Esta semana se ha sabido que un grupo de multimillonarios aprovechó la crisis y los huecos legales para esconder cantidades impresionantes de dinero en paraísos fiscales. Según el análisis de un grupo de economistas británicos, serían aproximadamente quince BILLONES de dólares. Es decir, unos quince millones de millones de dólares. Es lo que los gringos llaman «trillion», una de las mayores cifras que se pueden usar a la hora de hablar de plata.

Al leer esto, no puedo evitar pensar en los dragones.

Cuando era niño me fascinaban las historias de dragones. Esos seres mitológicos reptilianos, con alas membranosas y aliento de fuego que tenían por costumbre asaltar castillos, saquear riquezas y robar doncellas. Todavía me gustan, aunque nunca comprendí bien sus motivaciones. ¿Para qué querían las doncellas los dragones?, me preguntaba con diez años. Si es para devorárselas, pues bien pueden comerse mil vacas sin que nade se los impida. Incluso asadas, si les daba la gana.

Aun así, lo que más me sorprendía entonces -y me sigue sorprendiendo ahora-, es esa costumbre que tenían los dragones de reunir montañas de oro, piedras preciosas y objetos valiosos, para luego sentarse sobre ellos en una caverna oscura. ¿Cuál era el objetivo? Es decir, al menos a la doncella se la puede poner a bailar y cantar antes de zampársela. Pero las riquezas acumuladas no le van a servir para comprarse nada. Menos todavía: son el aliciente para que grupos de aventureros se reúnan con el único propósito de matar el dragón.

Hasta el sol de hoy sigo sin comprender esa ansia bestial que lleva a acumular riquezas sin ningún sentido, hasta más allá de donde se puede gastar en toda una vida. A mí se me ocurren muchas cosas que se pueden hacer con un millón de dólares. Incluso con diez o cien. Más allá, me pierdo completamente. Me da exactamente igual, porque soy incapaz de imaginarlos. Ni hablar de quince BILLONES de dólares (siento las mayúsculas, pero una cifra así no pude escribirse de otra forma).

Para hacerme una idea, consulté la página de Kleptocracy, donde hacen unas infografías fantásticas para ilustrar las enormes cantidades de dinero que se han malgastado o «perdido» últimamente. Por ejemplo, aquí la imagen de un millón de dólares en billetes de cien, eso que siempre vemos que se llevan los ladrones de bancos en maletas deportivas. Es una cantidad fácil de transportar y de gastar.

Cien millones, en cambio, son tan altos como una persona, y ocupan el espacio de un palet de carga: un metro cuadrado.
Es el valor de una empresa pequeña, de una casa lujosa o de un jet privado.

Si juntamos cantidades como la anterior hasta alcanzar la cifra que los multimillonarios del mundo tienen escondida en paraísos fiscales, la imagen que nos da Kleptocracy es algo como esto:
Quince Billones de dólares en billetes de cien: 15.000.000.000.000.

Tan altos como la Estatua de la Libertad (sin pedestal), ocupando más espacio que un estadio de fútbol, es una cantidad que supera la producción total de los Estados Unidos en un año. Con esa cantidad se podría pagar la deuda externa de los países del Tercer Mundo y sobraría dinero. Menos del 0,05 por ciento sería suficiente para erradicar completamente la pobreza en el mundo, según el Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD).

Peor aún: el estudio es conservador en sus estimaciones. Podrían ser 30 BILLONES, el doble de plata escondida en paraísos fiscales. Saqueada de países como Rusia, Arabia Saudí, Nigeria (y España y Colombia), guardada como el tesoro de un montón de dragones que dormitan satisfechos sobre las riquezas robadas, sin que haya caballeros de brillante armadura capaces de acabar con las bestias.

Es el tesoro de los dragones de la especulación, del capitalismo sin escrúpulos, los nuevos monstruos que nos están llevando a vivir una nueva Edad Media.

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