de agua caliente, que los pastusos acostumbran poner en sus camas, para calentar los pies.

Eso me hizo sentir como un estúpido, pero me encantó darme cuenta, cómo las costumbres de otros nos pueden sorprender, solo porque estamos acostumbrados a otras cosas.

La noche estaba muy fría, y al llegar al hotel a media noche, ya no quería cenar nada; pero cuando el botones me ofreció un agua de panela con queso, no pude decirle que no, porque lo sentí un gesto maravilloso y sin duda quería tomar algo caliente.

Lo bello de viajar, es conocer un país que hemos olvidado, que debemos redescubrir y aprender miles de cosas de ellos; ese pueblo pastuso, que proviene de la única mezcla entre los incas y el abolengo español de antaño, tiene mucho que enseñarnos, hasta la simple gentileza, de poner una bolsa de agua caliente en la cama, para que uno duerma más plácidamente.

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