Lograr algo por primera vez, ¿cómo no sentirse feliz y orgulloso? “El abrazo de la serpiente” está en la recta final para el Oscar a mejor película de habla no inglesa. La nominación es un avance para la película, supondrá, si se mueven las fichas indicadas, mayores ingresos por taquilla y distribución, y un semáforo en verde para seguir haciendo cine. Se le ve feliz y tranquilo a Ciro Guerra. ¡En hora buena director! Sin embargo, ¿representa esto algo para el país? Sí, cómo no, pero también refleja la típica falta de templanza de una sociedad inmadura.
Una excolonia de ombliguistas, como los que más, que busca con afán impetuoso ser aceptados por el mundo es lo que reflejan las exageradas reacciones de muchos. Tenemos una escasa capacidad de valorar bien los hechos para darles una justa medida obnubilados por la tímida aceptación por el blanco —el mismo que decimos que nos robó—. Buscando que nos validen, como dijo la ministra de Cultura durante la rueda de prensa con motivo del anuncio: “que nos digan de afuera que tenemos estos reconocimientos para que los colombianos creamos en nosotros mismos y nuestro talento”. Mientras celebrábamos que nos tomaran en cuenta para participar la pregunta de marras se escuchó: ¿cambia la imagen del país? El director inteligentemente eludió responder. Estar entre esas cinco películas es importante. Pero aún queda mucho trabajo, y asuntos fuera de nuestra órbita, por hacer para traerse el premio.
El casi no vale, decían en el colegio. No paramos de celebrar empates, segundos puestos o participaciones. Desde el himno nacional en la final de América de Cali contra Peñarol, hasta el colombiano en la Nasa hay un etcétera demasiado largo que denota la pretensión de hacernos con un poquito de la Historia. Nuestra autoestima no da para reconocernos solos, de valorar nuestra individualidad enraizada con el lugar y sociedad de origen. Ese orgullo que hoy sienten las personas por una nominación tiene otra cara y se llama vergüenza, esta aparece en muchos cuando afuera se nos pregunta por nuestra procedencia y rápidamente nos damos cuenta que al decir Colombia la gente no piensa en Gabo.
Al vivir en un país independiente desde 1948, con un pasado colonial que no llegó a eliminar el idioma, ni la religión o la raza, pero donde se celebra la Navidad y con «nieve» menospreciando lo propio a favor de lo foráneo, me da la idea de que esperar la aprobación del blanco es la consecuencia del pasado abusivo. Como cualquier abusado que pasa a ser abusador en el proceso de recuperar su autoestima, somos como un niño malcriado que se cree la verga en todo pero la realidad muestra que salvo destellos: Shakira, Gabo, Llinás, James y ahora Guerra, no somos tierra de cantantes, escritores, futbolistas o cineastas mas sí de otras cosas que nos ofenden. Una salida está en la educación cultural que genere más contenidos colombianos. Una producción cultural de alta calidad, dejando de lado la pornomiseria, debería ser la generadora del lugar donde nos empecemos a encontrar y reconocernos, a entender que nadie está amangualado en contra nuestra, a respetar las reglas.
Tal vez así creceremos como sociedad: aprobándonos, o no, a nosotros mismos en primer lugar mientras competimos con los otros. Tal vez pongo muchas esperanzas en esa canasta, pero ¿dónde más está el espejo que nos muestre lo bueno y malo que tenemos como Nación?, ¿de qué otra manera podríamos superar esas taras mencionadas y valorarnos e impulsar lo bueno en tanto combatimos nuestras falencias? Quizá así dejaremos de ensillar antes de traer las bestias.
Ve, se me fue el alfa, pero aún tengo un par de perros pa echarte.
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