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Luis Landero

Una historia ridícula    portada Una historia ridícula

Tusquets

A juzgar por esta magnífica novela, su autor estaría entre los escritores que detentan la mejor prosa de la lengua castellana en la actualidad; párrafos hay en sus páginas que nos remiten a la excelsa prosa de Javier Marías:

“Porque cuando uno intenta justificarse y desdecirse de un pequeño error o de cualquier desliz, una mentira insignificante por ejemplo, lo que hace es agrandar el error y agravar la mentira. Los fallos leves, los equívocos, las simplezas tienen la importancia que uno les quiera dar, o que uno les dé en su afán de quitársela. De aquí puede extraerse una ley muy útil para nuestras relaciones con los demás, y que podría formularse así: Lo que no se nombra no existe, o no acaba de existir del todo, o existe durante un momento y enseguida se olvida.”

Si bien la “historia ridícula” se viene a contar apenas en el último tercio de la novela, para el lector ya es ganancia, pues hasta ese momento la narración es un derroche de cultura, buen humor y reflexiones impagables que aparecen detrás de cualquier anécdota. El objetivo del escritor de Alburquerque es, como se dice, tirarle a todo lo que se mueva, mediante lancinantes diatribas a las relaciones humanas, las emociones y sentimientos y un montón de majaderías que la sociedad da por ciertas, así como a creencias de cualquier tipo. Pero lo mejor es cómo sostiene que hasta las relaciones de pareja se sostienen por mor de la envidia, la hipocresía y, paradójicamente, el odio.

 

El vuelo de la cometa

Laetitia Colombani                                                                                      Portada de El vuelo de la cometa

Salamandra

Mediante esta historia protagonizada casi en su totalidad por mujeres, de esas cuya vida no es para nada lecho de rosas, se nos pone de presente la cruda e ineluctable realidad de los niños y adolescentes de la India, atenazados por el determinismo ciego y la predestinación, cuya injusticia no es interpelada ni por ley ni por Dios.

Para huir de un pasado trágico, una profesora se instala en Mahabalipuram, un lugar como tantos en la India, donde el Estado nunca llega y donde todos los niños están condenados a vivir la misma vida que de niños vivieron sus padres, sus abuelos y de ahí para arriba, y donde la palabra progreso es una amenaza para la tradición. Dos párrafos dentro de la novela le dan el sentido al título. Veamos:

“Un símbolo de la esperanza y la libertad recuperadas. El columpio es como la cometa, reflexiona Léna, se alza del suelo y se desplaza por el aire desafiando la ley de la gravedad. Igual que estos niños nacidos en la miseria, que se elevarán gracias a la educación que recibirán aquí.” P. 128

“Esos artilugios voladores hacen furor en todo el país. Son lo único que tienen muchos niños indios para jugar. La mayoría se hacen las cometas ellos mismos, con carteles publicitarios o periódicos viejos, y se celebran competiciones en todas partes. […]. Todos los días se celebran duelos terribles en el aire.” P. 174

Al final lo que esta historia demuestra es que siempre valdrá la pena salvar, aunque sea a una sola estrella de mar.

 

Ottessa Moshfegh

Mi año de descanso y relajación                                                                             

Alfaguara

Si, como dice Kafka, una novela debe producir el efecto de un puñetazo, ésta, de tan original e interesante escritora bostoniana de sangre iraní por un lado y croata por el otro, no es sólo puño, sino también patada. Con Nueva York como escenario, la autora cuenta la historia de una mujer cuya madre era la reina de la molicie y el desparpajo; una verdadera inútil y pusilánime que llevaba una relación deplorable y triste con su hija. La desgracia de la protagonista es que, además de haber tenido que lidiar con el alcoholismo de la mamá, ella misma tiene una farmacodependencia y una adicción a las películas y a la cama, verdaderamente desmedidas y peligrosas:

“Qué bien me vendría un Orfidal, pensé. Y era raro, pero también tenía antojo de litio. Y de Seroquel. Unas cuantas horas de babeo y náusea me parecían una tortura purificadora antes de que me diese fuerte el sueño del zolpidem, la oxicodona, alguna vicodina perdida que me había guardado. Pensaba coger mis pastillas de la casa de Reva, regresar a la mía y dormir diez horas del tirón, levantarme, beberme un vaso de agua, picar algo y después otras diez horas seguidas. ¡Por favor!”

