Dicen que la moda no incomoda. No sé, no estoy tan seguro. Tendría más de un par de ejemplos para refutar con creces esta vieja afirmación. A mí me cuesta, mucho. Me cuesta porque, si ustedes han leído algo en este espacio, y si yo he logrado transmitir en ello cierta coherencia, pues se darán cuenta que hablar de moda acá sería una contradicción. Y sí, lo es, lo acepto; pero lo dejo claro aunque tímidamente —sí a veces soy— ahí donde dice perfil del bloguero.

 

El asunto es que ahora en el que el mundo supuestamente ha acabado con su historia. En estos casi 30 años en los que somos «libres» para ser, para desarrollarnos personalmente, para explorar, para cambiar, para ser únicos. En esa masa que se quedan tratando de hacerlo, con sus iPhones, iPads, bolsos Louis Vuitton, zapatitos Toms, billeteras Mont Blanc, etc, nos ha dado por ser unas copias los unos de los otros. Nos hemos uniformado. No me vengás con cuentos de que la ropa es la misma y lo que nos diferencia es la manera de usarla. Haceme el berraco favor y pasemos esa obviedad. Si fuese así de sencillo no habrían tribus urbanas. Un montón de gente que se pone los mismos chiros, de las mismas maneras. ¡O sea!

Peor aún, en Colombia en donde la creación de moda, salvo un par de notables excepciones, es sencillamente inexistente; podríamos abrir una discusión sobre los porqués se da esta situación. Yo diría que un porque es que a pesar de lo chichipatos no dejamos de ser marquilleros. Y esa combinación tiene una palabra. Sí querido, ésa palabra: somos arribistas, ¿o me lo vas a negar? No me quiero volver intenso ahora. Solo recuerdo que como dijeron los Cadillacs: «Que en el momento de perder, la derrota no te duela» No llegamos a Armandi.

Entonces, si uno se va a comprar unos trapitos, pues que sean buenos, que sean cool. Acordate que lo barato sale caro y en este sentido doblemente caro. Vos te vas a ver como tu ropa: barato. Así que, ya entrados en gastos, que en cuanto a la ropa se pueden llamar inversión, acordate de lo que decía mi abuela: «A uno lo reciben por como lo ven, y lo despiden según su propia inteligencia». Y pues claro de la segunda no habrá mucho si vos te vestís como un cualquiera.

Tomado del catálogo de Onda de Mar

Pues así como les dije arriba, en estas vainas caigo yo. Y hondo: telas, ropa, zapatos, complementos y todas esas vainas. Disfruto de acompañar a mis amigas, y a mis amigos lo suficientemente hombres para pedírmelo sin sentirse maricas, a comprarla. Llevar a una mujer a una tienda de Onda de Mar y verla probarse vestidos de baño uno y después otro porque no se puede decidir, es… excitante. De verdad no sé cómo hay hombres que no lo logran ver así.

Relatos en: El Galeón Fracaso