El rey de España mató un elefante. Ya antes había cazado osos, linces, leopardos, búfalos y antílopes. Mató un ser humano también pero fue un accidente, así que no cuenta. No voy a entrar a juzgar las consecuencias ecológicas de los gustos que tiene el monarca. Se supone que lo hace dentro de la ley, por lo tanto son las leyes que permiten esas cacerías las que hay que cambiar.

En cualquier caso, aunque las escapadas cinegéticas de Juan Carlos fueran ilegales tampoco importaría, porque el Rey tiene una completa y absoluta inmunidad penal según las leyes españolas, y como tal «es inviolable y no está sujeto a responsabilidad» según está registrado en la Constitución Española de 1978. Es decir, podría venir a mi casa rociarme con su agüita amarilla, llenarme de polvos pica-pica, coserme una cruz de navajas y luego bailar sobre mi tumba sin que le pasara absolutamente nada. Para quien no lo sepa, lo advierto: el Rey es intocable.

Aun así, no creo que me suceda ninguno de los hechos mencionados por esas canciones españolas de los años ochenta. Primero, porque dudo mucho que Su Majestad se conecte a internet; segundo, porque si lo hace difícilmente encontrará este blog; y tercero, porque el monarca no es tonto y sabe que no puede abusar de esa impunidad por el riesgo de despertar las iras de sus súbditos, y acabar huido o decapitado como ya les pasó a varios reyes europeos desde la Revolución Francesa hace más de doscientos años.

La crisis y el hambre causada por la estupidez e indiferencia de las élites gobernantes en aquel entonces (añadir comparaciones con la situación actual, aquí) causaron una revolución que dejó una de las herencias morales más importantes para el mundo moderno: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Y las primeras palabras de ese documento, que para la época eran verdaderamente revolucionarias, aseguraban que «los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos.» O sea, que nada de eso de que los reyes reciben el poder de dios o que son infalibles. Nanay.

Ahora nos parece obvio y casi lo damos por sentado, cuando lo cierto es que todavía hay muchos sitios del mundo en donde esto no se aplica, como por ejemplo la mayoría de los países árabes, donde la mujer es inferior. O la India, donde perteneces a la casta en la que naces, y mala suerte si te tocó una que está abajo. En España la cosa no está tan mal, gracias a la razón, pero el Rey sigue estando por encima de la ley. Es diferente, es mejor que el resto, está arriba de los demás según lo establece la Carta Magna. La puede cagar y luego pedir disculpas, si le apetece, pero nadie le tocará jamás un pelo de su real cabellera.

Peor aún: el Rey y su familia son especiales ante la ley porque no es posible atacar su «prestigio». El Código Penal español castiga severamente a quien lo haga. Bajo este precepto se ha encarcelado a opositores que quemaron una foto del monarca, se han retirado publicaciones que lo criticaban, o revistas que se burlaban de él. Ahora sabemos que la Familia Real es la única con facultades legales para joderse a gusto su propio prestigio. Hay que decir que lo hacen bastante bien. Pero de consecuencias legales, nada.

Una cosa es que en nuestro mundo de aberraciones capitalistas se pueda usar el dinero para forzar la ley, corromperla o modificarla según los intereses de quien más pague. El dinero puede hacer que la fina balanza de la ley se incline hacia donde no debe. Pero en principio, la ley debería ser igual para todos. Para todos. Un argumento tan simple valdría para eliminar de cuajo la institución de la monarquía y sus anticuados privilegios.

No se trata ya de pensar si el rey Juan Carlos ha sido bueno o malo para España, si su papel político ha sido importante, trascendental o exagerado. Sencillamente es descubrir que su época ha terminado, y que la existencia anacrónica y absurda de la monarquía en nuestro siglo en un país europeo y desarrollado no sólo es innecesaria sino que además es contraproducente. Da igual si pide o no pide perdón por sus errores, eso queda como parte de la anécdota.

El Rey y su familia le han servido a España, pero es hora de jubilarlos.

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