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El poder compartir con nuestros hijos los gustos que del mundo hemos aprendido a disfrutar, hace que como yo, muchos padres se sientan orgullosos al verse reflejados en esos pequeños espejos. Esto es algo que va pasando y vamos haciendo, como decía nuestro amigo de infancia, sin querer queriendo. Los que son padres saben que la alegría que da oírlos cantar alguna canción de nuestra entraña es: fantástica.

Sentimientos como el anterior, infiero, se generan porque ver a los pequeños copiarnos valida, para bien o mal, todo lo que les estamos transmitiendo. Nada más obvio que ellos en principio lean con nuestros ojos el mundo que les vamos mostrando, que van degustando. Lo anterior hace parte de ese proceso de educación que debemos saber llevar a cabo como individuos que quieren ser útiles a la sociedad a la que pertenecen y al mundo. Hay que mostrarles de dónde vienen, a otear el pasado, a diferenciar los lapsos en él y, claro, a contextualizarse en el mismo. En otras palabras, que el pasado no sea para ellos una masa amorfa de «cosas» viejas, sin sentido y por eso poco validas e inútiles en el día de hoy en el imperio de lo nuevo y joven. Podría afirmar que es algo en lo que —muy a nuestro pesar—, estamos en deuda con nuestra descendencia.

Pero hay más. Otra parte de ese aprendizaje, debe ser el enseñarles a objetar, a no tragar entero, a dudar, a preguntar con fundamentos y argumentos basados estos, claro, en ese tiempo anterior a ellos mismos. Ellos no pueden pasar por alto cuestionar los qués, cómos, cuándos y dóndes. Que entiendan que el aprendizaje debe ser reflexivo y no repetitivo. Que aprendan a polemizar y controvertir. Que las herramientas con las que dotemos sus sentidos los hagan estar mejor dispuestos para ese aciago momento en el que ellos, nuestros dulces niños, quiebren y rompan todo lo que les hayamos dado, lo pongan en la picota y salgan lo mejor parados posible de ese trance. Como a todos nosotros nos pasó, ellos también se alejarán de nuestras pasiones y gustos y aprenderán a tener los propios.

Mientras tanto nosotros, si cabe la expresión, nos iremos preparando para ello. Nunca estaremos listos del todo; pero acordarnos de nuestro propio pasado ayudará, seguro. Si no pasara ese quiebre, mis amigos y yo seguiríamos oyendo las canciones del Gustavo el loco Quintero en lugar de las de Gustavo Cerati.

Ve, que la minería no tiene nada que ver en la sequía… ¿De verdad?

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