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Por DiMogno

*El nombre de los protagonistas ha sido cambiado para proteger sus identidades.

post1Doña Colombia es de familia rica, lo cual, sumado a su belleza natural, hizo que muchos la quisieran conquistar. Sin embargo, sólo uno, don Político, ganó su corazón y se convirtió en su esposo: era difícil para ella resistirse a las promesas embrujadoras, uno que otro tamal (doña Colombia ama el tamal de doble presa y hasta se come el tocino gelatinoso) y una sonrisa más falsa que la de Rafael Novoa en el comercial de té.

Ella, aunque pretende ir al ritmo del mundo moderno y algunos le dan palmaditas en la espalda por ser innovadora, sea lo que eso signifique, realmente tiene su cabeza en el siglo XIX. En parte, por eso se aferra a principios absurdos, como ese de que el matrimonio se acaba cuando la muerte los separe, así su conyugue le casque sin  misericordia y abuse de ella a su antojo. A pesar de eso, doña Colombia se precia de ser la más feliz y si existiera un ranking de personas felices (perdonarán la ridiculez de la idea), ella sería la número uno.

Don Político ahora es un hombre rico, pues sus artimañas le han facilitado ir robando poco a poco la riqueza de doña Colombia, aunque es tanta, que todavía le queda buen camino por recorrer para apropiarse de todo, pero va firme en ese empeño y ya se podría decir que cuenta con el silencioso y resignado aval de doña Colombia. Sin embargo, cada vez que renuevan votos, aunque una pequeña vocecilla le dice a la mujer que lo deje, ella siempre decide seguir a su lado, a pesar de que le casque cada vez más duro y con la siempre efectiva estrategia de las promesas, el tamal y la sonrisa conquiste de nuevo su corazón.

Se preguntarán por qué doña Colombia no ha sido capaz de dejarlo aunque lleve una vida de perros (perro callejero no adoptado, para más precisión) y, acá entre nos, hay que confesar que a ella le falta astucia, pues él nunca le dio permiso para que ella se educara y entonces carece absolutamente de perspectiva. Esto, don Político, se ha encargado de reforzarlo con contentillos pasajeros como comprarle tejas para la casa y mercados, decirle que ahora sí “pueden volver a la finca” y a veces haciéndose la víctima, lo cual logra enternecerla y convencerla de seguir con él.

Esta pareja tiene varios hijos que también han llevan una vida de perros, pues el papá nunca les ha dado oportunidades, pero a pesar de eso algunos han logrado sobresalir en arte, ciencia y deportes. Como es de esperarse, doña Colombia se siente muy orgullosa de sus hijos, eso sí, sólo cuando triunfan, porque antes permite el abuso de don Político hacia ellos. Él, por su parte, saca pecho con los triunfos ajenos cada vez que estos ocurren; obviamente a los más pequeños los sigue tratando como siempre, claro, hasta que triunfen y él pueda montarse en ese bus del éxito, si es que pasa.

Algunos aconsejan a doña Colombia que cambie de vida, tal vez que haga neurofeedback, pero ella es muy corta de vista y aunque la embauquen a diario prefiere seguir con el que la tiene anulada, la roba, pero a veces la hace sentir “segura”. Don Político, por su parte, tiene la vida perfecta: una mujer idiota a la que maltrata y roba sin tregua, pero aún así lo quiere y cada vez que puede renueva los ‘votos’. Colombia ama a su verdugo.

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