Desde que supimos que el Gobierno y las Farc estaban negociando en La Habana, he sido supremamente crítico del proceso, y nunca he estado de acuerdo con el mismo.En este punto, ya parece inútil oponerse y no creo que tenga mucha reversa. No obstante, creo que vale la pena hacer muchas reflexiones al respecto.

Este artículo me servirá para condensar todo lo que pienso sobre el proceso y temas tangenciales en un solo lugar y, de paso, es un recurso a la mano por si alguien me pregunta cómo voté y por qué. Víctor Solano tiene una guía para conservar amistades en la transición al postconflicto y sugiero su lectura antes de continuar aquí.

Terrorismo

Uno de los aprendizajes que nos dejó el 11-S —o por lo menos que me quedó a mí—, es que el terrorismo es un arma psicológica: quienes recurren al terrorismo lo hacen porque no pueden conseguir sus metas de manera política o militar, y ganan cada vez que alguien se altera por el terror que buscan sembrar. Mientras que los ataques terroristas pueden ser mortales, no suponen una amenaza letal para los Estados o las economías, excepto en los casos en que la ciudadanía decide que sí son una amenaza letal.

Desde su primer día, la «guerra contra el terrorismo» de George W. Bush estuvo perdida, pues en reacción a los ataques de ese fatídico 11 de septiembre, el gobierno americano respondió amputándole libertades a sus propios ciudadanos, lo que es irónico ya que ellos alcanzaban a entender que los terroristas islámicos odian a Occidente por su libertad.

Aunque en retrospectiva parece obvio, la respuesta adecuada a los actos terroristas es no ceder al miedo, no permitir que el pánico se apodere de nosotros y guíe nuestras vidas o influya en nuestra toma de decisiones. Por permitir que el miedo influyera en sus reacciones, durante los siguientes tres meses al 11 de septiembre de 2001, 1.000 personas más fueron víctimas de Osama bin Laden, pues por miedo al avión se pasaron al coche y corrieron mayor riesgo de muerte.

¿Y qué tiene que ver esto con Colombia y las Farc? Todo.

«El mayor problema de Colombia»

Durante mucho tiempo, yo, al igual que muchos otros colombianos, creí que las Farc eran el mayor problema de Colombia. Sin embargo, el país tiene muchos otros problemas, más apremiantes, incluso, que su mayor grupo terrorista. Sin embargo, durante toda mi vida adulta, las conversaciones de actualidad nacional —en medios de comunicación, de manera informal y en redes sociales— han girado de una u otra forma alrededor de la existencia y el actuar de grupos terroristas como las Farc.

Como acabamos de ver, el terrorismo triunfa cuando el terror sembrado influye en las personas. Si bien las Farc no son el mayor problema de Colombia (y nunca lo fueron), el país se anotó una profecía autocumplida y, dándole vía libre al miedo, hicieron de las Farc el mayor problema de Colombia, aún cuando abundan la corrupción, la inanición y la desigualdad. En los últimos 18 años, las campañas políticas han girado en torno a lo que se va a hacer con las Farc. Esta es la mayor muestra de haber cedido al miedo y permitido que controle nuestras decisiones. En todas y cada una de esas elecciones, los verdaderos ganadores han sido los terroristas.

Eso tiene que acabar. Y, lamentablemente, no iba a acabar de otra forma que no fuera negociando con las Farc.

Negociar con terroristas

Por mucho tiempo mantuve mi oposición a negociar con terroristas. Es una cuestión de principios. Por definición, el terrorismo es la negación de la democracia — es sembrar miedo para conseguir lo que se quiere. Es anular al individuo. Y negociar con terroristas es validar el terrorismo como un medio legítimo para conseguir un fin.

Pero en Colombia siempre se ha negociado con terroristas. No ha habido ningún gobierno con los pantalones para enfrentarse al terrorismo haciendo un uso legítimo y válido de las fuerzas del Estado. Si el lector uribista está ansioso por intervenir, le sugiero que termine de leer primero.

