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La cosa en España está difícil. Después de muchos años en los que todo iba de maravilla y parecía que en la península se vivía con holgura y tranquilidad, la situación política y económica se ha venido desordenando bastante. No hay trabajo, la gente no cree en los políticos y las manifestaciones son el pan de cada día en las principales ciudades.

Sí, se ve bastante jodido.

Mis familiares y amigos al otro lado del charco me preguntan qué es lo que pasa. Porque en las noticias todo se ve exagerado y distorsionado. Entre las cifras de desempleo, las protestas, las elecciones, no es fácil entender la realidad de un país. Voy a intentar explicarlo, porque no es una cosa simple, pero al menos es como un millón de veces más sencillo que lo que pasa en Colombia.

Desde hace bastantes años en España se especula con la construcción. Es un negocio creciente que da trabajo a mucha gente y genera mucha riqueza. Pero aquí se les fue de las manos hace tiempo. Se permitió que los políticos elegidos en grandes ciudades y pequeños pueblos fueran los encargados de decidir quién construía y quién no, lo cual generó una espiral de corrupción enorme. Los bancos, que en España son poderosísimos, daban préstamos por doquier, con muy pocas garantías. ¡Prestaban a veces hasta el 110% del valor de la vivienda!

Con los préstamos baratos y fáciles, las familias se endeudaron más de lo necesario. Y nadie dijo nada, porque a muchos les convenía que el negocio se mantuviera así. Se construía demasiado, más que en países como Inglaterra o Francia que tienen más población y mejores economías. Mientras tanto, los políticos amasaban dinero y poder, los bancos y todo lo relacionado con la construcción iba creciendo y haciéndose rico: electricistas, fabricantes de ventanas, inmobiliarias, intermediarios…

De los dos partidos políticos, ninguno hizo nada por remediar esta situación. El conservador Partido Popular (PP) gobernó cuando mejor le iba a la economía, y como suele pasar cuando gobierna la derecha, aumentaron los ricos pero no los salarios. Luego vino el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que está ahora en el poder, y que hizo cambios sociales importantes pero no económicos. Ambos vieron crecer la burbuja y miraron hacia otra parte.

Todo estalló con la crisis financiera mundial, la famosa crisis de las subprime. De repente, el dinero dejó de fluir. Los bancos fueron los primeros en cerrar el grifo, temerosos de verse afectados por las repercusiones de lo que venía sucediendo en Estados Unidos. Sin préstamos, la máquina se fue deteniendo lentamente.

Nade construye con dinero al contado, así que los constructores fueron los primeros en irse a pique. Muchas obras a punto de comenzar se cancelaron. Otras se quedaron a medio hacer. Miles de personas que vivían directa o indirectamente de ese sector perdieron sus empleos. Centenares de negocios cerraron porque ya no había quién les comprara lo que vendían. Y la reacción en cadena que empezó con un sector se fue extendiendo lentamente a casi todos: comerciantes, importadores, prefesionales independientes, pequeños empresarios…

Los primeros en caer siempre son los más débiles. En tres años cerraron unas 600.000 empresas, sobre todo las pequeñas y medianas. Esto son millones de empleos que desaparecieron con la crisis.

Mientras tanto, lo que hizo el gobierno del PSOE fue reunirse con los directivos de las grandes empresas y con los responsables de las principales entidades financieras. Y en vez de intentar rescatar a los microempresarios, que son los verdaderos generadores de empleo, invirtió dinero en la construcción haciendo obras públicas y le inyectó liquidez a los bancos y cajas de ahorros. Además, subió los impuestos, redujo los sueldos de los funcionarios y comenzó a recortar gastos de todas partes. El partido de izquierdas haciendo políticas de derechas.

Por su parte, el partido que sí es de derechas, el PP, se dedicó a boicotear desde la oposición todas las iniciativas del gobierno, buenas y malas, mientras se defendía de las acusaciones de corrupción que fueron apareciendo: varios gobernantes regionales pertenecientes a ese partido se vieron envueltos en escándalos de los que todavía no han salido.

Mientras el desempleo va creciendo, las principales empresas y bancos del país presentaron sus cifras: todas tuvieron beneficios récord en los años de la crisis. Lo cual no les impidió hacer recortes y despedir gente.

Esta es la situación que había cuando llegaron las elecciones regionales. Más de cuatro millones de desempleados, una clase política en la que pocos creen, y muy escasas esperanzas de que la situación vaya a mejorar.

Por eso no es de extrañar que miles de personas hayan salido a la calle, desencantadas con la realidad, y sin saber a quién apoyar, porque no hay propuestas válidas. Es una explosión de descontento, de frustración y de rabia. Las recetas tradicionales de la derecha han fallado (son las que nos han traído la crisis), y no hay propuestas desde la izquierda para redistribuir una riqueza que sigue quedando en las manos de los mismos que ponen y quitan gobernantes.

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