Los indios del Cauca piden que no los defendamos, en cambio que los respetemos. Ellos y su asunto. Hablemos de raza, del peso y la importancia que tiene el concepto. Mirá nomás las implicaciones del tema en lo que pasa en Ucrania, o las inefables declaraciones de Paloma Valencia, sobre la distribución del departamento del Cauca, y de Ernesto Yamhure, sobre lo que nos deben los indios a «nosotros».
El planteamiento de la senadora nos da la bienvenida al pasado. Volvemos a los tiempos en donde la raza hace la nación y no al contrario, como debe ser. Plantados donde estamos, qué bueno sería saber quiénes, pero sobre todo qué, somos «nosotros». ¿Dentro de cual raza nos incluimos? No sé como habrá sido ese proceso de mestizaje, pero seguro que ese «nosotros» se fue creando de los hijos que la opresión y el abuso de los descubridores engendraron en las víctimas, aún vergonzantes que habitaban esta tierra. No fue a punta de amor solamente. Buscando sus raíces, hay en África occidental un boom del turismo de herencia y patrimonio por parte de las negritudes americanas. ¿A dónde tendríamos que viajar a encontrar la indentidad racial? ¿A España? ¿No será que «nosotros» nos sentimos como Pauli ‘Walnuts’ Gualtieri en su visita a Nápoles?
Pero poco más se le puede pedir a los conservadores. Presentar en envases nuevos ideas vetustas que ya no sirvieron es su esfuerzo. ¿No será que hay, dentro del mentiroso nombre que ostenta su agrupación política, una manera menos burda, menos básica de solucionar el asunto? Así y todo doña blanca Paloma se llama mestiza, y lo que en últimas propone, en pleno siglo XXI, son estados de acuerdo a la raza a la que pertenecemos. ¡Haceme pues el berraco favor! Seguramente se les olvidó el tercer párrafo del artículo 2 de la Declaración sobre Raza y Prejuicios Raciales de la UNESCO: «El prejuicio racial, históricamente vinculado a las desigualdades de poder, que tiende a agudizarse a causa de las diferencias económicas y sociales entre los individuos y los grupos humanos y a justificar, todavía hoy, esas desigualdades, está totalmente desprovisto de fundamento».
En América la nacionalidad se adquiere por derecho de suelo. Esto hace que cualquier persona que nazca acá tenga el derecho de ser colombiano. Si seguimos conceptos más recientes en los cuales se sostiene que es la Nación donde se asienta la raza, la nuestra es colombiano. Difícilmente encontraré contradictores si digo que uno se hace colombiano. Aunque veamos algunas diferencias físicas, tenemos la cultura como la fábrica en donde una persona se transforma en un ser de esta raza.
«The psychological difficulty of avoiding essentialism and the evident continuing power of ethnoracial identities, it would take a massive and focused effort of education, in school and in public cultura, to move into a postracial world»[1]
Por contingencias de otros, soy un opita nacido en Popayán. Anoche ocurrió un milagro: me llamaron al celular. Con sorpresa y aún bien aleccionado atendí. Un rolo me saluda, «Hola Juan Carlos, ¿cómo estás? Habla Gustavo Chaparro». ¡Qué emoción! Mi lengua materna y un acento que desde esta distancia es mío. Raza o no, los colombianos seguro sí somos un grupo humano que trata de hacer y ser Nación. Y en ese estado de cosas, propuestas como las del Centro —mal apellidado— Democrático no ayudan a poder amalgamarnos de ninguna manera. Por el contrario allí está el combustible que mantiene la guerra en la que hemos vivido.
Ve, Palomita ya casi sisea como el patrón.
Relatos en: El Galeón Fracaso
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[1] APPIAH, Kwame Anthony, Race in the Modern World. The Problem of the Color Line. Foreign Affairs. March/April 2015, vol.94, nº2, p. 1-8.