Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro.
Platón
El domingo, la revista Semana publicó una encuesta sobre la paz. Según los resultados del estudio, los colombianos nos enteramos de la noticia, la recibimos con optimismo aunque las dudas que generan las FARC sigan presentes. Reacciones apenas normales para el acuerdo en materia de justicia. Pero la verdad es que no estamos tan claros en los resultados de lo que se busca. La mayoría de la sociedad tiene grabado a fuego el discurso de por el cual la guerrilla es culpable de todo y nosotros somos solo víctimas inocentes.
Estas ideas encuentran cierta explicación en un artículo acerca de la guerra del Golfo llamado “El problema de la paz, hoy”, escrito en 1991 por Ernst Tugendhat profesor de Filosofía de la Universidad Libre de Berlín, este pequeño escrito, atemporal por donde se le mire, trata de darnos luces para poder pensar por nosotros mismos sobre la imbricación tan apretada entre justicia y paz. Tugendhat dice que hay varios temas problemáticos en cuanto a el afán en la búsqueda de la paz que refieren a la guerra.
La guerra lleva dentro dos asuntos emocionales: 1. La disfrutamos, porque nos permite volver a un estado de la naturaleza donde el hombre es, como dijo Rubencito, un perro que come perro y “matar representa la venganza más liberadora”; 2. otro factor es el de “competencia o futbolístico” que se desencadena al no vernos pertenecientes a una comunidad, que en nuestro caso sería una manera de pensar la sociedad y la economía, que hace frente a los otros. Sensaciones imperecederas nos llevan a sentirnos superiores moralmente e inferiores en fuerzas ante ese enemigo, por eso nos da tanto placer derrotar al otro. Para desactivar estas dos motivaciones el filósofo propone “el desmantelamiento de las injusticias estructurales presentes en nuestra sociedad”. Ojalá fuera solo eso, aunque nada sería fácil nuestro autor demuestra como la justicia social ayudaría a superar estos escollos, mas se llegue a la guerra también por ideología y por los intereses de los grupos en el poder.
No es difícil ver en Colombia un desgraciado buen ejemplo de esta afirmación. Es así que las metas de los poderosos han encontrado a través de la “argumentación ideológica” el abono para que las almas de los colombianos estén tan favorables a la guerra. Un foráneo no comprende mucho cómo es posible que un pueblo que padece una de las desigualdades económicas más elevadas del mundo siga queriendo vivir, y morir por ello en una lucha para otros, en un sistema tan inequitativo. La guerra, dice Tugendhat, se justifica de dos formas, cuando se agotaron las otras soluciones y cuando los daños ocasionados no excedan los que trata de solventar. Desde esta perspectiva el conflicto colombiano sería ilegal y tendríamos la hercúlea tarea de restringir “el poder de los poderosos” en tanto que construir unas “estructuras sociales justas”.
El meollo del asunto entonces está en darnos cuenta que el sistema que hemos comprado es injusto por cuanto pretender un crecimiento económico a infinito cuando los recursos son limitados es un oxímoron cuando no simple y llanamente una estupidez. Nos hemos comido el cuento de que para ser felices y mejores debemos tener cada día más y más en comparación de los demás. Pleonexia, lo llamaba Platón. Este es el ideal que motiva a los que más tienen y que lleva a cada vez más personas a apenas sobrevivir el día a día dentro de esa doble moral que quiere mano de obra barata para explotarla económicamente, pero que sea mansa, y mensa, que no reclame, que no piense, que viva lejos y que ni se le ocurra igualarse… que no joda. Así pues, si no entendemos la inmanencia entre la paz y la justicia, es complejo, sino imposible, encontrar que el antónimo de guerra es justicia.
Ve, los congresistas son tan tesos que hablan de lo que no saben.
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