Alguna vez, caminando por la calle, escuché a alguien que vociferó una frase muy particular: «El vivo vive del bobo y el bobo vive de papel». Una expresión tan propia del colombiano tramposo, que argumenta sus actos bajo el concepto de malicia indígena.

Actos, tan aparentemente inocentes, como caer en un sueño profundo, casualmente cuando usted ocupa una silla para discapacitados en un bus, hacen que avanzar como sociedad sea tan solo una utopía.

Parece que Darwin se anticipó a lo que somos como colectividad, hoy en día; pues su teoría de «la supervivencia del más apto» es, sin duda alguna, un vivo reflejo de nuestro país.

Desde abordar el transporte público en las mañanas o conducir de vuelta a casa en la noche, se convierte en una lucha en la que solo sobrevive el más ‘avión’.

El que, sin importar que otros se organicen para hacer una fila, se cuela a sus anchas, solo por demostrar que ser ‘vivo’ es mucho más fácil que respetar a los demás; o el que se detiene en la mitad de la vía, ignorando la señal de «prohibido parquear», es la prueba fehaciente de que ser de papel – como decía el personaje que escuché- no paga.

Sentirnos orgullosos de tener esa característica, originaria de nuestros antepasados, es la forma más cómoda de anclarnos a un atraso mental, del que es difícil salir.

Mientras hay quienes no se ‘vuelan’ los semáforos en rojo, devuelven la plata cuando un cajero les da dinero de más y no andan intentando averiguar la clave del Wi-Fi del vecino; hay otros que se aprovechan del ‘papayazo’ que dio el que olvidó su celular en la mesa de un restaurante, mandan a hacer incapacidades falsas para justificar un guayabo y esperan a que los demás entreguen un trabajo grupal en el que no escribieron ni una coma.

Y qué podemos esperar en un país en el que un delincuente de cuello blanco sale sin esposas a la calle, después de robar los impuestos de más de seis millones de ciudadanos, mientras una persona que roba un caldo de gallina es enviada a la cárcel y tratado como el peor de los criminales.

No es justificable, pero es complejo, muy complejo, vivir en una sociedad que premia la trampa y castiga la honestidad. Es fácil aceptar un soborno a cambio de no poner una multa, comprar un celular robado, ‘meter’ un billete falso o adulterar el taxímetro para cobrar más por la carrera. El desafío realmente está en pensar como seres humanos y no como animales salvajes.

En Twitter @AnaLuRey