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En el 82 mientras unos montaban en bici, yo lloraba por la eliminación del mágico Brasil de Zico y Sócrates a manos de la Italia de Dino Zoff y Rossi. Ese año yo me convertiría en hincha del América de Cali. Lo reconozco, soy fiel a un equipo que no es de mi terruño, al que solo vi en ese pueblito —que aún no ha sabido volverse ciudad llamado Neiva— una noche de eclipse lunar, en la que mi papá nos llevó, junto con mi hermano, a verlos jugar contra uno de nuestros humildes equipos. El partido contra el semiprofesional Juventud Huila finalizó como ocho a cero.

Complicado ser fanático de un equipo de otra plaza, pero así me tocó, así crecí: oyendo en un radiecito un juego difícil, complicado, conservador; de apretar dientes, con el cuchillo entre ellos; con algo, o mucho, de marullería; de hacer mucha fuerza y sufrir siempre hasta el final. Empezó así mi inacabable relación con el fútbol. Relación que como todas mutó con los años al ver otro fútbol a través de la pantalla, por haber vivido épocas marcadas por equipos que, con sus entrenadores, me mostraron una nueva manera de interpretarlo. Algunos me gustaron, claro: Argentina del 86 con Maradona; el Milan de Arrigo Sacchi y los holandeses; la llegada de los 90 —en lo que yo pasaba del anhelo al dolor de la selección Colombia— y la televisión por cable con la liga España con el valencia de Mendieta; el calcio Italiano y su Juventus de Zidane y Edgar Davids; la premier league Inglaterra con el Arsenal, el Man U, el Liverpool. Y la Champions: sincerémonos, fútbol de verdad.

Todo lo que hizo grande y emocionante el fútbol; mas al mismo tiempo ver llegar el reino del mercadeo que se apoltronó. Zidane de la Juve al Madrid con del Bosque y su era de los galácticos; los contratos de Kaka, de Ronaldo; se van Ronaldinho, Eto’o y Rijkaard del Barça; el contrato de Guardiola, las renovaciones de Messi, de Xavi, de Iniesta; Pellegrini sacado como un perro y la llegada del special one en la otra orilla. El planeta repartido entre el Barça y el Madrid. Todo imbricado: Lo comercial inamovible con sus cobros por transmisiones y la prohibición de pasar los partidos en cualquier bar, la televisión vendiendo paquetes especiales para determinadas ligas, la venta de camisetas, las giras a Asia de los grandes equipos europeos para pretemporada El mejor equipo del mundo: El Barça. Y también el más aburrido, pesado hasta el hastío; porque un equipo que todo lo ganaba, que lo hacía además de manera tan fácil, tan abrumadora, sencillamente le quita todo a este deporte. Este par que si no se hacen con el trébol no han ganado nada, fracasan. Todo a lomos de millones de dólares y sin indigestarse. O sí, porque luego lo ocultan, no lo cuentan todo. ¿Será que algo allí les dicen que no es honesto, que no es del todo legal, que no se ve bien, que a pesar de que el dinero puede ser bien habido, no todo Bale vale, no es ético ni estético con un deporte llamado de masas?

Siendo hincha de la Mecha nunca llegué a sentirme fervor por ninguno de esos otros. Seguidor sí, pero salvo contados partidos la emoción se difuminaba por no vivir en el ambiente de aquel equipo en particular. En fin, cosas mías que no entiendo a los hinchas colombianos de equipos foráneos. Y como en el fútbol, la vida da revancha: en enero de este año y a solo dos días del cumpleaños de mi papá, tuve ahora yo la oportunidad de llevarlo a él al Vicente Calderón. Fuimos a ver el partido en el que el dueño de casa, el colchonero le hacía frente al Barcelona. Comentábamos: un partido decisivo para las aspiraciones de los dos. Y yo ilusionado por el Atlético. Sí, llevado a la emoción, al aguante, a la sufridera otra vez, a lo que para mí significa este juego. Asimismo porque este Atléti es el campeón que torció la plutocracia, el que en las últimas diez temporadas ha tenido seis veces menos ingresos que su rival del próximo sábado, el que ha gastado casi cuatro veces menos en fichajes, el que paga cuatro veces menos por su nómina, el que ocupa el puesto veinte entre los clubes más ricos de Europa. Un equipo que ha hecho Simeone a punta de sudor y lagrimas, en donde se nota todo su ADN, un elenco de bravos.  El fútbol de Costa, de Turan, de Felipe Luís, de Koke y Villa: fútbol de hombres de Esparta. De poner los huevos.

Y le hago caso a este meme:

—¿y con estos truhanes de políticos qué más queda?—. Y sí, hoy, otra vez me contradigo porque hoy soy hincha del Atléti y entonces llego hasta usar palabras que están en desuso en Colombia: ¡grande Diego Pablo Simeone! ¡Aúpa Atléti!

Ve: ¿Y si las mueres dejan —y las dejamos— de joder tanto por su cuerpo?

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