Álvaro Uribe Vélez prometió acabar con las Farc en cuatro años y no lo hizo. Vergonzosamente se cambió la Constitución para reelegirlo y ni siquiera con el doble de tiempo cumplió con lo único que prometió. (Y tampoco las habría acabado con un tercer mandato.) Durante esos ocho nefastos años en los que Uribe fracasó épicamente para cumplir con su promesa, el tipo cometió todo tipo de abusos y atrocidades antidemocráticas, que harían sonrojar a Franco.

Y, contrario a la creencia popular, Álvaro Uribe fue bastante indulgente con el terrorismo. Para la muestra:

• Con la ley de ‘Justicia’ y ‘Paz’ Uribe otorgó beneficios a los paramilitares a cambio de penas irrisorias. Ese fue su proceso de ‘paz’.

• A mediados de su administración, los secuestros se estabilizaron (alrededor de los 1.200).

• Después del éxito institucional de capturar a Rodrigo Granda, Uribe lo liberó. También hizo lo propio con Nelly Ávila Moreno (alias Karina), Raúl Agudelo Medina (alias ‘Olivo Saldaña‘) y Wilson Bueno (alias Isaza).

• Uribe impidió la captura de Iván Márquez.

• Uribe persiguió a los soldados de la guaca con saña, y buscó su condena por todos los medios. (¿Por qué tan celoso con quitarle dinero a las Farc? ¿Por qué tan reacio a usarlo como incentivo para la tropa? Este incentivo supera con creces los que ofrece el conteo de cuerpos.)

• En una respuesta a Gustavo Petro, Uribe le recriminó a este que era un «guerrillero de calumnias y no de fusil». (¿Qué clase de Presidente que tiene «mano dura» con el terrorismo insta a sus opositores a volverse terroristas? ¿O eso era una demostración de su «corazón grande»?)

• Sabiendo que las Farc viven del narcotráfico, Uribe recrudeció la «guerra contra las drogas» y siempre se opuso a legalizarla. Cualquier persona que alguna vez haya oído hablar de la ley de la oferta y la demanda entiende que esto favorece económicamente a las Farc. (De hecho, acabar con la guerrilla era lo más de fácil — habría bastado con legalizar las drogas y sentarse a ver las finanzas de los grupos terroristas caer en picado.)

• Durante su tenebroso mandato, Uribe se mostró bastante abierto a la posibilidad de que los terroristas llegaran al Congreso e, incluso, planteó cambiar la Constitución con este propósito expreso.

• Uribe buscó a la guerrilla para iniciar diálogos de ‘paz’… que no iniciaron nunca, porque la guerrilla no le dio ni la hora.

Ningún observador casual de la realidad colombiana podría imaginar ni una sola serie de circunstancias en las que todas estas acciones fueran llevadas a cabo por un Presidente que realmente se opone a negociar con el terrorismo. Y lo contrario también se antoja aterradoramente fácil: que un Presidente se niegue a acabar con el terrorismo, porque es su gallinita de los huevos de oro.

La verdad es que Colombia tiene una larga, triste e infructuosa historia de negociar con terroristas. Es lo que hay. Si alguien quiere seguirse engañando y creer que en Colombia existe un político lo suficientemente valiente y con principios como para no negociar con terroristas, es libre de hacerlo. Y es que el país también es fértil para las creencias irracionales.

Impunidad

A pesar de todo lo que ha hecho y su indulgencia con el terrorismo, Uribe se ha seguido vendiendo como un político de mano dura, y uno de sus principales argumentos contra el actual proceso de ‘paz’ es que traerá impunidad. En principio, estamos de acuerdo — sin embargo, como tenemos un país de políticos pusilánimes, incapaces de ser duros con el terrorismo, eso significa que la «paz sin impunidad» es una utopía.

De nuevo: esto es mucho menos que óptimo, pero es lo que hay. Creer que podemos elegir entre una paz sin impunidad y una paz con algún grado de impunidad es tan delirante como creer que podemos elegir entre que llueva agua y que llueva malteada de chocolate.

