—You’ve been wearing that waistcoat for 4 centuries.
—I was given this in 1585. It’s one of my favourite garments.
Eve y Marlowe en Only lovers left alive
La “buena” noticia que nos ronda desde hace unas semanas es aquella que trata sobre el descubrimiento de agua en Marte. Y algún bien intencionado, y no menos naïve, se preguntó en Twitter si no era mejor cuidar la que ya tenemos acá. El camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Este hallazgo traduce como se lleva al extremo la frase de Frederic Martel cuando afirma que los gringos son una cultura que no soluciona los problemas si no que los deja atrás mudándose. No suena para nada mal la idea y parece entonces encontrar asidero ciertas teorías conspirativas sobre la verdadera razón de ser de NASA.
Exacto. El bueno de la película era al final el sirviente del señor oscuro. Si hoy es un problema en muchas partes del mundo, como en la Guajira, tener ese recurso vital; ponele pues el tamaño del mismo cuando la importen ellos de planeta vecino. Mientras tanto nos la pasamos de conferencias sobre cambio climático a cumbres sobre lo mismo, hablamos sobre sus causas y sus terribles consecuencias y nada cambia hasta ahora. Se oyen golpes de pecho por los efectos del Niño en tanto que usamos el fracking y aprobamos la minería en los páramos. Simple ejemplos que resultan del afán proveniente principalmente del sistema económico que funge desde hace algunos siglos como motor de la vida de los humanos. El modelo propuesto hace que se necesite de un flujo constante de recursos para seguir creciendo.
Como resultado de este dogma tenemos dos mundos: uno obeso que por haber comido insaciablemente hasta el hartazgo y más, como consecuencia debe ser cargado por el desnutrido y famélico otro mundo. El apetito irrefrenable del gordelio acaso las migajas le deja al pobre flaco, quién que se debe conformar con ellas. Ya es tal el sometimiento que ni siquiera le está permitida la opción de llamarle gordo al que «sufre» de sobrepeso. El esquelético silletero tiene las piernas a punto de fractura y su rechoncha carga va tan cómoda que parece no darse por enterada. Hace más de 40 años nos lo advirtió el Club de Roma cuando en 1972 entregó el informe llamado “Los Límites del Crecimiento”. Por medio de este nos enteramos que el agua moja: en un planeta finito el crecimiento constante y sin coto es un argumento lógico que se reduce al absurdo. La Tierra no es el cuerno de la abundancia y es, pues, la llamada a imponer el punto final en el crecimiento humano debido a la cantidad de sus recursos naturales no renovables, la extensión limitada de tierra cultivable, a su establecida capacidad de absorber la huella ecológica de sus habitantes, entre otras.
El informe de el Club ha tenido actualizaciones en 1992, en 2004 y en 2012 que, con base en nuevas herramientas y datos, sigue tercamente llegando a la misma desesperanzadora conclusión y yendo a peor. En 2012 el grupo de científicos nos ubica en el último confín, la fiesta en la maloca está acabándose y alicorados in extremis bailamos alrededor del rancho ardiendo. En La diversidad de la vida Edward O. Wilson nos achaca la responsabilidad por la desaparición anual de decenas de miles de especies, ejemplo: en los últimos 100 años se ha perdido el 75 % de la diversidad agrícola según la FAO. Para finalizar podemos ir resumiendo a Latouche: o hacemos dieta para detener la obesidad y sanarnos, o esperamos a terminar la comida para luego morir de inanición.
Ve, ¿que Bowie se retira?
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