Esta semana vi dos videos que —hoy hasta lo irrelevante es viral— de seguro ustedes también vieron. Ambos hacen pensar en nuestra especie, en sus creencias, en su ética, en sus capacidades y grandezas, tanto como en sus miedos, sombras y fracasos. Dos deportistas alternativos ponen a reflexionar y soñar (?).
No creo que con el primer video sus realizadores quisieran llegar hasta allá, pero se nota un repaso fílmico al Génesis. Vamos de la oscuridad total a una exuberante naturaleza —el paraíso terrenal— hasta llegar al versículo 1:26 ese que dice, «Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en toda serpiente que se anda arrastrando sobre la tierra». Acá ese hombre está representado por Robbie ‘Maddo’ Maddison en moto.
‘Maddo’, por su apellido y lo alocado, es un motocrosista freestyle australiano, que va quebrando la paz y la quietud que reinaban en ese bosque tropical. La musicalización encaja perfecto con la fotografía y hace que el pulso se acelere con las acrobacias de motorista. Y así prosigue hasta que el resulto australiano se las ve con una ola tres o cuatro veces más alta que él… ustedes saben ya el resultado.
Sobrecogedor, llena de orgullo esa muestra de capacidad del ser humano, ¡es Fantástico! Todo el poder del hombre, toda la valentía que nos ha llevado a superar nuestros miedos y límites y que nos ha puesto en donde estamos. Para bien y mal porque del otro lado también causamos daños en la ambivalente relación con la naturaleza, de la que nos servimos y de la que nos debemos defender, y a la que, ¡ay de nosotros!, no sabemos cuidar y respetar. Tal vez porque, como en otros casos aún no tenemos la suficiente inteligencia o no confiamos en ella, hemos sabido sacudirnos de nuestro ADN las doctrinas bíblicas en las que se asienta nuestra ética y que al hacer de creencias verdades nos mantienen en la caverna.
En el segundo video, Ross McGouran nos presenta el juguete con el que todos soñamos desde hace 26 años una Hoverboard —Lexus— la patineta voladora de Volver al futuro II. El todos es porque seguramente la mayoría de los que creíamos viejos en esa época no lo hicieron. Ross vuela en un skatepark en Barcelona con algunos de sus colegas. Una vaina sorprendente, casi mágica, que como dice allí, nos recuerda a las alfombras voladoras de Las mil y una noche.
El aparato tiene su truco, como lo verán en la historia que está detrás de este gadget, pero no por ello deja de ser menor el esfuerzo y la colección de buenos atributos: inventiva, ingenio, cooperación, ganas, que le ponen humanos de diferentes razas, seguramente credos, edades y profesiones para desarrollarlo. El inglés, que devino en esperanto, se oyen con múltiples acentos en diferentes lugares del mundo donde los más viejos, que han dedicado años de estudio y esfuerzo en el desarrollo de este juguete disfrutan, como si fueran ellos, el uso que le dan los más jóvenes. La alegría se reflejada en la cara de todos los involucrados. No hay cuchos que no saben nada, no hay muchachitos vagos y faltos de oficio. Sin prejuicios, por el contrario lo que se ve es respeto y admiración por las capacidades de los unos tan diferentes a los otros. Un bálsamo entre tanto desencuentro.
Lograr superar esos mitos, que nos ponen en la cima de la creación, y prejuicios, que impone una sociedad en donde la juventud y la belleza están tan sobrevaloradas, suena a utopía. Como la Hoverboard que Marty McFly usó en la trilogía de marras. Pero ya tenemos un prototipo funcional.
Ve, vos hijo de Dios ¿seguís pensando que sos único y especial?
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