Un artículo de Héctor Riveros, en La Silla Vacía, me ayudó a poner este asunto de la impunidad en perspectiva — resulta que hay una impunidad que es peor que la del proceso de ‘paz’; es la situación actual: “[V]ivimos en medio de la mayor feria de impunidades y de denegación de justicia […] Ningún jefe de la guerrilla de las FARC ha sido llevado a juicio, de cuerpo presente, ante ningún tribunal colombiano. Llevamos 60 años con las FARC actuando en contra de la ley y nuestro sistema judicial no ha conseguido hacer comparecer a uno solo de los miembros del Secretariado de esa organización. Ni Tirofijo, ni Jacobo Arenas, ni Alfonso Cano, ni el Mono Jojoy, ni un largo etc han estado en una cárcel colombiana, todos pasaron su vida sin haber pagado “un día de cárcel”. Tampoco lo han hecho miles de miembros rasos de la guerrilla que la justicia nunca logra identificar y mucho menos enjuiciar. No lo hacen los que se desmovilizan y confiesan. La justicia punitiva ni asusta ni castiga a los guerrilleros”.

La deprimente realidad es que todos y cada uno de los posibles escenarios y fines del conflicto trae consigo algún grado de impunidad.

¿Y entonces?

Tras este reality check, debemos comprender que nos hemos estado haciendo las preguntas equivocadas. Aunque atenta contra cualquier noción medianamente razonable de justicia, en Colombia, gane quien gane, siempre se negociará con terroristas y siempre habrá impunidad. Es lo que hay. Así que la disyuntiva no es si negociar con terroristas o la muy preferible pero imposible victoria militar.

Como dije al principio, la mejor manera de hacerle frente al terrorismo es ignorarlo, y la mejor manera de hacer esto es quitarlos de la ecuación de las elecciones y de la política en general. Así que la pregunta que realmente debemos hacernos es: dejando de lado el conflicto armado y sus posibles soluciones, ¿quién nos conviene más? ¿quién está mejor preparado? ¿quién es menos incivilizado? ¿quién usa menos el Estado para propósitos personales?

La respuesta no es muy difícil — entre dos males, se elige el mal menor. ¿Y cuál es el mal menor?

Santos es malo

Tanto en mi escala de prioridades —laicismo, ciencia, DDHH, políticas públicas basadas en la evidencia— como por otros temas, Juan Manuel Santos ha sido un mal Presidente.

También tengo claro que no es que hubiera mucho de donde elegir. Creo que el nepotismo es uno de los grandes obstáculos para la democracia y, en ese sentido, Santos encarna lo peor de la política tradicional —y es uno de los problemas que también tiene Vargas Lleras—.

Uribe es peor

Si Santos ha sido malo, Uribe ha sido peor. Su Gobierno se caracterizó por todas las peores cualidades que puede haber en una administración: mesianismo, conservadurismo social, neoliberalismo económico, autoritarismo, y caudillismo. Y eso resultó en una cantidad inimaginable de atrocidades y arbitrariedades.

El historial anti-laicismo de Uribe —mi mayor prioridad en elecciones— es alarmantemente extenso. Y sí, Santos también ha violado el laicismo en repetidas ocasiones, pero durante su Gobierno se ha avanzado de formas que Uribe jamás habría permitido — adopción homoparental, matrimonio gay, regulación de la eutanasia y adoptar una política antidrogas menos cavernaria. En vista de que tampoco habrá nunca en Colombia un Presidente que respete el laicismo, volvemos al principio del mal menor. En laicismo, Santos es el mal menor. Vamos, que en las presidenciales la sede del ‘Centro’ ‘Democrático’ fue la Misión Carismática Internacional (MSI), y buena parte de sus curules son ocupadas por pastores evangélicos.

Y si el nepotismo que encarna Santos es un obstáculo para la democracia, el caudillismo es la kriptonita. En ningún país decente se escucha hablar del clintonismo, blairismo, merkelismo, rajoyismo, bushismo, sanderismo y, ni siquiera, trumpismo, porque se ha entendido que se vota por unas ideas y que el voto por la persona es una responsabilidad para que aplique esas ideas.

En Banana Republic, en cambio, tenemos santismo, vargas-llerismo, mockusismo y, el peor de todos, el uribismo — un movimiento religioso-mesiánico en el que la palabra del líder es incuestionable. Es chistoso que su movimiento se llame ‘Centro’ ‘Democrático’, cuando una democracia fuerte y vigorosa es la que es capaz de cuestionar a la autoridad, en vez de rendirle tributo y pleitesía.

