Cierta vez hablé con un amigo de un género musical que él no disfruta mucho. Le decía mis impresiones y exponía ciertos detalles por los cuales yo le consideraba «chévere». Le contaba de sus orígenes y le argumentaba sobre su trascendencia en la historia musical. En un momento de mi discurso él empezó a opinar y yo, seguramente no falto de prepotencia y grosería, le dije que cuando se viviera la experiencia de este ritmo en alguna ciudad que realmente lo valorara su dimensión podríamos hablar. Con toda la razón me reclamó por mi grosería.

Cualquiera puede hablar de pizzas sin haber estado nunca en Italia, o de rock sin haber pisado suelo inglés. Es así, supongo, mientras hacemos referencias a lo que los sentidos nos dan, pero no tenemos este resultado si hablamos de sentimientos y vivencias con los cuales, la mayoría de las veces, hay que haberlos soportado en el tránsito de una situación específica para poder opinar.  Claro, también es cierto que las vivencias son particulares y que poco o nada —más que generar empatía o una buena charla— saca uno con debatirlas en tanto que como dicen el dicho: «Nadie sabe la sed con la que uno bebe».

En esta última categoría están los momentos pesados y dolorosos de la vida. Espacios temporales en donde uno se queda mudo: en blanco. Momentos en que las palabras no faltan, sino que sobran. No sirven, no aportan, no confortan. Los que más nos marcan: la perdida de un ser amado. Dentro de esta categoría, y en primer puesto de lejos, cuando esa perdida es definitiva. Padecer la muere una persona cercana.

Definitivamente los padres no estamos para enterrar a nuestros hijos. Cuando se rompe ese orden «natural», como si tal cosa existiera. Por más injusto que parezca, algunas veces la vida nos recuerda que ella hace sin tener mucho en cuenta nuestros planes. Que querer no siempre es poder. En cuanto el desastre acaece, ¿qué le puede uno decir a una madre o un padre cuando es su hijo el que ya no está más con nosotros? Quién se atreve siquiera a decir «Lo siento».

La verdad es que la única manera de medio aproximarse al vacío que genera la muerte de un hijo se da en el momento que uno los tiene. En tanto que con los hijos de a pocos empezás a entender el significado de ilusiónes, de sueños, de expectativas, que están puestos sobre este otro que no sos vos, mas en el que estás metiendo tus esfuerzos y sacrificios por encima de vos mismo. Es una apuesta emocional altísima que se ve truncada bruscamente y donde después del infortunio no hay manera siquiera de imaginar cómo seguir. Solo queda la pregunta por el sentido y en 2 millones de años en la tierra, aún no le encontramos ni respuesta, ni consuelo.

Los persas fueron famosos por su poesía y lograron acuñar palabras cuando se extrañaba a alguien, palabras que significaban cuán grande era ese hueco: «Tu lugar está vacío». Y en estos casos se quedará así. Adiós querido. Fuerza familia.

Ve, pues como dicen en Ida: «–¿Y luego?

—El fastidio de siempre. La vida».

Relatos en: El Galeón Fracaso

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