Sin importar la ciudad a la que llegués, las guías y los portales de viaje —Lonely Planet, Trip Advisor— te sugieren que pasés por ciertas zonas y calles. Te dicen que allí se concentran los restaurantes, los cafés, los bares, las galerías y las tiendas. Qué es cool, trendy, chic o Hip, o todas las anteriores, dejarse ver por allí, por la Milla de Oro, o zona rosa.
Las hay por antonomasia —La Quinta Avenida, Los Campos Elíseos, La Gran Vía—. Pero cada ciudad se ha encargado tener su versión. La mayoría sin tanto brillo o fama, pero ahí están. Espacios en donde uno podía sentir de primera mano los gustos, las maneras, las tendencias propias de cada región. Se convirtieron en íconos por su autenticidad, por su originalidad en tanto que era allí y no en otro lugar en donde se podían acceder a los diseñadores y artistas locales, a degustar la gastronomía propia del país, a conseguir cierto tipo de mercancías o disfrutar un café como solo en ese sitio se servía y en lugares llenos de carácter. Uno que los hacía especiales.
La vanguardia del país estaba allí asentada, era donde ponía su marca distintiva y su exclusividad. Bulevares emblemáticos que llegaron de definir ciudades, países y hasta el sueño de libertad que el Occidente promueve. La fama que se ganaron estos espacios tipo centro comercial de cielo abierto hicieron que el valor de metro cuadrado subiera y como espada de Damocles esta exclusividad se vino en contra y dejó sin plaza a los lugareños.
Así me tocó conocerlas. Legué a ellas cuando estábamos al fin de la historia. Hoy la retahíla de siempre, la propaganda del sistema, nos dice que somos libres de escoger. ¿Escoger qué? Si todas las opciones son las mismas y pecan por similitud aunque nos digan lo contrario. Para hablar solo de ropa, en esos corredores las marcas como H&M, Zara, Mango o United Colors of Beneton dejan poco espacio para la verdadera particularidad. Es apenas ropa que pretende, y las cosas se parecen a sus dueños. ¿En dónde quedamos nosotros?: pretendiendo ser lo que no somos o siendo lo que realmente somos. Hedonistas que vivimos mostrándonos y cumpliendo con la parte de tarea que nos toca dentro del sistema: consumir.
Hoy por hoy, en cada una de estas Millas de Oro más que cualquier otra cosa se encuentran baratijas con el pomposo apellido internacional, ya que lo nacional es sinónimo de guiso, de marcas con dos letras en mayúsculas unidas por el símbolo & y sus respectivas copias. Estas avenidas no son más que calcos baratos de si mismas. Son literalmente el lugar común y no hay nada menos cool que estar donde todos están. Pero ahí estamos comiéndonos el cuento en un McDonalds o Starbucks. Y hasta tenemos influenciadores pa eso. Calculá pues.
La calle en general refleja el pulso de la vida, y estas en particular, al perder su esencia pues ahora son lo mismo en cada ciudad, son el espejo donde nos reflejamos perdiendo nuestro carácter. En tiempos de la Guerra Fría nos vendían la idea de que al otro lado de la Cortina de Hierro todos estaban uniformados porque no tenían la libertad de escoger. Se cumple el dicho: la lengua es el azote del culo, cuando somos nosotros los occidentales los que andamos uniformados con barba, Levis y Converse.
Supongo que hace años atrás era cierto que las tiendas más exclusivas se encontraban afincadas en esas hermosas avenidas, sinembargo hoy todas son más o menos la misma vaina. Su originalidad y su exclusividad se ha reducido al precio por metro cuadrado. Así, las diferencias entre unas y otras, como en nosotros, es muy básica y es la que nos empuja a estar a la moda: como no somos nada, al menos sentirnos parte de algo.
Ve, ahora llega el verano, tengo mis Toms y toca pretender estar bien.
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