Estar de forma permanente en Madrid implica recorrer muchas zonas, ir conociendo bien los barrios y situarse en sus calles. Comienzan a hacerse familiares algunos de los miles de nombres que tienen las vías de la ciudad, sobre todo las principales. Por ejemplo, desde la Puerta del Sol sale la calle Alcalá, que tras algunas cuadras lo lleva a uno a la Puerta de Alcalá, la misma de la que habla la canción de Ana Belén y Víctor Manuel. Y hacia el otro lado está la calle Mayor, un nombre altisonante que es común denominador en un millar de poblaciones en la península ibérica. En España, es posible que un escuálido villorrio con apenas unos cuantos centenares de habitantes tenga una calle Mayor, aunque no sea más que un pasaje angosto con un restaurante y dos bares. La de Madrid atraviesa un barrio con mucha historia, pues a su alrededor se levantaron grandes casonas y palacios en la época de riqueza del Siglo de Oro.
Abundan también nombres del santoral: calle de Santa María, San José, San Agustín, Santa Catalina, Santo Domingo. Hay otras vías del centro que deben su nombre a los artesanos que antiguamente tenían sus talleres en ellas: calle de las Hileras, Bordadores, Libreros. O la calle Ribera de Curtidores, una cuesta empinada donde antaño se trabajaban las pieles de las reses para convertirlas en cuero.
Casi cada calle, especialmente en el centro, tiene una historia particular que da origen a su denominación. Pero según va uno recorriendo barrios más periféricos, los nombres empiezan a dejar de sonar familiares. Yo, por ejemplo, vivo en la calle Martín de los Heros: un ministro español de Gobierno en 1835. Es como si en cien años tuviéramos en Bogotá una calle Horacio Serpa. Cosa poco probable, en todo caso, pero la historia es caprichosa.
Pese a que ya hace 35 años que terminó la dictadura franquista, aún siguen existiendo calles que conmemoran ese prolongado régimen. Hasta 1979 la avenida Castellana, un eje vial que cruza Madrid de norte a centro, se llamaba Avenida del Generalísimo Francisco Franco. Y así con centenares de calles en toda España. Poco a poco esta extraña situación que incomoda a muchas víctimas de la dictadura ha ido cambiando. Sin embargo, todavía existen calles en homenaje a los generales que lucharon junto a Franco en la guerra civil: calle del General Mola, General Yagüe, General Fanjul, etc.
Para agasajarse con el honor patrio, se puede visitar la calle Colombia. Es una vía de diez cuadras en medio de un barrio residencial llamado Hispanoamérica, donde todas las calles tienen nombres de países de nuestra región, desde Chile hasta Guatemala. En esta misma zona está la Plaza de República Dominicana, tristemente famosa por haber sido escenario de un atentado de ETA en 1985 donde murieron doce personas.
Entre más recientes son los barrios, más se nota la dificultad para dar nuevas denominaciones a sus calles. Muy cerca del planetario hay todo un sector con nombres de minerales: calle del Bronce, del Cromo, del Plomo. Otro, en el norte, tiene nombres de flores: calle de las Azaleas, Petunias, Begonias, etc.
Un día, caminando por el barrio de Vallecas, encontré una calle dedicada a uno de los personajes de un programa infantil español de los años ochenta llamado Los Payasos de la Tele. Algo así como nuestro Animalandia. Sin poder creer que existiera, recorrí toda la calle del Payaso Fofó. Me pregunto qué sentirá la gente que vive allí cuando escribe su dirección. Es como vivir en Bogotá en la calle de Pernito.
Pero tal vez el caso más curioso se encuentra en Leganés, un municipio tan pegado a Madrid, que es difícil saber dónde comienza uno y termina el otro. Hace diez años el alcalde y los concejales decidieron nombrar una calle en honor a una de las mejores bandas de hard rock del mundo.
La flamante calle AC/DC fue inaugurada por los famosos líderes del grupo, ante cientos de fans y periodistas venidos de todas partes. La placa que señala el nombre de la vía se convirtió en un objeto tan codiciado que menos de 24 horas después de la inauguración ya se la habían robado. Y todavía cada cierto tiempo es sustraída de nuevo por rockeros sin escrúpulos, aunque ahora es posible comprar una réplica exacta en las oficinas de turismo. También en Leganés está la calle de Scorpions, otra banda de rock, o la calle dedicada al cantautor catalán Joan Manuel Serrat.
Madrid no es la única ciudad con estas peculiaridades. Al norte de la capital española está la ciudad de Guadalajara, donde las calles se refieren a cuentos infantiles: El Mago de Oz, Walt Disney, Hans Christian Andersen, o Los Hermanos Grimm.
Zaragoza hace homenaje a decenas de películas en su mapa, con calles llamadas Casablanca, Los Pájaros, El Acorazado potemkin, Titanic, La Lista de Schindler o Mary Poppins. Por su parte, Málaga es célebre por tener varias calles con nombres de personajes literarios como Madame Bovary o Bernarda Alba.
A veces me pregunto cómo sería andar por una ciudad colombiana que tuviera nombres en las calles en vez de números. Seguramente habría montones de calles dedicadas a los próceres de la Independencia (una calle para Ricaurte, en átomos volando), una para cada presidente (la calle Uribe sería larguísima), muchísimas para todos los personajes religiosos (ponemos la calle Santa Rita en los juzgados, por abogada de imposibles), y las más nuevas se irían bautizando con nombres de personajes de la farándula (la Circunvalar de Bogotá sería la calle Amparo Grisales: tiene muchos años pero está llena de curvas).
Habría calles con nombres de personajes mitológicos, de políticos irrelevantes, de músicos exitosos, de futbolistas que fueron al mundial, de heroínas de telenovela y hasta de canciones vallenatas. Y me imagino a los funcionarios cambiando nombres cada dos por tres porque uno puso una tutela para que le cambien el nombre a la calle de Marbelle, o porque es hincha del Nacional y vive en la calle del Once Caldas.
Pensándolo bien, yo creo que mejor lo dejamos así.
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