Ayer vi un video conmovedor: Brittany Maynard de veinte y nueve años, recién casada y con cáncer en el cerebro grado 4 (glioblastoma) —el más letal, rápido y dolorosos según los expertos—. Así pues, ella es una chica que morirá por voluntad propia el primero de noviembre de 2014. No sé si la historia sea cierta o sea de esos fakes que se vuelven virales porque nos tocan las fibras más sensibles, y aunque es fácil hablar cuando no es uno el que está en tan terrible situación, para mí el asunto no pasa por ahí, sino por el porq ué aún la eutanasia (según sus raíces griegas la buena muerte) no es aceptada como una salida a dicha situación.
Muy a pesar de que hemos venido lidiando con este asunto desde que existimos en la tierra; la muerte aún es una de nuestras mayores incógnitas. Es un asunto que nos divide en dos bandos: los que creen en la existencia de un más allá y los pensamos que es un «hasta acá nos trajo el río» y punto final. La buena muerte es tabú porque al no ser una pregunta con una respuesta científica, el espacio que Dios ocupa en la discusión es amplio. En el video, una chica —católica confesa— opinaba que nosotros no tenemos el derecho sobre la vida humana: verdadero si se trata de la de los demás; hablar de la propia ya es otro cuento. Ella estaba a favor de dejar en manos de Dios el momento de la partida. Según esa creencia la eutanasia o el suicidio asistido va contra natura porque ellos están a favor de que el humano sufriente tiene derecho a la vida. ¿A cuál vida pregunto yo?
Es verdad que tenemos muchos congéneres que nos hacen dudar de que término humano aplique a todos. ¿No estamos en el mismo plano nosotros mismos cuando en casos insalvables dejamos a nuestros semejantes a la buena de Dios esperando «el llamado a su presencia»? Creo que además hay una falta de coherencia en la posición. En tanto que sí dejamos que la ciencia intervenga para preservar la vida: vacunas, tratamientos, medicinas y hasta cuando tenemos conectadas a las personas a aparatos sin los cuales la vida se extinguiría, ¿no es eso ir contra natura también? Allí sí dejamos a la razón obrar, ahí sí aceptamos la ayuda la ciencia. Pero qué pasa cuando no hay alternativa.
Nos hemos metido en la cabeza que no tenemos la posibilidad de intervenir en la cuestión de la muerte, como si esta no hiciera parte del ciclo vital. La eutanasia es terminar la vida de una manera digna cuando no hay posibilidad de sanación, cuando la medicina no ofrece ninguna otra salida más que sentarse a esperar a que La Flaca llegue por uno. Entonces, si ya sabemos de su pronta llegada, ¿por qué no pegarle una llamadita para que se adelante aún más? Ese suicidio asistido nos permite aguantar el dolor hasta donde lo queramos y mientras tanto no hacer pasar a los nuestros por el infeliz proceso de vernos deteriorarnos. Llegar a una muerte de la manera más digna posible.
Si un animal sufre, nosotros tan humanos, le ayudamos adelantando su partida. No lo dejamos pasar por el terrible dolor que supondría en determinados momentos retenerlo acá. El porqué no usamos el mismo criterio con nuestros semejantes pasa por la idea de que es Dios el que decide sobre ello y no nosotros. Pero para mí también está en lo que menciona Christopher Hitchens en su libro Dios no es bueno que una de las recompensas que tendremos los que estamos (?) inscritos en el libro de los salvados es ver el sufrimiento de los condenados en compañía de El Padre.
El mundo parece hoy lleno de sociópatas. Personas que se quejan por miles cuando hay que sacrificar un perro posible portador de ébola y no hay una sola queja por los miles de africanos que mueren por lo mismo. Preferimos muchas veces a cualquier animal en lugar que a nuestros semejantes, mucho más si no piensan o actúan como nosotros. Algunos quieren prohibir las corridas de toros, otros se vuelven vegetarianos, debido al sufrimiento de los animales; más al mismo tiempo no tienen reparo alguno en apoyar a algún señor de la guerra por el cuento del Castro-Chavismo que se implantará en Colombia.
Ve, ¿ya viste Philomena? La monjita querida dice que el dolor expía el pecado.
Relatos en: El Galeón Fracaso
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