Las vías que normalmente hemos usado para desarrollarnos han sido las que nos conducen a encontrar otras herramientas y tecnologías que nos hacen la vida, y las tareas que ella conlleva, más sencilla. Y aunque algunos románticos todavía se sigan mandado cartas y postales, la verdad es que hoy el rey de las soluciones para comunicarnos a larga distancia es Whatsapp. Otras tienen la suerte de tener la combinación correcta entre los poseedores de la tecnología y los devotos que no dejan que esta caiga. Los discos de acetato y la religión son esos ejemplos.
La base de cualquier religión no es más que una máquina perfectamente aceitada de propaganda. Una herramienta que hace que después de 1983 años muchos sigan creyendo en la mitología cristiana, por la que Jesús murió en la cruz a encargo de su Padre para la salvación de la humanidad. Las pruebas de ello no existen, pero en este campo se hacen más importantes los criterios emocionales que los racionales. Y aunque la razón sea puesta de lado por los creyentes, no hace falta ser muy largo de ideas para entender que en este diálogo entre los no creyentes y los fieles, cuando se da, la sociedad avanza.
Durante la Edad Media, el oscurantismo llevó a los católicos hasta La Santa Inquisición y todas sus, digamos, excéntricas formas de velar por la fe: desde estrambóticos juicios a animales, pasando por la cacería de «brujas», hasta condenas a filósofos y físicos aún siendo muchos de ellos creyentes y practicantes: Bruno, Galileo, Newton, Darwin. Afortunadamente, Occidente vio la luz, no la de Cristo por supuesto, en el Renacimiento y la Ilustración que le siguió. En este tira y afloje los mismos creyentes han llegado a aceptar la falibilidad de las Sagradas escrituras en la explicación del mundo y a tomar como verdades las de personajes, como los mencionados arriba, que alguna vez fueron incluidos en la lista de herejes. La Iglesia, solo hasta 1994 reconoció su error con Galileo cuando lo condenó por decir que la Tierra giraba alrededor del Sol; no obstante la tardanza, para esas fechas la mayoría de los fieles aceptaban más a Galileo que cualquier otra explicación de los movimientos celestes.
Hoy por hoy, sigue pasando pero ya con otros ribetes, ¿acaso más profundos? Tal vez. Ya no es necesario ser filósofos y científicos para poderse oponer abiertamente a la creencia de un Dios. Aunque siga habiendo algunos extremistas locos fanáticos —Mormones y Testigos de Jehová—, los humanos que nacen en sociedades judeocristianas, es tal vez lo único que puedan sacar pecho contra otras civilizaciones, se han acostumbrado a caricaturizar a un Dios que hace no pocos años lo tenían amedrentado, sumiso y minimizado. Hoy muchos se dan a la tarea de poner en tela de juicio lo que sus rabinos, sacerdotes y pastores les dan como verdades. Tanto así que en los países civilizados, excepto E.U.A., creer en Dios no es sinónimo de moral. Ahí vamos.
Ir atrás en el pasado es un juego extraño. Sucesos que apenas pasaron hace doscientos años lucen hoy lejanos y sin relación con nosotros. Un concepto que nos ayuda a entender que no es tan así es el de reboot cinematográfico. Bajo esa lupa podríamos ver a la religión musulmana: reboot de una película vieja. Una que en este ahora nos hace ver con horror como otra civilización anda el camino que ya Occidente recorrió dentro de sus religiones dominantes. Padecemos hoy, con las herramientas y tecnologías presentes, el mismo terrorismo que hemos venido infringiendo desde las cruzadas.
¿Será que el papa le pide, como le pidió a Pakistán, a Europa que proteja a los semitas no judíos que se estrellan en la muralla turca? ¿O le pedirá a Erdogan que deje de avasallar a su pueblo en nombre de Alá? Supongo que no. ¿Les podremos ayudar para que se queden en sus tierras? De pronto ayudándoles levantar una economía fuerte —sí, yo sé que suena a chiste—. ¿Se dará en esas sociedades una analogía al Renacimiento occidental?, no veo cómo. Al fin y al cabo ellos para un Occidente blanco y cristiano aún son acaso apóstatas.
Ve, ¿cuál es el Dios que es amor?
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