Aún no sé si es más difícil tener vivienda propia en una ciudad en la que los precios del metro cuadrado cada día aumentan en cantidades exorbitantes, en relación costo-beneficio, o conseguir un lugar en alquiler.

Y aunque la oferta es variada, el proceso es completamente desgastante, específicamente por el extenso listado de documentos que solicitan. No es tan fácil conseguir un codeudor si no es un miembro de la familia o un amigo muy, pero muy cercano. Pero es que no es solo pedirle que acepte meterse en la boca del lobo, también asegurarse de que tenga finca raíz, que gane más del doble del canon de arrendamiento, que demuestre una solvencia económica por encima del promedio, entre otros requerimientos que, para mí, cruzan el límite de lo absurdo.

Y es que además de todo, tras completar el checklist entre firmas de Notaría, evaluación de aseguradoras y filas de bancos, el arrendador jamás le dará la seguridad de que todo ese esfuerzo valió la pena y que el apartamento es suyo. No. Es como una carrera contrarreloj con otra larga fila de personas que, como uno, también están en la misma situación. Así que el premio siempre será para el mejor postor.

En serio, señores propietarios ¿Ustedes creen que si yo tuviera 200 millones de pesos en la cuenta para comprar un apartamento, estaría buscando uno en arriendo?

 

¿No les parece ilógico pedir estos requerimientos a una persona que hasta ahora está empezando a construir su patrimonio? Es algo así como cuando a un recién egresado de la universidad le piden 10 años de experiencia o a una persona que quiere sacar una tarjeta de crédito, un historial crediticio.

Es lamentable que intentar tener vivienda en Bogotá se haya convertido en un negocio para las constructoras, inmobiliarias y aseguradoras y en el que el comprador sea el menos beneficiado. Más penoso aún es que, para quienes aún no tenemos casa propia, conseguir un lugar en arriendo se convierta en una odisea por la adicción a la tramitomanía de los propietarios.

Ahora entiendo por qué tantos amigos, pasados sus 30, se niegan a salir de la casa de sus padres y, con orgullo, se autodenominan ‘reliquias’; el porqué prefieren pagar el valor de un arriendo a su propia familia que hacerlo por fuera y la razón por la que han ignorado el llamado a la independencia más de un par de años.

Parece que es más fácil encontrar las esferas del dragón, la olla de oro al final del arcoíris y el trébol de cuatro hojas, que conseguir vivienda en Bogotá. Un negocio que crece en cifras alarmantes, pero en el que el cliente nunca tiene la razón.