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El domingo pasado leí la columna del economista Moises Naím sobre la difícil situación que dejaba “millones de personas afectadas por la mala situación económica”, debido a los coletazos del desempleo y los bajos salarios. Un día antes, Carlos Slim —según Forbes el segundo hombre más rico del mundo— en la conferencia de apertura del XXI de El Circulo de Montevideo proponía una semana laboral de tres días cada uno de 11 horas diarias y jubilación a los 75 años.

El columnista trata de explicar, con las teorías de siempre, todo lo que “llegó a su fin”: el superciclo de los commodities, de la deuda o la desaceleración China; cuando la verdad es que el sistema capitalista está recalentado y cada vez la zanja que separa a ricos y pobres es más grande. Basta mirar el informe sobre la riqueza Global 2015 de Credite Suisse para saber que así no llegaremos a nada: 34 millones de personas —el 0.7 % de la población adulta mundial— tienen 760.000 millones de dólares que representan el 45.2 % de toda, sí TODA, la riqueza del mundo. Ahora vienen los ratones a cuidar el queso. Habría que pedirle al señor Slim que nos explique mejor cómo funcionaría su idea. Con lo poco que dejó entender parece más un sofisma: una argucia argumentativa hecha con un propósito no muy transparente y que termina por engañar a incautos.

Fuente: Informe Riqueza Global 2015 de Credit Suisse

Slim dice que de esta manera se solucionaría en parte el problema del empleo. Sí y no. La verdad es que en la sociedad productivista y esclava del dinero, en donde la máxima “tiempo es oro” solo es aplicable a los que no tienen dicho metal, a los que están en la base de la pirámide. Estaríamos entonces al borde de la legalización de la esclavitud. De otro lado Naím nos sigue hablando de la crisis, como si alguna vez hubiésemos salido de ella, y extrañamente parece desconocer los serios planteamientos que hace D. Harvey, en su libro las contradicciones del capitalismo que nomás empezar dice: “las crisis son esenciales para la reproducción del capitalismo […] para crear una nueva versión de su núcleo dinámico”.

Volvemos a Slim. En la misma conferencia habla de no ser partidario de bajar los salarios de los empleados públicos. ¡Menos mal! Pero muchos de ustedes conocerán cuales son esos “salarios” a los que normalmente deben someterse sus “empleados”. Compensaciones que prometen un cielo ganado a punta de comisiones, porque “el básico” es para perezosos, que se generan después de engrampar a otros, dentro de contratos kafkianos, y que apenas dan para sobrevivir. A fuerza de repetir nos hemos creído el cuento que a más trabajo más ganancia, cuando como bien lo sabe el señor Slim, dicha afirmación contradice la ley de la oferta y la demanda: «estúpido». Entre más la gente esté dispuesta a trabajar a destajo, entre más horas estemos disponibles, lograremos aumentar la oferta y eso hace que el precio del trabajo se entierre. ¿Alguno de ustedes ha visto que los salarios de los trabajadores suban en algún momento de la historia a la par de las ganancias del capital?

Si queremos salir de la eterna crisis del capitalismo debemos ser ingeniosos para llegar a otras orillas. La respuesta está en desacelerar, en decrecer y en encontrar maneras más equitativas y justas repartir el capital generado en el mundo. Y se alcanza a ver la luz en movimientos como los de Slow Food donde empezamos a volver a ser personas que no viven para el trabajo y el reloj no es el regente de sus vidas; en tanto se aboga por la diversidad en contra de la uniformidad impuesta soterradamente por el sistema.

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