En el Museo del Prado, al fondo de una sala dedicada a las pinturas negras de Goya, esas que realizó para sí mismo, para expresar su desazón por la decadencia de su país, de sus ideales y de su propio cuerpo ante la vejez, se encuentra uno de los cuadros más enigmáticos, perturbadores y adelantados a su tiempo realizados por el gran artista zaragozano.
En un lienzo de distintos tonos ocres, plasmando una zona árida llena de sombras, se distingue la cabeza de un perro que sobresale con pocas pinceladas entre lo que parece ser una duna oscura. La mirada del animal es de tristeza, abatimiento o resignación a su suerte, como si hubiera abandonado ya cualquier esperanza.
El sobrecogedor poder de esta imagen hace que sea una obra muy avanzada para su época. Décadas antes de que impresionistas, expresionistas, surrealistas y otras vanguardias desarrollaran conceptos que rompían con el arte tradicional, la pintura del perro semihundido en la arena juega con la negación de la perspectiva, la indefinición del trazo y la enorme libertad conceptual del resultado. Es una obra maestra.
Esta pintura era originalmente uno de los murales con los que Francisco de Goya decoró las paredes de la Quinta del Sordo, una casa en las afueras del Madrid del siglo XIX donde el artista pasó sus últimos años en España antes de partir al exilio. Goya tuvo que huir de España al reinstaurarse el absolutismo, tras haber defendido las ideas liberales de un breve período de monarquía constitucional.
Cuando Goya adquirió la casa, su salud estaba empeorando. Notaba el paso de los años, tenía que convivir con una sordera permanente producto de un envenenamiento por plomo, y sufría constantes recaídas de varios malestares. A su alrededor, España estaba inmersa en un caos político tras la invasión napoleónica y el regreso del despreciable Fernando VII. Malas épocas para artistas de pensamiento moderno en una España llena de nobleza rancia y catolicismo oscurantista a la que no llegó la Ilustración.
Enfermo y deprimido ante la persecución y huída de sus allegados, Goya pintó catorce murales ominosos, críticos y de una impresionante potencia expresiva a lo largo y ancho de la Quinta del Sordo. Brujas, demonios, violencia y muerte. Poco después, abandonó la casa para escapar a Burdeos, donde falleció.
La Quinta del Sordo fue vendida por el nieto de Goya y adquirida por un aristócrata francés que intentó encontrarles comprador a los murales en París. Al no conseguirlo, decidió cometer un atropello mayúsculo: pidió a un restaurador que trasladara las pinturas a un lienzo. Fueron fotografiados poco antes con las precarias técnicas de la época y el resultado permite dilucidar solo parte de su forma original.
La pintura del perro semihundido se puede ver en el Museo del Prado de Madrid, todos los días de 10:00 am a 8:00 pm. La entrada cuesta 16 euros, pero se puede visitar de forma gratuita de lunes a sábado desde las 6:00 pm (domingos y festivos desde las 5:00 pm).
Excelente análisis para descubrir uno de los momentos más complejos de la historia de España a partir de una obra de arte del maestro Goya.
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Estupendo escrito. Muy interesante.
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