El pescador de Vichada que todos los días va a la ‘Luna’
A Álvaro Novoa lo conocí la noche previa a emprender el viaje hacia El Tuparro. Alguien bromeó al decir que esa sería la primera vez que el señor conduciría una embarcación. Él era el responsable de llevarnos al interior de un departamento inexplorado e interesante, que solo está a una hora de avión desde Bogotá, y también nos llevaría al lugar que -proclama a los cuatro vientos- «fue el primer hombre en pisar»: la Luna. Serían más de cinco horas por el río Orinoco, la conocida serpiente enredada. Me gustó esa broma, entendí que ‘Mister Álvaro’ -un pescador de baja estatura y bigote oscuro y sobresaliente- conoce a la perfección el temperamento del río y nos llevaría por varias aventuras en Vichada.
Estábamos en Puerto Carreño. Íbamos para un Parque Nacional Natural del que hace años no se hablaba, no se escribía, no se conocía. El PNN El Tuparro permaneció por mucho tiempo bajo el control de la guerrilla de las Farc y nadie podía entrar sin antes pedir permiso. Hoy, luego del proceso de paz con la extinta guerrilla, en el parque y en el territorio se puede caminar libre y tranquilo, y los locales quieren la visita de más turistas al año al departamento.
Ir a Vichada logró conmoverme más de lo que pensaba. Los colores del cielo, el intenso calor, la música llanera –sus letras, su ritmo, los intérpretes-, el río oscuro y refrescante, las sandías gigantes y jugosas, los paisajes rocosos, el sabor del pescado, la forma en que viven los que de allí son y los que se quedaron, los viajes en embarcación –silenciosos, largos, rápidos-, bañarse de noche en el río, acostarse en la arena para mirar las estrellas. Todo me gustó, no dejo de pensar en ese lugar.
Al tercer día de nuestra llegada al departamento conoceríamos el PNN El Tuparro. No había tiempo para esperar, así que madrugamos para tomar el bote del señor Álvaro. Desde el muelle de Puerto Carreño se alcanza a ver la silueta de Venezuela. Por ahí es donde sale el sol cada día a eso de las 5:30 a.m. Es un espectáculo propio del llano, por los intensos colores que se extienden por la frontera, por dos territorios hermanos. Usualmente hay espectadores y amantes de esta exhibición natural que esperan por ellos en la arena, en los botes, en las calles. ‘Mister Álvaro’ y sus colaboradores aprovechan la luz rojiza del cielo para preparar la embarcación.
Lo llamo ‘Mister Álvaro’ porque ese hombre es conocido por pescadores nacionales y extranjeros que así lo llamaban. Es como un hombre “internacional”.
Nunca había viajado en embarcación, así que estaba muy emocionada. Teníamos que pasar por la desembocadura de los ríos Bita y Meta en el río Orinoco. La misma escena que se ve desde el morro más alto de Puerto Carreño: el Cerro de la Bandera. Esa aventura me permitiría ver a las toninas (delfines rosados de agua dulce) y algunas tortugas. Ese recorrido vía fluvial permite encontrar muchas postales y fotografías que, estoy segura, solo hay en Vichada. Gran parte del camino son formaciones rocosas, las piedras están por todas partes, y sobre ellas están las marcas del nivel al que ha llegado el río en temporada de invierno. En medio del viaje, uno puede bajar de la embarcación y darse un baño en las orillas y playas que delimitan el Orinoco. La corriente es fuerte, pero es posible mantener el equilibrio con los pies enterrados en la arena. Es una terapia, un regalo.
Me llevó tiempo entenderle a nuestro querido pescador. Habla muy rápido y en un acento vichadense que yo no había escuchado ni tenía claro. Mantiene pulcro, como recién bañado, y completa su pinta con ropa blanca y la gorra del operador turístico. Álvaro Novoa es como yo, o sea bajito. Moreno, de manos grandes y uñas largas, que le facilitan moldear los ganchos y preparar los anzuelos, es un señor muy amable y hablador.
