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El próximo fin de semana, a manera de prólogo del Hay Festival de Cartagena, en la patria chica de Santa Laura Montoya, se llevará a cabo un gran evento literario en el que intervendrán tres de los más connotados escritores invitados al «Hay» y una ilustre pedagoga, la maestra insigne del renombrado municipio, cuna, no sólo de una santa, sino de grandes escritores. A continuación ofrezco reseña de un libro de cada mencionada figura que dará lustre a esta fiesta literaria en «tierra santa».

 

C929118Aquellos años del boom

Xavi Ayén

Debate

Nueva edición de un libro capital para el estudio de la narrativa latinoamericana. Sin la pesadez de la jerga académica ni la pompa intelectual, este volumen, que no desconoce nada de lo escrito anteriormente sobre el tema, viene siendo lo más cercano a una biblia del Boom. Reconoce el trabajo de críticos como Luis Harss (el que se inventó el Boom), Ángel Rama (el de más enfoque crítico), Pepe Donoso (el de los contrastes con la narrativa española) y Emir Rodríguez Monegal (el más incluyente y expansivo). Pero él mismo sienta posición con criterios y definiciones: “El Boom existió porque no hay estrategia de mercado capaz de sostener semejante explosión de ventas en todo el mundo, de autores, además, diversos y con un público internacional no conocido hasta entonces”. Queda claro que la ciudad que convocó a los autores, aunque no a todos a la vez ni tampoco por mucho tiempo, fue Barcelona, y queda claro también que sin la apuesta de Carlos Barral como editor y de Carmen Balcells (“la Mama Grande”) como agente literaria, ese auge de la narrativa latinoamericana no hubiera sido posible. Asimismo queda más que sustentado que la llave que abrió el chorro fue La ciudad y los perros (que primero se iba a llamar Los impostores, y que tuvo que sortear una censura tan ridícula como feroz). ¿Qué fue, al fin de cuentas el Boom, conformado por autores de estéticas muy diferentes? Ni grupo, ni generación; a lo mejor sí tuvo de movimiento, pero lo más plausible es como señaló Caballero Bonald “un condominio cultural” que según Ayén, “rompió con las literaturas nacionales”, y creó, según Fuentes, la conciencia de lo latinoamericano.

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La forma de las ruinas

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara

Larga novela (se diría que la mejor de su autor) que parece compuesta por dos escritores de desigual calidad. La primera mitad, la que tiene como símbolo la ilustración de la vértebra, tiene muchas páginas de puro relleno; está llena de auto-referencias inútiles, de diálogos innecesarios, de frases que se repiten solo por llenar espacio, de descuidos en la escritura, de  parrafadas retóricas, y, lo peor, no sigue una línea argumental. La segunda mitad, la que tiene como imagen rectora la ilustración de la calota, crea tensión respecto al asesinato de Uribe Uribe. La narración del juicio en el que se erige como héroe trágico el joven abogado Anzola (tras comprometer en el crimen al poder civil, al militar y al religioso) es admirable. Al final, Juan Gabriel Vásquez  narra como nadie todo lo ocurrido el 9 de abril de 1948.
El gran mérito de la novela, consiste en que por primera vez, no sólo en nuestra novelística, sino también en la historiografía colombiana, se conectan los dos magnicidios (el de Uribe Uribe y el de Jorge Eliécer Gaitán) con intensidad narrativa e impresionante detallismo, producto de una laudable investigación y de un evidente apasionamiento por el tema.

La ocula nuevo diseño.inddLa Oculta

Héctor Abad Faciolince
Alfaguara

La novela, de recargada idiosincrasia antioqueña, se construye por un contrapunto de voces o demonólogos muy bien repartidos, de tres hermanos descendientes de judíos: Pilar, con su monótona y repetitiva apología de su matrimonio; Eva, la echada para adelante, que le da vigor a la narración global contando cómo se les voló a quienes la querían asesinar por no venderles la propiedad, y Antonio, el homosexual marginado por la familia, cuyo discurso recompone la genealogía de los dueños de la finca «La oculta». Él es el puente que une la vida atrasada de Jericó con la vida moderna de Nueva York, pero su narración podría perder encanto con tanto informe catastral. La novela es importante por la manera como aborda el sempiterno drama colombiano, cuyo insumo lo constituyen, la violencia y el problema de la tierra, y es importante también por el tono y el empeño con que narra la épica singladura de emprendedores que dio origen al poblamiento de agrestes regiones antioqueñas.

page_1_thumb_largeEl kinder Pablo VI, Recuerdos de una maestra
Ana Luisa Molina Velásquez
Búhos Editores

Se puede llegar a la profesión de maestro por necesidad, curiosidad, descarte, e incluso por imposición. Pero, por vocación y por voluntad de hacer patria, como es el caso de la aguerrida Ana Luisa, es mérito aparte.
El presente volumen, no es sólo el testimonio directo de una épica y amorosa labor, sino un verdadero curso, tanto de pedagogía, como de didáctica, y una muestra fehaciente de que para enseñar, lo indispensable es la sabiduría y la ética, y que, habiendo maestra, alumnos, pupitres, un aula, tablero y tiza, ya existe la escuela. Así comenzó el periplo de esta maestra que se adelantó en décadas a la evaluación por logros; que intuyó que para que una clase sea de entero provecho, veinte minutos son suficientes, y que definió el concepto de método con lúcida sencillez: «Método es el camino trazado para formar y comunicar los conocimientos.»
Causa admiración, la manera como la docente distribuía las asignaturas en el horario a mañana y tarde, y la forma prácticamente científica de estructurar los programas, incluido el de Educación física; pero sobre todo, la manera de enseñar a escribir (mediante un aprestamiento progresivo) y a leer, con lo que ella denominó «método de palabras normales».
Lo que Ana Luisa montó en su propia casa, con remedos de pupitre y los materiales de apoyo más rudimentarios, pero con mucho esmero, fue un verdadero centro de educación integral (que costaba $ 10.00 la semana o un racimo de plátanos, o el mero agradecimiento de los padres de familia que no tuvieran con qué), en el cuál los premios se merecían, y los castigos eran proporcionales a la falta. Un verdadero templo de formación, en donde alumnos de cualquier condición social y étnica, entendían desde un comienzo, o sea desde el kínder, que, una cosa es llegar a ser doctor, y otra, llegar a ser señor.

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