La novela es en conjunto una crítica feroz a una época y una sociedad que fomentan valores que son bien difíciles de entender; criadero de sujetos carentes de lo que los sabios griegos más promovían: la templanza y la moderación.

 

Fernanda Trías

La azotea                                                                                    portada La Azotea

Random House

Novela cuyo mérito literario podría tropezar con una lectura moralista, dadas las libertades que la autora se toma en el desarrollo de su trama, nada desdeñable para ejemplificar teorías psicoanalíticas…y más.

La técnica utilizada por la escritora uruguaya es la del monólogo interior, a través del cual, Clara, la narradora describe la sofocante situación en la que vive, en medio de carencias acentuadas por el martillo de su conciencia.

El principal mérito de Trías es lograr sumergir al lector en un ambiente sórdido y opresivo (y en el que ronda la sombra del incesto), que nos trae como en sordina el teatro de Tennessee Williams:

“Por momentos me parece oír ruidos en la escalera. Difícil estar segura porque el silencio es tal que hasta tiene sus propios sonidos. Es cómico cómo al final ellos lograron invadirme: de adentro hacia afuera, instalando la duda como quien planta una hierba mala. Lo que me tranquiliza es saber que no van a poder llevarse nada de lo que fue mío. Sólo van a encontrar un ropero con los trapos viejos de Julia, unos muebles sin valor, y a mí, que estoy igual que esta casa: llena de cosas muertas.”

Dada la austeridad del escenario novelesco, el número tan limitado de personajes que allí se mueven y, en general, la economía de medios para desarrollar la trama, la novela parece apta para una interesante versión teatral.

 

 

José Saramago

Las intermitencias de la muerte                                                    portada Las intermitencias de la muerte

Alfaguara

Lejos de la épica de Memorial del convento; de la intensidad de Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres y del lirismo de El año de la muerte de Ricardo Reis, en esta novela que se nos presenta en una nueva edición, el autor personifica, nada menos que a la muerte, dándole vida y apariencia (femenina, para más señas); nos la acerca para que le perdamos el miedo; nos hace sentir (como sintió el violonchelista del final) que morirse puede llegar a ser placentero.

Será tarea del lector columbrar el valor alegórico de la novela y juzgar si es solución absurda o razonable, la de enterrar vivos a los moribundos en un lugar fuera del alcance de la peste de inmortalidad. Por escalofriante y cruel que sea, el mensaje no deja de ser claro (con no poco de heideggeriano): el fin último de la vida es la muerte, con un añadido (que no deja de ser borgesiano): la inmortalidad es insoportable.

Es una novela de tenor fantástico y tanático que, aunque distante de las mejores obras del autor, deja entrever, en su escritura tardía, que Saramago en su etapa de vejez, todavía tenía mucho para decir.

 

Azriel Bibliowics

Del agua al desierto                                            portada Del agua al desierto

Tusquets

Novela de fuerte tenor discursivo que deja muchas veces la anécdota en segundo plano; en tal discurso (ecológico, antropológico y ambientalista), hay un fuerte afán de denuncia de la manera como en este país se salió del azote del colonialismo o lo que en Anáhuac se llama “pachakuti”, para pasar a uno peor, el de la colonialidad (para ponerlo en términos del filósofo Walter Mignolo). La novela pone (valientemente) en evidencia que muchas aristas de lo que llamamos (abriendo mucho la boca) progreso, emprendimiento, éxito, etc., son en realidad crimen, las más de las veces perpetrado por hampones de cuello blanco y/o lobos con piel de oveja. El crimen no es sólo contra personas, o mejor, comunidades enteras (por decir algo, los muiscas que todavía abundan en la sabana), sino contra la naturaleza, que además no sería tan fácil llevar a cabo sin el auspicio de las autoridades civiles, militares e inclusive eclesiásticas; convertir un humedal o una laguna en pastizal o en obra de cemento requiere de toda una estructura criminal, paradójicamente legal, aunque a todas luces inmoral.