Sin embargo, se mantuvo en silencio mientras viajábamos a la Luna, demoramos menos de una hora. Imagine esta escena: seguimos en el río Orinoco, llegamos a la orilla. Hay una superficie rocosa de color oscuro, compuesta por cientos de rocas de todos los tamaños y formas. Parecen rostros de personas o de animales, es como mirar las nubes y jugar a ver figuras, solo que con rocas. Y también hay varios cráteres, que en temporada de invierno, forman piscinas y jacuzzis naturales. Caminar sobre ellas da la sensación de que uno va a resbalarse, pero entre más lejos se cruza sobre las mismas, más uno quiere llegar a la más alta para tener la mejor vista.
Ahí me contó su historia. A los cinco años ya pescaba en un caño que quedaba cerca al rancho de sus padres en Villavicencio. Él siempre miraba a los pescadores y le pareció fácil, y no lo ha dejado de hacer. Fue a Puerto Carreño de vacaciones y de ahí no ha salido. A parte de ser un pescador, se convirtió en guía del operador turístico de la rama de su familia: Agropesca Novoa. Vive tranquilo y al lado de su familia, pues sus hijos llevan en su sangre esa misma pasión por el río y lo ayudan en su trabajo.
Ellos consolidaron una isla llamada Santa Elena, un lugar en el que viven al menos 185 especies de aves residentes y migratorias, y mamíferos como jaguares, venados y osos palmeros. Con todo eso –y más- la Isla Santa Elena busca convertirse en el jardín botánico de Vichada. La Fundación Orinoquía es un proyecto que pretende realizar proyectos sustentables en el departamento y educar a locales y visitantes sobre la importancia de conservar los recursos propios de la región y cómo generar crecimiento y nuevas oportunidades con lo que les pertenece. Lo más interesante es que esta fundación acoge a estudiantes que, en calidad de practicantes, terminan enamorándose de ese pedacito de llano en la punta oriental del país.
Por años, los fieles visitantes del departamento han sido los pescadores deportivos, hay muchos peces en temporada seca como payaras, arawanas azules, cachamas y pavones. Álvaro tiene muchos amigos de Colombia y del mundo gracias a su oficio, y me gusta que a cada uno lo recuerda con nombre, apellido y si pesca rápido o no. Estos visitantes abundan entre diciembre y abril de cada año, sin embargo, los meses siguientes con el comienzo del invierno, no es posible pescar en los ríos del Vichada. Esta es la preocupación principal de los habitantes, de poder atraer más viajeros curiosos y exploradores a una tierra que ofrece otros espacios para descansar y reconocer la diversidad de Colombia.
Menos mal de mí se llevó (al parecer) un buen recuerdo. Me enseñó a pescar mi primera payara y fue con un maíz. Nos subimos a una roca y primero tiramos grano por grano al río como diciendo: ‘Hey, vengan’. El pequeño maíz lo clavó en el anzuelo, el que ya estaba sujeto a un hilo nylon y lo lanzamos. No tuvimos que esperar mucho, salieron varios peces. La mayoría de las veces se realiza esa actividad de «capture y libere», porque los pescadores van a practicar, a tener nuevas hazañas, a tener más historias propias que contar.
Así, alcancé a ver a lo lejos varios extranjeros enamorados de esas playas planas y de arena fina. Álvaro y los demás pescadores nos condujeron siempre al momento preciso: saben a qué hora se debe tomar el bote para contemplar el atardecer desde el río; saben cómo atraer a las toninas y tortugas para por lo menos alcanzar a verlas; saben sobre qué árboles no vale la pena apoyarse y cuáles tallos hay que oler; saben cómo disfrutar más del pescado asado en compañía de un poco de mañoco -una especie de yuca granulada que se combina con apio, cilantro, cebolla y tomate-; saben cuando es el mejor momento de ir a la Luna.
En Vichada hay muchas actividades para recuperarse a uno mismo, escaparse del celular y desear tomar fotografías con los propios ojos para que esas imágenes se queden intactas en la memoria.
Cómo es de bueno viajar en río, escalar rocas, pescar y comerse varios pescados asados, caminar por más de una hora en bosques de galería e ir a la Luna a bañarse desnudo en los cráteres. ¿Por qué no?
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