Y es que el caudillismo —que en el caso de Uribe llega a niveles delirantes de devoción religiosa— socava la búsqueda de regirse por unos principios básicos. Esto queda plenamente registrado en el comportamiento de los creyentes de Uribe, que hoy en día encuentran inaceptable que Santos haga lo que un día le aplaudieron a su mesías. Es casi seguro que para cualquier decisión de Santos que los uribistas odian, hubo una de Uribe mucho peor, que fue ignorada o aplaudida.

Cuando Uribe era presidente ni se inmutaron con las chuzadas, aunque hoy lamentan unas supuestas interceptaciones ilegales a Uribe —que, a diferencia de las del DAS, no han sido probadas—. Cuando Uribe era presidente, denunciar ataques terroristas era ser cómplice del terrorismo; ahora que no es presidente, Uribe se ha dedicado a denunciar ataques terroristas —y a inventar otros—. Uribe vendió más de 100 empresas públicas y, aunque lo intentó, no pudo vender Isagén — pero cuando Santos la vendió, entonces Uribe sí se opuso a esa venta; aunque Uribe se ha vendido como el político contra la impunidad, una buena cantidad de sus esbirros condenados por distintos delitos se encuentran prófugos de la justicia (y el propio Uribe ha promovido que sigan así). Durante su Gobierno, Uribe criticó a la oposición por denunciar sus excesos en el exterior, pero abandonó la política de «lavar los trapitos sucios en casa» cuando se convirtió en oposición.

Y podría llenar ríos de pixeles con ejemplos por el estilo, pero con estos bastará para ilustrar mi punto. El problema es de fondo: el señor Uribe puede decir una cosa, cualquier cosa, y hacer todo lo contrario y nadie le dirá nada. Porque son uribistas; lo que el tipo haga no se puede poner en duda, mucho menos exigirle coherencia de palabra y obra — eso rompe los esquemas de cualquiera de sus votantes… y, precisamente, eso lo hace tan peligroso.

Sin capacidad o voluntad para cuestionar a la autoridad, se pierde la accountability, o rendición de cuentas, que es una parte esencial de los pesos y contrapesos de la democracia. Algunos podrían decir que el uribismo ha cuestionado a Santos, pero eso simplemente es falso. El uribismo ha hecho una campaña de desprestigio contra el Presidente, difundiendo mentiras y recurriendo a medias verdades para capitalizar el miedo. Por poner un ejemplo, la propaganda negra de Fernando Londoño Hoyos hace que Goebbels parezca un parvulario.

¿Y qué tiene de democrático ganar en las urnas a punta de infundir miedo y rabia? Nada, aunque da votos. Y eso es lo único cierto con Uribe: es un viudo de poder y para recuperarlo está más que dispuesto a explotar los miedos, prejuicios y rencores de la ciudadanía, para entronizarse eternamente. Eso lo hace un millón de veces peor que Santos… y mucho más peligroso.

Todo eso es un precio demasiado caro que pagar por la promesa —incumplida, además— de acabar militarmente con las Farc. Y yo estoy dispuesto a pagar otro precio: votar por la impune, injusta e inmoral desaparición de las Farc como grupo armado al margen de la ley por vía del proceso de ‘paz’ y, apostar con ello, a socavar el proyecto antidemocrático de Uribe.

Y es que ¿de qué sirve que no haya Farc, si la Constitución es cambiada con nombre propio, tampoco hay libertad de prensa, las Altas Cortes son chuzadas, se nombra como embajadores a asesinos para que escapen de la justicia, se etiqueta como auxiliador del terrorismo a cualquiera que no se trague a pies juntillas el discurso oficial, y que el dinero de los programas sociales termine yendo a los bolsillos de los donantes de campaña del propio Uribe —o de su títere de turno—?

Críticas al proceso de ‘paz’

Por si no ha quedado claro, mi voto por el proceso de ‘paz’ no nace del convencimiento de que el Gobierno esté haciendo las cosas bien, porque no lo creo. Votaré por el proceso de ‘paz’, porque es lo menos malo que hay, pero eso no significa que no tenga mis reservas al respecto.

