Los colombianos nos ufanamos de ser mamagallistas y burleteros. Esta una de las características que más sorprende a los poquísimos visitantes que recibimos. Ellos piensan que en algún punto nos vamos a dar en la jeta porque la montadera es imparable. Como en la canción, Songo le dio a Borondongo, en Colombia esa cualidad es, como bailar, otra de las competencias sociales esenciales. Lo reconocemos casi como una de nuestras virtudes.

 

Quien no ha oído un «esoooo», cuando a alguien se le cae algo o cuando tropieza; quien no ha oído un «pero que leeendo», cuando la ropa con la que salió no era del gusto de la tribuna. Son tus amigos, y lo decís vos también. Asimismo, las respuestas deben ser rápidas, punzantes, agudas. Hay que dedicársela a otro, así ese otro sea uno mismo para quitarle el poder a los demás. Para cambiar el objeto de atención. Lo jodido es que hoy por hoy, esas respuestas que debemos soltar se volvieron devastadoras, deben acabar con el contrincante, o corremos el riesgo de quedar como el imbécil del paseo. Ahí perdimos.

En cuestión de semanas, nuestra hiperconectada vida, pasamos de los ataques con ácido, a gravitar con los —corrosivos— casos de matoneo. Ya por el gordo, ya por el gay, ya por las dos. Seguimos ácidos. Se oye el crujir de dientes de todos los que quieren una sociedad pluralista e incluyente. El lugar común donde los hay. Y estos nos vienen a decir que hay que ser políticamente correctos, que no nos podemos burlar de nada ni de nadie: no llamarlos gordos, ni flacos, tampoco mencionar defectos físicos, no poner apodos. Ni hablar de chistes sobre negros, gais, judíos y mujeres —creo que ya pronto ni de los animales porque se nos vienen encima los que los protegen—. Que esas personas que esperamos que Colombia sea una Nación cosmopolita e incluyente, no seamos los mismos que vayamos a prohibir la chanza.

Que la burla nace de un sentimiento de superioridad es una obviedad. Mas se imaginan que después de un partido de fútbol nadie pueda reírse un poco de los perdedores. Que un caleño se mofe de la manera en la que baila salsa un rolo no significa que lo está matoneando. Que digan que si uno se ríe de ellos es un insensible, es un despropósito. Les ruego el favor que no crean que estoy haciendo una apología al matoneo. Pero si negamos la burla, ¿qué nos queda?, ¿ser polite como un noruego? Por supuesto que nos toca hacer un ejercicio colectivo para encontrar ese punto medio en donde la burla deje vivir, y no que por la montadera extrema caigamos en el otro polo donde todo tiene que ser políticamente correcto.

Si como salida nos queda solo ser sardónicos y polite por un lado o el matoneo del otro, nos jodimos. La solución que nosotros debemos darle a esta categoría no pasa por ahí. No será negando nuestra idiosincrasia, ni copiando modelos morales extranjeros como vamos a convertirnos en una mejor sociedad y a encontrar la Paz. Será mejor aprender como pueblo que hay un lugar para la broma, que es esta es sana; pero que tiene un límite al que no se puede llegar: el matoneo. Mirarnos más a nosotros mismos. Además, si copiamos llegaríamos a la castración y a negarnos a nosotros como colectivo humano; porque definitivamente no somos nórdicos. Y si las cosas buenas que ellos tienen no hemos sido capaces de copiar, ¿por qué vamos a tomar su solución a este asunto?

Poco más de veinte años apareció en esta sociedad aburrida de tanta godorria un programa de televisión llamado La Tele. Fue aire fresco, diferente al que estábamos acostumbrados. La Tele, como Zoociedad, hacía humor irreverente pero más fácil, más burlón, más digerible, más básico. De ironía liviana y a veces infantil. Nos sacudió y aún hoy se sienten las secuelas del mismo. Pero, ¿cúando le vamos a superar? Hay mofa más allá de la ironía, del sarcasmo barato. Seguro que podemos ser mejor que cuando uno de sus bastardos nos dice: «marica, no sea guiso ahorrando con moneditas de mil. Si quiere ahorrar hágalo de verdad». Pues… ¿Y qué tal si vamos un poco más abajo de la simple superficie?

Ve, es una pena que lo último que vi de ti haya sido tu espalda cuando te fuiste.

Relatos en: El Galeón Fracaso