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Nunca conocí a mi abuela Marina. De ella me cuentan que era enérgica, decidida, que tenía un carácter guerrero. Cuando mi abuelo murió de un ataque al corazón, ella se encargó de sacar adelante una familia de seis y continuar el negocio de su marido. Vivían en una pequeña población de la zona cafetera, una zona rural alejada de los grandes centros urbanos por muchos kilómetros de malas carreteras de piedra y polvo. Allí mi abuela se convirtió en una líder comunitaria y en un referente de la política local.

En estos tiempos de avances feministas no parece mucho. En aquel entonces, mi abuela debió ser casi una revolucionaria en su entorno más cercano. Liberal en una zona tradicionalmente conservadora, viuda, empresaria, activista y muy sociable, se sentaba en la cantina a beber con los caciques del pueblo, como uno más, y su voz resonaba sobre el resto cuando cantaba o cuando reía.

Marina cerraba tratos, firmaba acuerdos, proponía mejoras locales, gestionaba alianzas. Tras mucho trabajo y dedicación, consiguió moverse con soltura y autoridad en ese pequeño poblado cafetero, escondido en las montañas colombianas. Me entristece mucho no haberla conocido, saber de ella solo por las historias que cuentan mi padre y sus hermanas, por fotos descoloridas, por su trágico final.

Mi abuela, de blanco

Alguien, en algún momento, decidió que mi abuela incomodaba. Serían sus negocios, su participación política, sus opiniones o comportamientos heterodoxos en un entorno de incultura ortodoxa. No lo sé. Alguien decidió que mi abuela estaba mejor muerta.

Le dispararon en la cabeza, un ajusticiamiento privado, otro más de los miles de muertos que hay cada año en Colombia.

Más de cuatro décadas después, todavía hay muchísimas personas en Colombia que piensan que una solución perfectamente válida es que se asesine a la gente que incomoda. Lo piensa un ex presidente, una de las personas más influyentes del país, tristemente famoso por matar miles de inocentes. Lo piensan los millones de seguidores que todavía claman por guerra. Lo piensa gente que conozco, gente que quiero.

Bajo esta premisa se ha asesinado en Colombia a sindicalistas, a generales, a homosexuales, a ministros, a líderes campesinos, a ganaderos, a comerciantes, a prostitutas, a empresarios, a candidatos presidenciales, a narcotraficantes, porque alguien decidió que estaban mejor muertos.

A mi abuela también. También alguien decidió que ella estaba mejor muerta.

Los principios básicos de democracia, de derecho, de ética, nos enseñan que la respuesta de la sociedad no debe ser nunca la venganza sino la justicia. En Colombia llevamos casi una década matándonos los unos a los otros, entre la impunidad, el desprecio por la vida ajena, la inutilidad del Estado y la tolerancia frente a la violencia. Y no ha servido más que para continuar una espiral de mierda que ha salpicado al país de tragedias, algunas verdaderamente horripilantes. Otras parecen menos por ser “ajustes de cuentas”.

A estas alturas ya deberíamos haber aprendido que la solución no es matar a ese hijueputa, a esos malparidos, a ese guerrillero, a ese paraco. Ya deberíamos saber que no hay buenos muertos, que no está bien que a la gente la maten sus enemigos. Ni nadie.

Lamentablemente, las encuestas presidenciales, las redes sociales, los artículos de opinión y hasta mi propia familia me confirman que nada ha cambiado, que todavía hay tolerancia frente a los ajusticiamientos y venganzas, que la violencia se añora porque hay mucha gente por ahí que se merece un balazo. La “mano dura” de un eslogan político. Más bien la mano negra.

Entre tanto, yo recuerdo a la abuela que no conocí y me entra una enorme tristeza, y una gran desesperanza por este país que es incapaz de perdonar, de abandonar los caminos de la guerra.

 

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Madrid es mi ciudad adoptiva, sitio de todos y de nadie, capital del Reino, moderna y tradicional, canalla y noble, llena de maravillosas historias, lugares y personas sobre las que me gusta escribir. camiloenmadrid@gmail.com

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2 Comentarios
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  1. emilioramirez0726

    En este articulo me queda una duda, no se si el fin del mismo es narrar un hecho tragico que desgraciadamente es muy comun en nuestro pais. o hablar mal de un grupo politico con alta favorabilidad y precisamente en epoca de elecciones.

  2. anaduenas0527

    de forma imperdonable olvido a los cientos de maestros y maestras asesinados por incomodar a alguien o a algo… esos maestros de escuela de vereda que tiemblan de pavor cuando alguno de sus niños no vuelve a clase… pero que siguen educando a los que si llegaron ese día…

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