Tengo muchas, de forma y de fondo:

• El proceso de ‘paz’ está infectado de privilegio religioso. ¿Qué paz puede haber cuando se trata privilegiadamente el cristianismo y se violan los derechos de las minorías religiosas y no-religiosa? La literatura especializada ha señalado que respetar la diversidad religiosa hace más segura a la sociedad. El Gobierno lo ha hecho fatalmente mal en este sentido.

• Llamar «enemigos de la paz» a cualquier crítico del proceso. Y, peor, asumir que todos somos uribistas.

• Creer en la palabra de los terroristas. La literatura especializada indica que para saber cuáles son las verdaderas intenciones de un colectivo, hay que enfocarse en lo que hacen, no en lo que dicen. Se llama preferencia revelada.

• El Gobierno no reconoce las causas objetivas del conflicto y, en ese sentido, hay un riesgo muy grande de que el proceso fracase épicamente y haya repetición.

• «Tenemos que perdonar«. Los promotores del proceso de ‘paz’ han insistido que tenemos que perdonar a la guerrilla. No, no tenemos que hacerlo y, en lo personal, yo jamás lo haré. Nunca votaré por ellos y jamás contrataré a nadie que haya sido guerrillero (o paramilitar). Yo soy el dueño de mis sentimientos y emociones, y el Estado no tiene por qué imponerme —o tratar de influir— lo que debo sentir. El que quiera perdonar a los asesinos, bien pueda. Lo que soy yo, no lo haré. ¿Y qué clase de perdón es ese que es conseguido mediante coerción estatal?

• En el desarrollo del proceso de ‘paz’ también hemos escuchado decir que todos somos culpables de la violencia o del conflicto. No, no lo somos. La responsabilidad es de los criminales y los terroristas. Los que no hemos cometido delito alguno somos inocentes. Pretender que todos somos culpables subvierte la noción ilustrada de que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario sobre la cual están construidos los Estados modernos.

• La reducción del umbral del plebiscito al 13% fue un cambio de las reglas de juego para favorecer el resultado. Eso no estuvo bien.

• Los militares y policías que cometieron delitos también se vieron beneficiados por el proceso de ‘paz’. Más impunidad.

• Prácticamente, los únicos que no ganamos ningún beneficio extra con el proceso de ‘paz’ somos los inocentes que jamás hemos cometido ningún delito. Y claro, que paren las muertes, las extorsiones y los secuestros está muy bien, pero es que, para empezar, la idea de tener un Estado es que se nos garantizara todo eso sin que hubiera impunidad para nadie. O, como me gusta llamarlo, un sistema de justicia medianamente funcional y un Gobierno para servir a la ciudadanía.

Varios

Hay otros temas tangenciales a este sobre los cuales también merece la pena hacer precisiones y comentarios.

• El escepticismo frente al proceso de ‘paz’ no ha sido en vano necesariamente — de no ser por el espíritu cuestionador y la desconfianza de muchas personas hacia el mismo, muy probablemente se habría firmado algo peor, cediéndoles mucho más a las Farc. Ese es el poder de la vigilancia ciudadana. Si ese recelo frente a las actuaciones de los gobernantes estuviera activo siempre, sin importar a quién se cuestiona, esta sería, automáticamente, una mejor sociedad.

• La idea de leer las 297 páginas del Acuerdo y «saber lo que se va a votar» es tremendamente tierna: eso aplica en un país donde exista y funcione el imperio de la ley. La seriedad con la que el Gobierno se ha tomado el proceso se puede ver reflejada en que, aún cuando Colombia es un Estado laico, cada parte del proceso ha estado signada por privilegio religioso y prebendas para la Iglesia Católica y las evangélicas.

• A mí realmente no me importa que a los cabecillas de las Farc les den curules o se les permita participar en política — soy colombiano, para mí el Congreso es un lugar donde se reúnen delincuentes, canallas y desgraciados a hacerle aún más daño a la ciudadanía, robarle su dinero y amputarle sus libertades. ¿Cómo no va a ser apropiado para las Farc!

• En junio de 2016, Colombia tuvo su tasa de homicidios más baja en 40 años. Aunque suene utilitarista, es positivo que el proceso de ‘paz’ haya permitido alcanzar esta cifra (me alegra por los civiles y los militares). Ojalá cada vez mueran menos inocentes.

