Solemos pensar mucho en el qué dirán. Hacemos cosas tan solo por agradar a los demás, así no nos sintamos perfectamente cómodos con ello. Frecuentamos lugares en los que, en realidad, no queremos estar para que otros estén bien. Cambiamos planes que nos producen felicidad porque los demás están en primer lugar. ¿En dónde quedamos nosotros?
No. No está mal pensar en sí mismos; tampoco ser egoísta – de vez en cuando-. Estamos tan acostumbrados a quedar bien que preguntarnos qué es lo que realmente queremos no está en nuestra lista de prioridades. Por eso, aunque tarde, aprendí a decir “no”.
«No quiero ir», «No me nace hacerlo», «Prefiero hacer otra cosa», «No puedo aceptar este trabajo». Decir estas frases produce algo de ansiedad, temor a las consecuencias; pero cuando se aprende a decir «No» -usando un poco de tacto-, solo queda una sensación de inexplicable tranquilidad.
Y es que no hay nada que quite más energía que vivir para satisfacer a los demás, mientras uno mismo está infeliz. Por más egoísta que suene mi postura, es necesario seguirla así sea ocasionalmente.
En mi caso, creo que llegué a un punto en mi vida en el que preferí dedicarme a lo que en realidad me hacía feliz; que vivir por los demás.
Y dejé de preocuparme por las decisiones ajenas, pues cada uno es dueño de sus acciones y, además, de sus consecuencias.
También, me permití dedicar un tiempo valioso cada día haciendo lo que más me gustaba. Esas pequeñas acciones que, aunque aparentemente simples, le daban sentido a mi vida.
Aprendí a valorar tanto mi tiempo libre que decidí no volver a perderlo con cualquiera. Y cancelé citas y compromisos a los que no tenía que asistir; aunque, en algún momento, me habían hecho creer que sí.
Ya poco me importaba lo que ocurriría tras negarme; me importaba lo que sentiría haciendo lo que a mí se me diera la gana.
Y qué felicidad. Y cuánta tranquilidad recuperé. Y qué sabia decisión la que había tomado.
Porque hacer cosas por uno mismo, así los demás juzguen, es sano y está bien. Porque si uno no se toma en serio ese trabajo de cuidarse y amarse y no es consciente de que es para toda la vida, nadie lo hará.
El mejor compromiso que uno puede adquirir es con uno mismo. Y ese es al único al que jamás se debe renunciar.
En Twitter: @AnaLuRey