Es necesario saber que la guerra es común, y la justicia discordia, y que todo sucede según discordia y necesidad.

Heráclito

El viernes anterior a las elecciones Juan Manuel Santos pronunció una frase que parece ser una verdad de a puño: «La paz se va a construir realmente en las regiones». La afirmación se presenta, para nuestro problema, más como un sofisma que como una verdad, porque lo que no parece haber entendido el pueblo colombiano es que para terminar de ser la sociedad guerrerista que hemos venido siendo, tendremos que convertirnos en una sociedad justa como lo había visto Heráclito hace marras.

Esa discordia empieza desde lo que queremos al invocar a la justicia, porque no hay, y creo que no habrá, un consenso que nos lo facilite pues pesa más la ideología desde donde se mire el asunto, por andar cerrados en dogmas e intolerancia, que el sentido propio del valor invocado. Es así que tenemos dos bandos: el uno —los mamertos— pide que los paramilitares y sus financiadores son los que deben ir a prisión por sus crímenes, mientra que para el otro son las guerrillas de izquierda y sus redes de apoyo —los paracos— los que deben ir a la cárcel.

El cuento de que las guerrillas se financiaron con dineros ilícitos productos del narcotráfico es el coco con el que los de derechas atacan. Los otros contraargumentan si no es peor que los ejércitos ilegales de derecha se hayan financiado con nuestros impuestos desviados o con ayudas de prestantes empresarios y gente bien. Salvo contadísimas excepciones pocos son los que mencionan que la justicia debe ser ciega para preguntar por ejemplo: ¿Qué hacemos con los culpables de uno y otro bando? Y el meollo del asunto: ¿cuánta plata, de esa que se apropiaron y ganaron por múltiples e ilegales vías, es la que deben devolver las guerrillas de izquierda y derecha?

La realidad arquetípica está en que en Colombia, salvo un par de ciudades, no hay agua potable. ¿A dónde se fue el dinero para ello? Pues, a mantener esa gente bien, los que se ganan los contraticos, y que lo dio indiscriminadamente a uno y otro bando armado para mantener el status quo. O sea, se fue al caño. Tal vez a los provincianos nos es más fácil conocer esos teje manejes. Sin embargo, Bogotá bebió de ese veneno con Samy. Y viene a cuento el asunto de la plata porque con ella es que podremos acometer los trabajos que nos ayuden a disminuir la desigualdad, la madre de todos nuestros males. Cuando todos podamos tomar agua limpia del tubo sin enfermarnos. ¿Básico, no?

No será entonces la ausencia de guerra en caliente —el fin del conflicto con las FARC— lo que podamos llamar paz, sino el desmonte de los mecanismo que ha habido, y evitar los que puedan surgir, que comprometan la equidad entre los colombianos. No te confundás que no hablo de que seamos todos iguales, sino de que será en las regiones por donde, ojalá, deba empezar el desmonte de esta forma de vida por la cual unos viven sometiendo a otros. La verdad sea dicha, al ver los resultados del domingo, estamos aún por llegar a la mitad de ese camino.

Ve, si esta información resulta cierta la izquierda en 12 años en Bogotá hizo más que en 20 en China.

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