• En vez de enfocarse en las causas objetivas del conflicto y lo que dice la literatura especializada, el proceso se ha construido sobre la idea —errónea— de que el conflicto es causado por la injusticia social (la verdadera; no ese remedo del marxismo cultural que mueve SJWs a hacer pataletas en Twitter). Por eso hemos visto que se están haciendo esfuerzos en justicia social, algo que siempre es bueno, aún si es hecho por motivos equivocados. Ojalá los gobiernos vieran la justicia social como una política de Estado permanente e irrenunciable, y no simplemente como una especie de requisito para el éxito del proceso de ‘paz’ (que además no lo es).

• Las Farc no son de izquierda (ni les importa). Son un grupo de latifundistas que tienen el negocio más lucrativo del mundo (narcotráfico), sólo cuando les nace le pagan a sus ‘empleados’ (guerrilleros rasos, y les pagan miserias), no pagan impuestos y ven a las mujeres como objetos sexuales. De nuevo, la preferencia revelada: sus acciones son más propias de anarcocapitalistas con añoranza por el feudalismo que otra cosa. ¿Puede haber algo más de derecha?

• No, Santos no le «entregó el país a las Farc». El país ya era de las Farc: las elecciones giraban alrededor de qué se iba a hacer con las Farc, estas estaban en todas las regiones del país y secuestraban, mataban y extorsionaban a su antojo. No sé si eso vaya a seguir ocurriendo o no, pero sí sé que el país ya era de las Farc. ¿Cuándo dejará Colombia de ser de las Farc? Cuando en unas elecciones no se mencionen y los temas de campaña se diferencien definitivamente por sus propuestas, en vez de por su postura hacia el terrorismo.

• No, Colombia no va camino de convertirse en Cuba continental — el puesto ya es de Venezuela (tampoco seremos Venezuela 2). Primero, porque Santos es de derecha. Segundo, porque las Farc también son de derecha y mientras el país fue de ellos, jamás nos degradamos hasta el punto de llegar al infierno colectivista en el que se ha convertido el país hermano.

• Tampoco es para echar fuegos artificiales. Si bien no seremos Cuba continental, sí somos Haití continental.

• Sí, las Farc les mintieron a Chávez y a Maduro. Si han conseguido engañar a casi todos los analistas políticos con la mentira de que son de izquierda —a pesar de que se comporten de extrema derecha—, ¿cómo no iban a aprovechar el papayazo y engañar a dos ignorantes y analfabetos guiados por el odio?

• Lo peor que podría pasar sería una Asamblea Constituyente — la piden y buscan todos los sectores reaccionarios, desde las Farc hasta el uribismo, pasando por el ‘progresismo’ de Petro. La Constitución de 1991 no es perfecta, pero es suficientemente buena y garantista. Es cuestión de aplicarla toda, en vez de ir haciendo excepciones e ‘interpretaciones’ convenientes aquí y allá.

• Álvaro Uribe no quiere vengar a su papá. Por favor, ya paremos con esta ridiculez. Si Uribe quisiera vengar a su papá no habría sido tan indulgente con el terrorismo.

• Juan Manuel Santos no es un guerrillero de civil, ni hace parte de ningún frente de las Farc, ni se pasó al comunismo, ni es el Chávez colombiano. Por favor, ya paremos con esta ridiculez. Si algo de esto fuera remotamente cierto, no se habrían demorado tres años con el grupo terrorista en un tire y afloje en el que las Farc cedieron más que el Gobierno.

• Sí, la Economía va mal. Es el resultado de la cultura colombiana mezclada con el neoliberalismo rampante de los últimos 30 años. Hay que entender que los resultados económicos de hoy son producto de las decisiones del pasado, que estamos viendo el resultado de las políticas económicas de Uribe, y que seguiremos rumbo al abismo porque las políticas de Santos son igual de neoliberales que las de Uribe.