Toda la realidad objetiva (frente a la que queda en desventaja la imaginaria) de la novela, que conlleva datos muy precisos (como el de que Bogotá pasó de tener cincuenta mil hectáreas de humedales a sólo setecientas), nos es presentada por dos voces, la de Zue, la líder social que termina como todos los líderes sociales de este país y la del profesor David, plausible trasunto del autor. Ambos comportan un dúo acoplado que por mor de sus conversaciones enriquecen culturalmente una novela que muestra cómo paulatinamente en Colombia hemos ido pasando “del agua al desierto”.

 

Carmen Restrepo

Pregúntale a la luna                                portada Pregúntale a la luna

Ediciones B

Entretenida novela en la que la autora alude con fina ironía a los tres aspectos o indicadores más sobresalientes de lo que sería un ethos colombiano, a saber, la farándula, la superstición y el crimen. Y ¿cuál es, por supuesto el fenómeno cultural que los aglutina y se los brinda al espectador para su consumo? La televisión. La escritora bogotana monta la trama de la novela con base en los tres elementos, sirviendo los dos primeros para evocar los inicios de la televisión en nuestro país (y se nota que tiene como insumo los programas de concurso de hace cinco décadas, necesariamente en blanco y negro y con antena en el tejado) y el tercero para montar una trama de novela negra que nos hace recordar las de la dama sueca de dicho género, Asa Larsson, tal vez con un añadido, un toque muy particular de ironía no exenta de humor negro:

“Qué imbécil esta gente, los de esta fiesta sangrienta; qué imbéciles. En vez de aprovechar esta habitación majestuosa para una linda noche de amor, se dedicaron a hacer aquí una masacre. Vaya desperdicio. Quienquiera que haya sido el criminal, es un verdadero estúpido. ¡Con una mujer tan bella como era Miss Fátima! En vez de amarla como a una diosa, como se merecía, se dedicó -o se dedicaron- a tasajearla en pedacitos.”

La novela sirve para refrendar la idea del filósofo francés Robert Redeker, de que la sociedad que se dice moderna vive completamente dominada por la publicidad, la industria del entretenimiento y el consumo.

 

Don De Lillo

En las ruinas del futuro                    portada En las ruinas del futuro

Seix Barral

El célebre autor de Submundo y de otras diecisiete novelas a cual más premiada, nos presenta una serie de reflexiones muy particulares sobre las causas de la tragedia del 11 de septiembre y sobre cómo dicha tragedia y las motivaciones que tuvieron los terroristas para desatarla, comprueban que la episteme medieval está vigente en plena posmodernidad. Junto a la voz de DeLillo hay testimonios de tan tremebundo hecho, el cual le sirve al autor para llegar a esta inquietante conclusión:

“Dos fuerzas en el mundo, el pasado y el futuro. Al acabarse el comunismo, quedó claro que habían prevalecido las ideas y los principios de la democracia moderna, pese a las desigualdades del sistema en sí. Y sigue siendo el caso. Pero ahora también existe un Estado teocrático global, sin fronteras y flotante y tan obsoleto que necesita depender del fervor suicida para alcanzar sus metas. Las ideas evolucionan y degeneran, y la Historia da un golpe de volante.”

Buena oportunidad para recordar el carácter de bisagra que tuvo para nuestra época la caída de las torres.

 

 

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PERFIL
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Exprofesor del Gimnasio Moderno y de la Universidad Santo Tomás; profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Asesor pedagógico, conferencista e investigador académico; articulista y columnista de El Tiempo y comentarista de libros en Lecturas dominicales desde 2003. Autor de Cien remedios para la soledad y Crónica contra el olvido. Correo: parrapower2001@gmail.com

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