Berlín está de moda. El veinticinco aniversario de la caída del Muro, lo trendy de Mitte y Prenzlauer Berg con plazas repletas de bares y restaurantes, su relación con la música, el techno y sus clubes que no cierran nunca y hasta su exalcalde gay. Lo es también porque acá viven personas de 190 diferentes nacionalidades; teniendo entre los más representativos a unos 200.000 turcos, 100.000 rusos, 60.000 exyugoslavos y otro tanto de polacos y latinos. Berlin es nicht Deutschland (Berlín no es Alemania), dicen ellos, y es que un millón de los cuatro que viven acá son de afuera.
Una ciudad que vivió ocupada hasta la misma caída del muro. Berlín era la capital de los DDR (República Democrática Alemana) en los tiempos de la ocupación, «El que controla Berlín, controla Alemania y el que controla Alemania controla Europa» decía Stalin, pero a su pesar debió compartirla con los aliados occidentales (USA, RU, y Francia). Situación que dejó una clara huella de separación social entre los ossies y westies. Herencia que posiblemente se sienta con más fuerza hoy acá que en el resto de Alemania. La reunificación ha sido un proceso que veinticinco años después aún no ha terminado. De manera simple este asunto se podría resumir en que los que tiene dinero (Alemania occidental) debían financiar los costos de dicho trámite a los que no tenían (Alemania oriental). ¿Fácil? No, para nada. ¿Por qué? Está sí es fácil, porque «somos un pueblo», respondieron ellos.
¿Y nosotros? Me pregunto pasando algunos días en Berlín, sientiendo que nosotros tenemos mucho que aprender de este proceso, máxime ahora que hablamos de posconflicto. Nosotros no tenemos un pasado ancestral común que nos una como a ellos, no tenemos tanta historia, ni derrotas que nos amalgamen. La Independencia, esa fábula que nos contaron desde siempre los que querían ser los reyes de este pedazo de tierra, los que usaron a la chusma para enfrentar a la corona española; no funcionó como pegante social. Por el contrario se podría decir que heredamos el clasismo, hoy llamado estratificación. Debido a ello se estila, en no pocas ciudades colombianas, preguntar por la procedencia del apellido, por su abolengo.
De esta manera, la Política, en mayúsculas, la que habla de interacciones de los hombres en una sociedad, la que refleja lo que somos: una sociedad conservadora y clasista. Una sociedad que elige a sus «representantes» que poco tienen que ver con la masa. No es sino ver a los presidentes blanquitos ellos de ojitos claros. ¿Un poco triste no? Erigiendo entonces en nuestras ciudades muros, que no se pueden pasar sin cometer ilegalidades. No es sino subir a la terraza del edificio de Colpatria en Bogotá para ver la barrera invisible, pero infranqueable hasta ahora, en la que está dividida nuestra capital.
Porque a pesar y gracias a las diferencias es que somos un pueblo. Esa es la parte que parece que no hemos entendido. Y ese es el punto principal que debemos aprender de los habitantes de Berlín. Triste es que no haya sorpresa cuando la élite, le de por joder porque posiblemente habrá algunos edificios de «esa gente» en sus exclusivos barrios. Lo jodido es que son esos los que tendrían que poner el dinero. Porque seguro que no es solo con campañas —validas, sí, pero insuficientes— como vamos a lograr eso tan cacareado como el postconflicto.
Un lugar que no es sacado de un cuento de hadas, en donde viviremos felices con la ausencia de problemas; más bien es en donde generaremos sociedad en la que, a pesar del liberalismo económico que nos domina, seamos iguales en derechos y en oportunidades. Y eso se hace con plata, mucha plata. Y nos toca ponerla a nosotros, los colombianos, no nos va a llegar de afuera por más que pongamos el sombrero. ¿Y si no nos alcanza? Pues como dijo el filósofo Hernán « Bolillo» Gómez: «Uno debe comer de lo que la tierra da».
Ve, y estos manes hablan de la marihuana y se toman un té de coca… ¡Ay Dios!
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