Hace unos cincuenta años atrás la joven Gloria quería ir a la universidad; sus padres le decían que las mujeres estaban para casarse, atender el marido y criar hijos. No obstante, a pesar de que la predicción de sus padres se cumplió en parte y ella se casó y tuvo hijos, esa mujer se hizo profesional en enfermería. En el momento de decidirse por una carrera Paola, su hija, quería ser mecánica automotriz. A pesar de contar con el apoyo incondicional de su familia Paolita terminó cambiando de carrera para hacerse profesora.
La ideología de género, en el tope durante estos últimos sesenta años, derrumbó la creencia de que las mujeres estaba exclusivamente para dedicarse a las tareas del cuidado: llevar la casa, atender el esposo, criar hijos, ser enfermeras y poco más. Por ella llegamos a un mundo más igual donde las mujeres fueron ganando posiciones y hoy tenemos féminas en la política, médicas, ingenieras, científicas, en todos los campos del saber y del hacer humano hay mujeres y aunque con un camino más fácil, hombres. Tanto mujeres y hombres deben tener los mismos derechos, la misma libertad de elección y acción en cualquier campo, el mismo acceso a las herramientas que les permitan impulsar por igual su propio desarrollo personal. Sin embargo, aunque las capacidades intelectuales de unos y otros sí son equiparables, no lo son las vocaciones.
Suiza busca la manera de que sus mejores alumnas sigan carreras académicas, pero se han estrellado con que las chicas, en muchos casos, prefiere conservar su entorno familiar y social en lugar de desplazarse a otros sitios para seguir una carrera profesional. Estudios científicos provenientes de la ciencias naturales —ciencias duras— vienen demostrando la falacia del discurso dado por algunas ciencias sociales —ciencia blanda— sobre una igualdad de géneros que no admite atenuantes, pero con argumentos lábiles. Esos estudios han demostrado que a más libertad de elección en una sociedad más se acercan las personas a los parámetros que normalmente se aplican en sociedades con menores márgenes de ella. ¡Vaya paradoja!, dirán los conservadores, ¡descubrir que el agua moja! Sí los hombres son más inclinados por desarrollos profesionales técnicos (ingenierías) y las mujeres por asuntos referentes al cuidado (medicina).
La respuesta de las ciencias duras inclina la balanza a la idea conservadora y ello podría llevar a la fácil deducción: «si del cielo te caen limones aprende a hacer limonada». Victoria pírrica puesto que la mismas ciencias duras pone en claro que tanto unos como otros son buenos, o malos, en lo que se propongan y que el buen desarrollo en ciertas tareas no pasa por la capacidad sino por vocación. En otras palabras, las ciencias naturales nos dicen que debemos reconocer las diferencias entre hombres y mujeres sin que ello nos lleve a coartar y truncar sus libertades, derechos, oportunidades porque, salvo en asuntos que involucran la fuerza física, se tiene la misma idoneidad.
Es así que aunque las dos ideas suenen bien en ciertos oídos, las dos propuestas ideológicas son falacias por el equívoco de las intenciones que promueven. De un lado las ciencias sociales tratando de imponer su ideología de igualdad sin fundamentos y del otro tenemos la ideología de la diferencia impuesta por la voluntad divina donde ambas adolecen de contrastabilidad. Otro problema que comparten estos dos dogmas —el conservador y el de la ideología de género— es que ninguno de los dos respeta la autonomía y la libertad de cada persona para, sin importar género, decidir qué quiere hacer de su vida. Ambas limitan a los humanos cuando fuerzan, limitando la primera o imponiendo la segunda, campos de desarrollo profesional en donde no hay proclividad pasando, pues, por encima de las personas y de sus quereres, sus intenciones, sus inclinaciones y sus gustos; llegando a privarlas de la libertad sometiéndolas a los dictámenes de una ideología que pone a prevalecer una manera de vivir y de ver el mundo como la única válida. Es ese quizá problema crucial.
La humanidad tiene al menos 2.5 millones de años en la tierra y que la ideología de género quiera cambiar la forma de pensar devenida por el comportamiento durante todo este tiempo para igualar la mentalidad de los géneros es tan inservible hoy como la idea premoderna de los hombres en la calle y las mujeres en la casa.
No se trata de hacer una valoración sobre quienes son mejores, o cuales actividades son más valiosas que otras, se trata, esencialmente, de ver que nos gusta hacer y de conocer las diferencias ingénitas mediante las cuales mejoraríamos nuestro entendimiento mutuo, y hasta, porque no, llevar una vida justa, una vida correcta con nosotros mismos y nuestras ambiciones y quereres. Entonces, aunque las dos mujeres terminaron en profesiones dedicadas al cuidado, lo hicieron por diferentes vías y a pensar del primer tropiezo de Paola es claro cual se prefiere.
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