Los colombianos le apuestan a la paz. Eso decimos. Medellín está iluminada haciéndole referencia; pero que al ver a un general de la República abrazado a un guerrillero haga que nos persignemos dice otra cosa. ¿Y cómo con quién es que toca hacer la paz? No será con mi amigo del alma, seguro. Necesitamos reconciliarnos, lo que significa que la mímica que se ve en la foto pueda ser posible no como show mediático, sino porque hayamos encontrado el valor que significa la otredad.

Podría decirse que esta reacción es lamentable; ¿no será la esperada después de tantos sinsabores, fracasos y promesas incumplidas de lado y lado? Lo que sobra acá es desconfianza, esta que es el pan de cada día en Colombia y que se refleja en la popularísima frase: «Al perro no lo capan dos veces».

Para el error craso de un militar de su experiencia, no tengo ni un asomo de explicación. Siendo claros, la aclaración expuesta y las conjeturas planteadas me saben a ficción. Desde su: «Ganarme la confianza de la comunidad» —¿por qué nos toma el general?—, u otras más descabelladas, la cacareada verdad que dicen se necesita en un proceso de estos, será trozos de ella y ficciones. Imagino que muchos pensaron: sabe qué general, «Cuénteme una de vaqueros».

Y como «No hay mal que por bien no venga», esta metida de pata en particular reflejó el problema general que se vendrá cuando comience el postconflicto. En el país de tinterillos que somos, habrá algunos —espero no muchos— que crean que la paz se hace firmando ese pedazo de papel en Cuba, y que será muestro mantra para vivir felices y comer perdices. Pues «Bájese de esa nube mijo», eso no va a pasar. Ya lo han dicho mucho, los conflictos no se acabarán nunca; entonces se espera que cambie nuestra manera de arreglar las diferencias. Ya no por la eliminación física del oponente, sino porque seamos capaces de exponerlas y discutirlas de una forma menos arcaica y más constructiva. Una que nos deje más que solo odios, rencores y muertos.

Mucha gente no se enteró —o no quiso — de la facha del guerrillero en la foto de marras. Algunos de los que se percataron de ello dirán que «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Simplista la cosa. Antes, los mandamases de las FARC iban a negociar armados, nunca se quitaron el uniforme ni en la mesa y mucho menos con sus prisioneros. Y aunque suene a libro de superación personal, cobardía es no reconocerle nada al enemigo, no la pose del militar.

Si nosotros nos pavoneamos cuando capturamos a un guerrillero, si mostramos fotos de sus cadáveres, si celebramos su muerte; porque «El que gana es el que goza», ¿qué esperábamos del enemigo en estas circunstancias? Sí, seguro que en la foto algún aroma de falsa victoria hay, y eso jode; empero no podemos pedir lo que no se da. Hay que ser consecuentes, por sobre todo en esta clase de situaciones que llevamos viviendo hace más de sesenta años. No es igualar el trato, como lo dejan ver los defensores de la guerra, sino que nosotros representamos a los buenos o eso creemos. Entonces, amparados en la legalidad no podemos permitirnos un accionar que no la demuestre siempre, ya que al tomar el atajo, ahí sí nos igualamos por lo bajo y perdemos el peso moral para luego reclamar.

Le digo pues a mi general que no le pare bolas a las personas que hablan de humillación. El honor y la dignidad no se van en una foto general Alzate, por el contrario se mantienen intactas con su manera de enfrentar el problema. Usted dio un ejemplo remarcable de responsabilidad, coraje y pundonor. Ojalá que algunos de los políticos copiaran ese ejemplo en lugar de entregar proyectos sacados del Rincón del Vago.

Ve, ¿vos te has copiado?

 

Relatos en: El Galeón Fracaso


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