• Álvaro Uribe ha dicho que los policías y militares que son juzgados no deben ser rebajados al nivel de los guerrilleros y que deben ser juzgados con más indulgencia porque, al fin y al cabo, estaban de nuestro lado. Es al contrario: si alguien de mi lado cometió un delito de lesa humanidad en ejercicio de sus funciones, en mi nombre, debe ser juzgado más duramente, por traicionar su cargo y el mandato que se le otorgó, porque no era un forajido rompiendo la ley, sino alguien cuya principal obligación era respetarla y aplicarla.

No todos los uribistas son iguales: creo que existen dos tipos de uribista. Por un lado, está el fascista nato, o sea, el que odia la libertad y detesta la igualdad, el neonazi, el paramilitar, el que anhela regímenes autocráticos, el que añora un Estado confesional, el que desprecia la ciencia, el que encuentra insoportable la democracia y no tolera la división de poderes, el que cree que el Estado puede castigar a las personas por sus preferencias y lo que hagan en la privacidad de sus hogares, el que cree que existen los delitos de pensamiento, el que no aguanta la noción de DDHH — el uribista purasangre, pues. El otro tipo de uribista es aquel que fue asaltado en su buena fe por el proyecto antidemocrático de Uribe, ese que se tragó la idea de que las Farc son el mayor problema de Colombia y sólo quiere justicia sin impunidad, el ingenuo que todavía cree que Uribe no negocia con terroristas. Al igual que los creyentes religiosos, estos uribistas son víctimas de su mesías, quien no dudó en decir justo lo que ellos querían oír con tal de amasar más poder. Son personas a quienes el sistema educativo les falló miserablemente y no los vacunó contra la demagogia, personas que se dicen a sí mismos que el fin no justifica los medios. El sesgo de confirmación se encargó de que votaran por un tipo que nunca tuvo la intención de cumplir — este tipo de víctimas del populismo de la extrema derecha, que la votan sin ponderar realistamente las propuestas y sus consecuencias, se encuentran en todo el mundo; para la muestra, no todos los votantes de Trump o del Brexit son racistas, ignorantes cavernarios. Algunos realmente se creyeron los cantos de sirena cuando escucharon a un candidato decir lo que ellos querían oír.

• Los uribistas del segundo tipo no son guerreristas, ni tienen sed de sangre, ¡por favor! — esperar que el Estado defienda a la ciudadanía de grupos terroristas haciendo uso legítimo del poder conferido por el constituyente primario es una expectativa de lo más razonable. Que esto sea imposible en Colombia no los hace guerreristas… quizá ilusos, o ingenuos (lo que es más peligroso), pero no guerreristas.

• Los uribistas del segundo tipo (los menos sectarios entre ellos, en todo caso) tienen un problema de honestidad intelectual en sus manos: si el fin no justifica los medios, ¿cómo es que acabar militarmente con las Farc justifica tantas arbitrariedades antidemocráticas por parte de Uribe? Uno no puede mantener al mismo tiempo una oposición al proceso de ‘paz’ porque el fin no justifica los medios y alegar que las víctimas de los falsos positivos —por ejemplo, los inocentes niños de Soacha (y eran inocentes porque no hubo nunca una sentencia que los condenara por ningún delito)— fueron bajas ‘accidentales’ que ocurren en todo conflicto. Advierto que se viene una disonancia cognitiva: si para acabar con las Farc el fin no justifica los medios, ¿cómo se justifica votar por un proyecto político que desmantela a lo bestia la escasa democracia colombiana en nombre de acabar con las Farc?

• El antiuribismo se parece demasiado al uribismo. Supongo que el problema también es a la inversa: fijar una postura política como contraria a la de alguien, cae en el mismo problema de definir la postura en función de personas, y no de ideas y principios. Por eso dejé de llamarme antiuribista — porque como demócrata, me opongo a todos los caudillismos y me defino políticamente por las ideas y principios que defiendo, no por la oposición o lealtad a ninguna persona.

• Sí, ya sabemos que «Farc-Santos» es fonéticamente bastante similar a «farsantes». ¿Será mucho pedir un humor político más sofisticado? ¿Aunque sea un poquito?

• En resumen: votaré sí porque entre el fascismo y una erosión gradual de la democracia, me quedo con la segunda. Es un voto utilitarista en un juego de suma cero, y mi decisión no es porque esté ni remotamente convencido de las virtudes del dichoso proceso.