Esta semana, a los colombianos se nos presenta una nueva oportunidad para superar el conflicto armado que, desde hace más de medio siglo, socava la tranquilidad y el progreso de nuestra nación; una oportunidad para sepultar el uso de la violencia como herramienta política y así cambiar nuestra cara frente al espejo y frente al mundo; una oportunidad que, como cualquiera otra con grandes perspectivas, también conlleva riesgos, implica costos y tiene fecha limite.
Pero esta vez recibimos la oportunidad en otro estado. Por un lado, el Estado colombiano entra con una mano extendida que no tiembla, seguro de la legitimidad de la fuerza con la que reclama su monopolio constitucional sobre las armas para garantizar el derecho a la paz. Por el otro, nuestro estado de animo como sociedad ya no parte del miedo ni de la fe ciega, sino de una madurez que, con generosidad, espera que los grupos armados hayan al fin comprendido que su existir no tienen razón alguna de ser.
Además, a esta oportunidad la recibe una democracia más madura. El poder político se ha descentralizado junto con el presupuesto. La oposición goza de plenas garantías. Un exguerrillero desmovilizado hoy gobierna la capital. Millones de ciudadanos depositamos nuestra confianza en las instituciones democráticas, acudiendo a las urnas para elegir a nuestros líderes. Y como pocos países en una región de caudillos, golpes y dictaduras, respetamos los resultados.
Por último, esta oportunidad le corresponde a nuevas generaciones. Más de la mitad de nuestra población, menor de 35 años, ni siquiera había nacido cuando los intereses políticos se alzaron en armas. La gran mayoría de nuestros ciudadanos, habitantes de centros urbanos, desconoce tanto los orígenes del conflicto armado como el campo que lo vio nacer.
Así como nuestro país ha cambiado, una nueva era ha nacido a nivel mundial. En el siglo del libre flujo de las ideas, arrogarse su imposición por medio de la fuerza es un ejercicio mezquino y un despropósito tirano. Nunca hemos tenido tantas herramientas para investigar, desarrollar, compartir y colaborar. En el país hoy existen más teléfonos celulares que personas y uno de tres colombianos está conectado a las redes sociales. Espacios interactivos como este son muestra de que las puertas nunca han estado tan abiertas a distintos puntos de vista y nuevas opiniones. Las oportunidades están ahí para que las tomemos. El reto está en participar activamente para tomar las riendas de nuestro destino.
Creo en el poder de las ideas. Pienso que vivimos en el siglo de las oportunidades. Busco comprender, compartir y colaborar.
Economista (B.A.), McGill University (Montreal, QC). Abogado (J.D.), The George Washington University Law School (Washington D.C.) con un programa en derecho internacional y comparado en Cornell Law School & Université Paris I Pantheón-Sorbonne.
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