Los reyes son para aquellas naciones que están en pañales.
Victor Hugo

Hace años tuve que jurar lealtad a este rey que se marcha. De pie, frente a una descolorida bandera y un retrato de un Juan Carlos joven y afeitado, en una oficina del Registro Civil, y acompañado por una treintena de extranjeros que nos estábamos convirtiendo en españoles de segunda mano. Un juramento recitado y tan absurdo como la propia figura de un rey en pleno siglo XXI: un rey elegido por un dictador. Así, rezumando democracia.

Esa incoherencia es la que ha marcado la continua decadencia de la monarquía en un país que intenta ser moderno a pesar de sí mismo. España conjuga con dificultad la presencia de sectores con privilegios atávicos, dinosaurios conservadores y fascistas dispuestos a sacrificarlo todo y a causar una guerra civil con tal de no cambiar sus costumbres, frente a otros sectores con una visión de sociedad muy joven, de libertades individuales, tolerancia y beneficios sociales.

Esas dos visiones de España se enfrentan duramente con la idea de la monarquía, una figura inútil, llena de prebendas, que vive con lujo del dinero público (sin saberse muy bien cuánto), y que dinamita con su existencia la idea de que todos los hombres somos iguales ante la ley y el Estado.

Si bien, durante años la figura del rey Juan Carlos fue vista con agrado por una amplia mayoría de los españoles, la crisis y los escándalos que han rodeado la Real familia han menoscabado su prestigio. Las últimas encuestas le dan a la Corona una nota de 3,7 sobre 10. Pierde el año, y por eso se va.

Los escándalos son todo un memorial de agravios a sus súbditos: los amoríos de un rey que hay sido siempre un tumbalocas mujeriego, vividor y buena vida, y que apenas se habla con su mujer. Los viajes de cacería de animales de un rey poco preocupado por el medio ambiente o la sensibilidad frente a un tema tan delicado como las especies en vías de extinción. Los lujos de un rey que no tiene reparos en aceptar regalos de jeques, millonarios o dictadores en un país con un 26% de desempleo y pobreza galopante. Los delitos por corrupción de la familia del rey, con su hija y su yerno imputados pese a todos los intentos de evadir a la Justicia, amparados por la Casa Real.

No es de extrañar que los españoles vean en esta abdicación la posibilidad de convocar un Referéndum que permita decidir por voto popular si España debe seguir siendo un Reino, o si vale la pena pensar en instaurar de nuevo una República moderna, como la que destrozó el dictador Franco con su Guerra Civil. Con esta consigna se manifestaron cientos de miles de personas en todas las ciudades Españolas, el mismo día de conocerse la noticia.

Pero nada va a suceder, porque la democracia en España es limitada y las opciones de cambio se combaten con indiferencia, recorte de derechos, detenciones, prisión y leyes hechas a medida de los que mandan. Ya se ha sabido que la abdicación fue negociada entre el Rey y los jefes de los dos principales partidos. Ambos se pondrán en la tarea de legislar para conseguir una ley favorable tanto a Juan Carlos como a su hijo.

Seguramente en Julio le suceda el príncipe Felipe, un personaje tranquilo, cabal y sereno, que ha sido educado desde que nació para ser un mejor hombre que su padre. Aún así, dudo que llegue a pasar mucho tiempo con la testa coronada. Los tiempos han cambiado y los españoles están cada vez más cansados de monarcas. Por eso el destino más probable que le espera a Felipe VI es el ser el último rey de España.

 

      

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