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Por A. Moñino

analfabetismo digital

En esta avalancha de información que nos ataca día a día tan pronto prendemos cualquier aparato electrónico de comunicación, para muchos resulta difícil abstenerse de compartir artículos indignantes o “importantes” que se le atraviesan en internet. Parece que vivimos en una carrera en la que aquel que se muestre más informado y que más comparta “noticias” en sus redes se va a ganar algún premio, que por cierto nadie sabe cuál es ni en dónde lo entregan.

Recientemente pasaron la noche en la calle unas personas que después de leer una cadena en Whatsapp se convencieron de que, en Bogotá, la noche del domingo 30 de octubre habría un terremoto fatal, después de que se sintieron en la capital dos temblores de tierra consecutivos. Nadie sabe de dónde salió la información del supuesto e inminente terremoto, porque ni Nostradamus podría predecir uno, pero el solo hecho de haberlo visto en el chat del celular parecía argumento suficiente para creer que podría ser un mensaje cierto. Por un lado, hay que ser muy mezquino para difundir cadenas con información falsa de este tipo, pero también hay que ser muy ingenuo para comerse cualquier cuento que llega por redes sociales sin que el mensaje tenga una firma o un responsable.

Ya en el 2011 en Villavicencio, por una cadena en Blackberry, buena parte de la población estimó como cierta una información según la cual habría una avalancha y salieron entonces a las calles desnudos, algunos, hubo accidentes de tránsito y varios heridos en el caos generado por el chistecito, que no hubiera sido posible sin un miserable que se lo inventó y unos lelos que regaron el chisme sin preguntarse siquiera de dónde provenía el rumor de catástrofe.

Y es el pan digital de cada día. Lo vi también en mi timeline de Facebook hace algunas semanas, luego de que un compañero de la universidad, comunicador social con 5 años de pregrado a cuestas, difundió la foto del supuesto autor del asesinato en Bogotá que vimos muchos en redes sociales. El personaje de la foto de la denuncia era un estudiante con algunos rasgos físicos similares al asesino (aunque habría que tener un ojo biónico para afirmarlo), pero en realidad no era él, aunque su imagen cargada de insultos y amenazas a su vida era un mensaje ya inatajable en miles de perfiles de Facebook que sólo se detuvo cuando las autoridades encontraron al verdadero asesino.

Pero si esta tendencia de la incontenible diarrea informativa del vecino aparentemente dateado, aunque sea más bien chismográfica, tiene casos lamentables, para no ir tan lejos la campaña del plebiscito que fue una sarta de mentiras desperdigadas por los medios digitales, también tiene su lado ridículo y hasta cómico, como cuando los hinchas del Junior de Barranquilla salieron a festejar un supuesto título del campeonato que, según la inverosímil información en redes sociales, le habían quitado al Nacional en el escritorio.

No deja de ser paradójico que justamente por estos días, pero en 1938, en Estados Unidos se generó un caos inimaginable la noche del 30 de octubre, pues miles de ciudadanos convencidos de una invasión alienígena abandonaron sus casas antes de que en la radio el relato de la catástrofe terminara. Tal vez si hubieran escuchado con atención, habrían sabido que se trataba de Orson Welles, para entonces narrador de la CBS, relatando una adaptación de la novela “La guerra de los mundos”, de H. G. Wells. Ficción pura.

A la distancia de los años parece una anécdota chistosa con la que muchos podrían señalar de tontos a los crédulos e ignorantes de la época, que no supieron diferenciar la ficción de la realidad en el relato radial. Hoy no estamos tan lejos, sólo que lo que aún no sabemos leer muy bien son los medios digitales. “Manejar” la tecnología, navegar internet y tener cuentas en redes sociales es más que publicar selfies con boca de pato o noticias sin filtro que nos lleguen en la corriente inexplicable de la red, se trata más bien de tener criterio para saber qué creer, qué puede tener sustento o que no, qué información está creada para hacer daño y cuál, por el contrario, puede ser útil.

 

Hagamos lo posible por alfabetizarnos digitalmente y si no, al menos, tratemos de detener la viral diarrea digital en nuestras propias cuentas, a menos de que sepamos con certeza la veracidad de lo que estamos compartiendo.

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