Por DiMogno

Los expresidentes de Colombia están como ese borracho de la fiesta, que sigue dando lora a pesar de que quitaron la música, prendieron las luces y ya comenzaron a barrer. Vimos en los últimos meses a Pastrana, tal vez de lo más moderado en show expresidencial, mandando cartas y haciendo entrevistas contra Santos, o a Gaviria, con su voz de chicharra incluida, en una insoportable perorata electoral, vaya uno a saber si ayudándole a su hijo Simón Gaviria, ese joven que nos recuerda tanto al personaje homónimo de Rafael Pombo.

Ahora, el más amnésico reencauche es el de Samper: este caradura que llevaron los colombianos en hombros hasta la Casa de Nariño y que salió muy campante de ahí, luego de haber perdido la vista ante el elefante que se le metió y de paso la visa, además de haber dejado a Colombia descertificado y con varios de sus colaboradores de campaña en la cárcel por financiarse con dineros del narcotráfico. Ahora resulta que Samper todavía aquí está y aquí se quedó, sin que nadie hiciera nada, tanto así que ahora va a ser el secretario de Unasur, dejando claras un par de cosas: que este país no se acuerda ni siquiera del significado de la palabra memoria, que está dispuesto a tolerar y sostener a sus verdugos y que Unasur es un club de amigos que sirve para poco y nada.

Pero tal vez el caso más enfermizo, el que mayor diagnóstico psiquiátrico requiere, no sólo de él, sino de nosotros como sociedad, es el de Uribe. Este señor condensa lo peor de Samper, pues todo su círculo también está en la cárcel o prófugo de la justicia, mientras sus aduladores, que no son pocos, todavía quieren creer que los crímenes fueron a sus espaldas o, peor, no les importa siquiera que pudieron ser de frente. Pero el amo y señor del ‘ubérrimo’ también le mete el cinismo del politiquero que tanto nos gusta, ese que sin ninguna vergüenza anda señalando la corrupción de los demás y aprovecha que acá nadie se acuerda de nada para seguir tan campante denunciando la fraudulenta elección de Santos, pues raro sería que un presidente gane acá sin ir amañando votos, pero obviando por supuesto, que, según dicen, los paramilitares invitaban a votar por él y que por su reelección hay gente en la cárcel. La representación más fiel del dicho aquel «un burro hablando de orejas».

Estos señores deberían aprender de Belisario Betancur o de George Bush, de quienes cada cual podrá dar su balance de qué tan nefastos fueron en sus respectivos mandatos. Seguramente ellos mismos sabrán muy bien todos los platos que rompieron, pero justamente porque algo de vergüenza les debe quedar, decidieron aislarse, el primero dedicado a las letras y el segundo a la pintura. He de confesar que me encanta el Bush jubilado, pintor de perritos horrendos y ya tan cercano al arte country de señora. Sin duda lo prefiero, por mucho, engalanado con su ropa manchada de pintura y no muy bien puesto en corbata armando guerras en países del tercer mundo.

Les juro que trataría de obviar al nefasto Uribe si se dedicara a hacer shows tomando tinto en caballos de paso o a Samper desplegando sin pena su humor al lado del Hombre Caimán en Sábados Felices o a Pastrana haciendo el papel de inspector en una película de la Pantera Rosa. Pero por favor, que los expresidentes dejen que el país salga del lodazal que ellos mismos dejaron, o por lo menos que se hunda en otros lodazales nuevos, mientras Colombia aprende a votar por alguien que no nos hunda en lodazales y trata de recuperar al menos un poquito de memoria, que con eso seguro nos va mejor.

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