Estamos en plena campaña electoral. Eso nos dicen, con eso nos dan contentillo y la mayoría hasta se lo cree. ¿Pero no deberíamos decir electorera? En el diccionario de la RAE encontramos esta acepción, «Electorero/ra: perteneciente o relativo a las intrigas o maniobras en elecciones». Entonces sí, es una campaña de ese tipo lo que realmente se vive hoy en Colombia.
Parece bastante extraño que aunque se vive hablando de política no muchos conocen las diferencias de los significados y lo que implican. El caso que más expone esta ignorancia es la diferencia entre ‘la política’ y ‘la Política’, o entre ‘la política’ y ‘lo político’, dependiendo de como se quiera; mas el género de los artículos que preceden al nombre o el uso de la mayúscula importan. Lo político nació en Atenas y refiere al afán de las personas por organizarse y poder vivir dentro de sociedad democrática en contraposición a la visión que se venía practicando, la de la aristocracia. El acento estaba no contra la élite per se, sino a su manera de organizar la vida comunitaria.
La historia nos cuenta que cuando el capitalismo vio la luz, lo político y lo económico dividieron cobijas. Ese fue el terreno abonado, el punto de inflexión para la profesionalización de la política. La humanidad dejó que el poder económico envolviera a lo político en ese lindo papel llamado «la soberanía del pueblo» y nos regalara la política. Tiempo pretérito. Sí, pero no hemos sido capaces de revertir la situación y aunque sometidos a los embates de la política, permanecemos sin vivir lo político.
La política, quedo pues así en exclusivamente en manos de los mentados personajes: los políticos. Ellos se presentan como los únicos capaces y preparados para ordenar la sociedad. Cualquier otro fuera del gremio es mirado, al menos, con recelo. No ser político profesional es un punto flaco para cualquiera aspiración dentro de la democracia representativa. De alguna forma se debe a los ejemplos hilarantes y carentes de todo aporte, caso Cicciolina en Italia o el de Lucho en el consejo de Bogotá. Pero contraejemplos hay: Simonetta Sommaruga, pianista y filóloga de lenguas inglesa y románica, que es la actual presidenta de Suiza.
Los que nos dirigen siquiera son capaces de hacer política con ‘p’ chiquita, y allí nos embarramos todos. No sé cuantos investigados, miles de denuncias, partidos con nombres cargados de eufemismos. ¿Centro Democrático, Cambio Radical, Polo Democrático?, al final son partidos de mentiras, llegan a ser organizaciones sin ninguna ideología a representar. La ciudadanía no tiene la menor idea a que atenerse al escoger el uno o el otro. O sí, sí sabemos, es la gatopardada: «Que todo cambie para que todo siga igual». Politiquería. Esa que es la mamá de un Estado ineficiente e incapaz de resolver lo mínimo para la población que dice gobernar —Ni siquiera agua potable tenemos en la mayoría del país—.
Como si eso diera premios, sacamos pecho diciendo que nuestra democracia es la más antigua de Latinoamérica. Nos llenamos la boca hablando de cómo vivimos dentro de ella y nos burlamos de nuestros vecinos. Pero, «dime de qué hablas y te diré de qué careces». Al igual que la de los ‘castrochavistas’, nuestra democracia está apenas en el papel, un remedo, una pésima copia de lo que ella debería ser. Lo común es tener en estas latitudes a políticos de profesión, muchos de ellos caudillos, de izquierda y derecha usando sin distinción el mismo discurso sobre la democracia electoral como sinónimo del poder del pueblo. Pero lo cierto es que tenemos una pseudodemocracia.
Un sistema que los entroniza a ellos, los políticos, que en su mayoría están para satisfacer sus intereses personales —pasar a la historia, ganar premios Nobel, o montar su corte de ladrones—, que hacer Política con ‘P’ mayúscula y por ende en nada interesados en retornar a lo político. Mientras tanto, en las redes sociales como en la vida real los ciudadanos de a pie se desgañitan y rasgan las vestiduras defendiendo a sus caudillos, los que mediante maniobras electoreras se hacen proveedores de lo mínimo: unas tejas, unos bultos de cemento, un tamal.
¿Qué nos queda a nosotros? Pues nada más de lo que vemos: un Estado que en muchos lugares es el mayor generador de empleo y que es usado para pagar los favores que hoy los profesionales de la política les están prometiendo a uno y a otros.
Ve, ¡lolla en Colombia!
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