Richard Dawkins dice que el sentido de nuestra vida es la competencia por dos aspectos: los recursos vitales y traspasar nuestra información genética. Sí el propósito vital del profesor Dawkins es el verdadero, entonces buscar ser alguien estaría enmarcado como uno de los elementos que nos diferencian de los demás, uno que nos colocaría en una mejor plaza desde donde lograr nuestras metas, por básicas que estas sean, se haga más fácil (!).
El profesor Dawkins hace lo que hace para tener mejores posibilidades de follar. Simple. Pero, nuestro egocentrismo no nos ayuda a digerir la idea anterior. Al contrario, complica cada vez más el significado del sentido. Hoy tenemos cantidades de mitos con igual numero de soluciones al porqué estamos acá. Además, sospecho que venimos incrementando el nivel desde que el Liberalismo se convirtió en el ordenamiento por antonomasia al añadir un mayor individualismo poniéndole más condimento al tema; pero ya me iría por otro lado.
En un alto porcentaje, tanto en lo bueno como en lo malo, la ambición nos mueve. Estamos en una carrera por demostrarnos y, sobre todo, demostrarles a los demás que ser productos del azar —nadie pidió nacer— no nos hace indignos de estar acá. Vivimos para ser alguien en la vida. Hay que ser mejores que los demás. Para trascender hoy no es suficiente con «Sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro». Hasta acá llegamos. ¿Cuáles son las maneras en las que hoy pensamos para pasar a la posteridad? Allí es donde las cosas se complican. ¿Es necesaria la búsqueda de lo imperecedero en nosotros mismos?
Y siguen las preguntas, entonces ¿tenemos que ser los mejores en lo que hacemos? ¿Es ese el significado de la vida? ¿Para eso es qué estamos acá? Sí, es la respuesta que primero nos llega. La mezcla de curiosidad y comparación, que en distintas proporciones ha estado presente en todos los humanos, ha dejado grandes logros que sería estúpido no reconocer. Por ejemplo, la comunicación con los otros: hemos pasado de tener que ir de visita, enviarles cartas o llamarlos; a mandarles SMS, Messenger y ahora Whatsapp. Con todos sus bemoles: mi mamá ahora tiene Whatsapp y le escribo más, pero le hablo menos.
Mas el coctel anterior también nos trae invitados no deseados: la psicosis, la depresión, la ansiedad, el aislamiento son parte del precio que toca pagar por la carrera que nos supone vivir. ¿Vale la pena? Seguro que para muchos sí lo vale, porque ha sido la sociedad la encargada de ponernos a todos el mismo peso a cargar. Y a muchos o no les interesa, o no están preparados para ello. «Estudie para que no sea un campesino como su papá». ¿Acaso ser un campesino es un pecado? ¿Por qué está mal? La razón debería ser otra y no exclusivamente la de que para ser hay que tener más. Es bueno conocer nuestros límites, es mejor buscar la forma de superarlos y sería excelente que cuando lleguemos a nuestro confín último —perdonarán los vendedores de Herbalife— fuésemos capaces de reconocerlos y sentirnos plenos. Y luego nos afanamos porque estamos todos jodidos de la cabeza cuando no sabemos cómo manejar esta presión.
Andy Warhol no tenía razón cuando sentenció que todos tendremos nuestros 15 minutos de fama. Cómo enseñarnos que está bien tener ambición y querer llegar más lejos y ser mejores, pero que no querer competir, que ser igual a la generación anterior también es un logro. Qué tal conformarnos con disfrutar de la existencia en lugar de buscar ser perfectos. Como dicen mis amigas cada noviembre en Cartagena: «Disfrutar de las cosas simples de la vida» y no como en Whiplash que ya la belleza de la música no se disfruta en cuanto se sufre.
Por no saberlas controlar: la comparación, la ambición y la competencia se han convertido en fines per se, y al garete con medir el precio que tenemos que pagar por esos efímeros instantes de gloria. En un par de años además de los familiares de los 149 personas del infausto vuelo de Germanwing, ¿alguien se acordará de Andreas el que no podía ser piloto?
Ve, yo también apreciaría un input.
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