Cuando la independencia llama pero uno gasta más de lo que gana, una alternativa es compartir apartamento con roomates (en español, compañeros de piso). Sin embargo, si una de sus virtudes no es la tolerancia, le recomiendo pensarlo muy bien antes de tomar una decisión apresurada y que, a la final, termine viviendo una innecesaria mala experiencia.

Vivir con roomates no es tan fácil como parece. La luna de miel acaba cuando las faltas de respeto por el espacio del otro empiezan. Me refiero a detalles que, poco a poco, terminan siendo insoportables, como el desorden en las zonas comunes, la pila de loza en el lavaplatos, la ropa que alguno lavó el lunes pero que el domingo aún sigue en las cuerdas. Detalles que son originados llanamente por un ‘valehuevismo’ -no lo puedo definir de otra forma- del uno por el otro y que, si bien, al comienzo se tratan de conciliar, terminan desgastando.

He escuchado de casos en los que hasta las amistades más fuertes terminan arruinadas cuando se van a vivir juntos. Situaciones en las que la experiencia fue tan mala, que la última vez que se dirigieron la palabra fue el día de la mudanza y, como dirían por ahí, «si te vi ni me acuerdo». ¿Por qué? Simplemente, alguno abusó de la confianza del otro y, bueno, hasta allí llegó todo.

O hay otros en los que, a pesar de que no eran amigos de toda la vida, la vivencia fue similar; pues, por el contrario, nunca hubo la suficiente confianza ni la afinidad para poder decir las cosas. Y fue así como la bola de nieve empezó a crecer, hasta que estalló.

No obstante, también sé de historias de personas que llevan un buen tiempo compartiendo su espacio con otros y, más que una casa, se ha convertido en un hogar. Para mí, el éxito en este último caso es que hay algo que no se negocia: se trata del respeto por el otro, pero más que eso, la empatía.

Es decir, si a usted no le gustaría que una noche después de llegar del trabajo su casa estuviera convertida en un bar, llena de gente que nunca ha visto en su vida; tampoco lo haga con sus compañeros de piso. Si no soporta ver una montaña de loza en el fregadero, lave lo que ensucie antes de salir; si odia vivir entre la suciedad, coja una escoba de vez en cuando y concilie también para que los demás lo hagan; si no le gusta que cojan sus cosas sin autorización, no tome las de sus roomates sin antes pedir permiso.

Vivir con roomates significa compartir, así que entienda que ellos también tienen derecho a lo mismo que usted exige, que las cargas para todos deben ser iguales y que si se impone una norma se debe cumplir.

Entienda, además, que usted no es mamá o papá de ninguno, que ellos ya tienen padres que les dieron sus buenos regaños, así que no se tome un rol que no le corresponde. Ellos ya están muy grandes para que les digan qué hacer y qué no, para dónde van y a qué hora llegan.

Comprenda que usted, al igual que ellos, no puede llegar con todo el combo de amigos a la casa y, más aún, dejarlos quedar más de un tiempo prudente; o, en el peor de los casos, a todo el círculo familiar con bebés y mascotas a bordo (a usted también le puede pasar).

Si no es capaz de entender que está viviendo con seres humanos, que son completamente diferentes a usted; que alguna vez llegarán con ganas de hablar, pero otras solo desearán estar solos en su habitación; que quizás cometerán uno que otro error, mejor evalúe si su mejor opción es vivir solo.

Dé lo que espera recibir, sea tolerante, hable las cosas a tiempo para evitar malentendidos y, de vez en cuando, sea condescendiente. Recuerde, no es un campo de concentración, es su hogar y ahora también el de sus roomates. Lo mínimo que tiene que hacer es que se sientan en casa.

En Twitter: @AnaLuRey